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Cuando recuperé la conciencia, estaba sumida en una oscuridad absoluta, incluso tuve que tocar mis párpados para corroborar que se movían y que mis ojos en realidad estaban abiertos. Toqué mi nuca pero retiré la mano enseguida cuando el dolor recorrió todo mi cuerpo. La cabeza entera me punzaba como si tuviera migraña, sentía mis extremidades entumecidas y la espalda adolorida. Un rechinido se escuchó bajo mi cuerpo cuando me enderecé, estaba sobre algo más suave que el suelo, pero sumamente incómodo. Miré a mi alrededor pero lo único que podía ver era negro.

Esperé con impaciencia a que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad. Una vez que lo hicieron, pude visualizar el contorno de lo que parecía ser una lámpara al alcance de mi brazo, tiré de la cadena metálica que colgaba bajo el forro, una luz cálida iluminó la habitación.

Fue entonces cuando me di cuenta del colchón sobre el que yacía, en una habitación en pésimas condiciones.

El suelo de madera podrida cubierto de manchas de dudosa procedencia por todas partes. Las paredes agrietadas, con un papel tapiz a punto de desprenderse. Apestaba a orines y quizá otras cosas asquerosas que no logré ni intenté identificar. No había otro mueble salvo por el colchón y una silla justo en medio de la habitación, que me dio un mal presentimiento.

La has visto antes, ¿verdad?

Exploré mi cuerpo con mis manos en busca de alguna herida o sangre, nada. Aunque si me dolía absolutamente todo, recordé el impacto brutal del otro coche.

Henry.

Me parecía recordar que el impacto había sido del lado del conductor, seguro que se llevó la peor parte, ¿acaso había muerto?

Por instinto o costumbre, me palpé los bolsillos del pantalón para buscar mi teléfono, no lo tenía. Escruté entre los rincones a ver si localizaba mi bolsa, tampoco.

Claro que no están tus cosas, ¿qué clase de secuestro sería si te hubieran dejado conservarlas?, pensé con ironía.

En cuanto esas palabras hicieron efecto, la sangre se me congeló. Volví a ver la silla.

Michael.

Me estremecí con el recuerdo de la fotografía, mi ex novio había estado aquí, en esta misma habitación, sentado en esa silla, golpeado e incluso torturado, tal vez. Cientos de imágenes golpearon mi cerebro, formulando la respuesta a la pregunta que aún no me atrevía pronunciar.

Pepe Grillo.

Un escalofrío acompañó esas dos palabras, recorriendo desde la cintura hasta la nuca, dejando a su paso un miedo cerval.

Me enderecé dispuesta a investigar el cuarto, pero justo cuando puse los pies en el suelo una rata del tamaño de un chihuahua pasó corriendo, di un brinco que si no hubiera sido por el techo posiblemente habría llegado a la luna.

Escuché muchas patitas correteando por el suelo, tal vez habría otras 10 ratas por ahí. Con las manos bien aferradas al colchón, incliné mi cuerpo para ver si localizaba a alguna de esas bestias peludas, no lo conseguí. Probablemente se habían asustado cuando la luz invadió su pacífica oscuridad y habían buscado refugio bajo el ¿catre? lo que sea que sostuviera al colchón, tal vez incluso habían atravesado uno de los muchos agujeros de las paredes, suertudas.

Luego de respirar hondo y reunir el valor suficiente puse un pie en el suelo por un par de segundos, cuando ninguna de las ratas me mordió, me sentí un poco más segura para bajar el otro pie.

Logré levantarme, aunque por un instante creí que fallaría y que las piernas se me derretirían como gelatina. Me estiré para espantar lo que quedaba del entumecimiento, para finalmente dar un par de pasos. Noté una ventana al otro lado de donde estaba el colchón, por desgracia esta había sido sellada con madera y clavos, impidiendo que el sol o cualquier rastro de luz entrara.

El sabor de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora