2

63 4 4
                                    

Mis sueños recrearon en mi inconsciente Roll and Shacks, no fue una sorpresa considerando lo feliz que estuve y lo bien que la pasé en mi cita.

Pero a diferencia de lo que ocurrió en la vida real, esta vez Zac no estaba solo, mucho menos esperándome. Estaba sentado con dos chicas a cada lado, rodeándolas con los brazos, intercalando besos apasionados entre una y otra, que resultaron ser Anna y la mesera que nos atendió ese día.

Al igual que había hecho por la tarde, caminé hasta él. Se detuvo solo un instante, sacando la lengua de la boca de la mesera.

— ¿Te puedo ayudar en algo? — preguntó conteniendo una risa, que había sido provocada por Anna y su lengua resbalosa.

Su ex novia, parecía sanguijuela pegada a su cuello, succionando y lamiéndole desde el lóbulo de la oreja y dejando un reguero de baba hasta donde iniciaba su playera.

Ante mi aparente mutismo, le restó importancia a mi presencia y volvió la cabeza, esta vez para encontrarse con la boca de Anna.

— ¡Oh, pobrecilla! — dijo la mesera — ¿Creíste que iba en serio contigo?

Las carcajadas a mi espalda no se hicieron esperar. Avergonzada y humillada giré sobre mis talones para largarme de ahí lo antes posible.

Fue como recorrer el camino de la vergüenza, ninguno de los presentes se cayó sus opiniones ni comentarios, gritándome al unísono, riéndose y abucheándome como si hubiésemos perdido un partido por mi culpa.

"Pobre ingenua, creyó que le gustaría"

"¿Quién podría fijarse en ella?"

"Regresa al Kinder, enana"

"¿Acaso no te has visto en un espejo?"

Sentía las lágrimas que empezaban a asomarse entre las pestañas, mi corazón que en un inició latía agitado, poco a poco dejó de hacerlo, a tal grado que creí que moriría porque se había roto.

Justo cuando salí por la puerta, por la que jamás debí entrar, choqué con algo o mejor dicho alguien. Me costó reaccionar al principio, tenía los ojos tan empañados que era difícil ver más allá de mi nariz. Entonces, unos dedos suaves como algodón ascendieron por mis mejillas, limpiando todo rastro de humedad, más no de tristeza. Parpadeé una, dos, tres veces, hasta que por fin pude volver a enfocar.

Lo primero que vi fueron sus piernas, largas, tensas como si estuvieran preparándose para correr, llevaba puesto un pantalón liso que parecía costoso, de esos que usan los famosos en las portadas de revista.

Luego su torso y abdomen, se percibían los cuadritos como tableta de chocolate, un pecho firme, cubierto por una camisa blanca con tres botones desabrochados, alrededor del cuello tenía una marca como si hubiese tomado el sol con un collar por demasiado tiempo.

Seguí subiendo... piel bronceada; una barbilla con hoyuelo; rastro de vello facial en las mejillas, quizá hacía unos días que el rastrillo pasó por ahí. Nariz recta, con una cicatriz pequeña del lado izquierdo. El cabello lo tenía un poco largo, castaño con reflejos de color caramelo, cejas un tanto pobladas y luego estaban sus ojos. Unos ojos en los que podría perderme, grises como la neblina, con cientos de secretos ocultos alrededor de la pupila.

Si alguien me preguntara cómo es el chico de mis sueños, probablemente hasta antes de este momento habría descrito a cualquier galán de película, pero ahora, sé con toda certeza como de que llamo Sophia que sería así, igual a él.

Tenía un aire de misterio, como James Bond u otro agente secreto del estilo. Seductor, confiado, irresistible. Creí que jamás en mi vida había visto algo más hermoso, pero entonces sonrió. ¡Dios bendito! Su sonrisa, más allá de ser blanca y con dientes alineados, era cálida, como recibir un abrazo del sol. Confortable, fogosa. Aún no sabía ni su nombre y ya lo deseaba como quien desea un buen pastel cuando está a dieta. Había escuchado hablar antes del amor a primera vista, pero nunca lo había sentido ni entendido, hasta este momento.

El sabor de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora