¿Estás triste? La pregunta que me hicieron en numerosas ocasiones durante los siguientes ... ¿días? ¿semanas? No lo sé. El tiempo había seguido avanzando de forma diferente para mí; como si estuviera soñando de forma permanente. Me sentía ajena a la realidad, desconectada. Mi hemisferio izquierdo era consciente de que el mundo no se había detenido, se percataba de las voces a mi alrededor, aunque nunca prestó atención a lo que decían. Estaba demasiado preocupado por su compañero, el hemisferio derecho, que había entrado prácticamente en coma. Así que triste era una palabra que no alcanzaba para expresar como me sentía. ¿Deprimida? Sí puede ser.
Estaba enferma; sin apetito; sin ánimo de hacer absolutamente nada. Síntoma número 3214, dolor en el pecho con cada respiración. Diagnóstico: corazón roto.
Mi burbuja rosa no se rompió ésta vez, pero si perdió el color, los filtros de arcoíris se averiaron, quedando en su lugar escalas de grises la mayor parte del tiempo y otros tantos sepia en los "días buenos".
Escuché más consejos en ese tiempo que en toda mi vida, cada uno rebatido por lo que sea que quedaba en mi interior aunque jamás expresado en voz alta.
"Deja que el tiempo cure tus heridas y te ayude a olvidar". El tiempo no cura nada, sólo te acostumbras a la idea. No te hace olvidar a nadie, sólo te acostumbras a vivir sin ellas.
"No deberías dejar tu felicidad en manos otra persona que no seas tú". Sí claro, pero ¿qué pasa cuando esa persona es tu felicidad?
Después de ... no sé... un tiempo, Kim se hartó de mi comportamiento, algo más que comprensible. No era una buena compañía, me había sumido en mi propia tristeza al grado de ser insoportable.
— No soy tu mamá, soy tu amiga. ¿Quieres estar ahí tirada como indigente? Hazlo. Llora, berrea, patalea. Cuando quieras volver al mundo real, aquí voy a estar — fue el último discurso que le recuerdo decir.
Kyle, por otra parte, no compró ningún libro de autoayuda para bombardearme con consejos. Simplemente pasaba por mi habitación y se quedaba ahí, tumbado a mi lado. No decía nada, sabía que era un pérdida de tiempo, así que me ofrecía lo único que podía: su compañía.
O lo hizo hasta el día ... no sé, un día. Al terminar las clases entró como de costumbre hasta el dormitorio, pero en lugar de acostarse, me jaló de los pies hasta que caí de la cama.
— Vamos a ir a tomar algo, así que cámbiate o te llevó así.
Volví a la cama arrastrándome como el animal moribundo que era, mi amigo repitió el tirón. Tras un enfrentamiento de miradas, perdí.
Resignada me puse unos leggings, una sudadera con el escudo de la universidad y lo seguí.
En lugar de ir a Hygge, fuimos a un bar a tres cuadras del campus, no recuerdo el nombre, pero tenía un estilo muy vintage, la carta ofrecía un montón de cervezas artesanales, mobiliario de madera y pósters de películas viejas enmarcados y distribuidos sin orden aparente por las paredes. Había una mesa de billar y los éxitos de los 80's sonaban por los altavoces en un volumen prudente que acompañaba las voces de los clientes en lugar de sofocarlas.
El local estaba a menos del 50% de su capacidad, así que no tuvimos problemas para apañarnos una mesa lejos de la entrada y la mesa de billar.
Kyle ordenó por ambos, asumiendo que hasta había perdido la capacidad de leer. A mi me trajeron una lagger y a él una pilsen. Las primeras tres rondas, mi amigo se la pasó hablando sobre sus clases; un proyecto en el que trabajaba; la comida que tuvo con un profesor y no sé que más.
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El sabor de los sueños
غموض / إثارةSophie, su destino da un giro inesperado cuando comienza a soñar con un apuesto joven del que se enamora perdidamente sin saber su nombre y menos si es real. De lo único que está segura es de que debe encontrarlo. Alex, luego de quedar en coma tras...