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Salimos de San Francisco poco antes del mediodía acompañados de Henry y Vernon. Era un día precioso, cielo despejado y el sol calentando el asfalto. Alex se veía tranquilo, podía ver la felicidad danzando en sus pupilas, yo en cambio sentía que en cualquier momento podría sufrir un colapso nervioso.

Me aterraba conocer a los padres de Alex, la silueta que vi detrás de él cuando fui a buscarlo seguía fresca en mi memoria. Había sido una presencia siniestra o al menos así lo percibí. Le atribuía la culpa por la que Alex había fingido no conocerme y el hecho de pensar que ahora al fin le pondría cara, porque claro que asumí que se trataba de su padre, me asustaba.

Tal vez debí haberle preguntado a Alex sobre él, confirmar si mis sospechas eran ciertas, pero al verlo tan emocionado porque conociera a su familia, no me atreví. Logré convencer a mi cerebro de no emitir ningún juicio al respecto hasta que la presentación ocurriera. Tal vez sólo estaba siendo demasiado paranoica.

En el camino Alex me contó que tenía cuatro hermanos, April la más pequeña, Liam menor que él y los dos mayores, los gemelos William y Jeremy. Sonreí al recordar ese primer sueño de tiempo atrás cuando Alex, que en ese entonces se hacía llamar Andrew, mencionó que tenía dos perros Will y Jerry. Nombres inspirados en sus hermanos obviamente.

En general se llevaban bien los cinco. April era la princesa de la casa, la adoración de todos los hermanos. Liam estaba por terminar la preparatoria, aún no formaba parte como tal de la organización criminal. Su padre había decidido dejarlo al margen porque no consideraba que estuviera listo, algo que a Alex le parecía una ridiculez debido a que él aprendió a usar armas a una edad menor que la tenía Liam en esos momentos.

William era su hermano favorito, fue quién le enseñó a disparar, a pelear y hasta a coquetear con las chicas. Jeremy por otra parte, siempre fue distante con él. Alex creía que estaba celoso por el trato que su padre le daba, siempre en contra de su participación en misiones y cuestionando su papel en la familia. Yo preferí creer que se trataba de un hermano mayor que sólo se preocupaba por su bienestar.

Casi dos horas más tarde, llegamos a un pueblo de madera que compartía la vista con un campo de Golf en la parte trasera.

— Bienvenida a Meadwood — Alex sonrió.

El auto se detuvo justo en la entrada junto a la facha de piedra, un hombre uniformado con camisa azul y pantalón beige salió de la pequeña caseta de vigilancia para recibir el auto.

Al final de los peldaños se encontraban otros tres jóvenes que ayudaron a bajar las maletas además de guiarnos hacia la recepción.

Me quedé boquiabierta ante la belleza del resort; tenía alfombras de sisal cubiertas por otras de lana gruesa color blanco y crema con toques de dorados, marrón y azul claro. La decoración era elegante al igual que el mobiliario, un estilo campestre, hermoso y relajado.

Fuimos recibidos con una copa de vino y una afectuosa sonrisa de la gerente del hotel, quien se presentó como Helen. Luego del registro, el botones nos acompañó hasta la que sería nuestra habitación.

Me sorprendió que no nos encontráramos con ninguno de los amigos de Alex ni con sus padres, pero la pregunta se quedó atorada en mi garganta apenas la puerta del dormitorio se abrió, si es a eso podía llamarse dormitorio. Parecía todo un departamento de lujo.

La sala se encontraba primero con un sillón de tres plazas color granito y cojines de cuadros, flanqueado por dos lámparas de pie. Una mesa de centro de madera sostenía un jarrón con flores. Una chimenea con marco de piedra al frente, junto con un puñado de troncos y un atizador de hierro. Al lado de esta una pantalla plana que dudaba alguien pudiera verla cuando hay tanto por ver afuera. Junto a la puerta había un mueble de madera con dos cajones y dos repisas de cristal sobre las cuales había copas y un par de botellas de bebidas alcohólicas.

El sabor de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora