24

22 2 5
                                    


Volvimos al pent-house pasando la media noche; el enojo de Alex se había disipado hacía rato, pero aún podía sentir la frustración que intentaba esconder. Me sentí terrible por haber actuado sin pensar, poniendo mi vida en peligro y la de otros tantos, las palabras de Dasha se habían grabado en mi cabeza.

Si un conductor me hubiera atropellado por accidente Alex lo habría despachado de un tiro, aunque la culpable fuera yo. Y en el imposible caso de que hubiera sido Michael ¿Qué habría pasado? ¿Se entregaría? ¿Confesaría cómo es que de pronto resucitó como Lázaro? Bueno, al menos Kim y sus padres estarían bien.

El silencio en el recibidor del edificio no me sacó de mis pensamientos, pero la cara confundida de Alex sí que lo hizo.

— ¿Qué ocurre?

— James no está.

— ¿Y? Es tarde tal vez se fue a dormir.

— En ese caso estaría un reemplazo.

— Puede que haya ido al baño — Alex negó con la cabeza —. Entonces, ¿dónde crees que esté? — bostecé.

— No lo sé, pero antes de averiguarlo será mejor que primero te llevé arriba para que descanses.

Sonrió con ternura, para luego entrelazar sus dedos con los míos y llevarme al elevador.

Cuando las puertas se abrieron en el piso de Alex, ambos nos detuvimos en seco, horrorizados ante la escena frente a nosotros.

El departamento estaba completamente desordenado; la vajilla hecha añicos; papeles por doquier; los sillones rasgados; la laptop en el suelo con la pantalla rota; pedazos de vidrio regados a donde quiera que miraras; las cortinas quemadas; muebles de cabeza, como si hubiera ocurrido una batalla.

— ¿Eso es ... sangre? — Pregunté aterrada, señalando un rastro que había desde la entrada hasta el dormitorio.

— No lo sé, quédate aquí, iré a revisar.

Alex caminó con cuidado, evitando pisar los vidrios, lo cual era complicado ya que estaban por todas partes, me quedé inmóvil junto a la pared, viendo cómo se acercaba a la habitación.

— ¿Y bien? — Grité, recorriendo con la vista cada oscuro rincón como si esperara que saliera un monstruo.

— Será mejor que no vengas.

Volvió a donde yo estaba, sacó su sacó su celular y pulso velozmente los números de la pantalla.

— ¿Por qué? ¿A quién le hablas?

— A mi padre, ven vámonos.

— ¿Irnos? ¿A dónde? — pregunté atónita y luego sintiéndome estúpida, era obvio que teníamos que salir de ahí lo antes posible.

— A casa de mis padres.

Buscó las llaves del auto, tomó mi mano y bajamos al estacionamiento.

— Hola soy yo, perdimos a Alfred y a Herman junto con sus hombres, voy para allá con Sophie.

Una voz al otro lado hablaba con prisa, dando posiblemente indicaciones, al terminar de escucharlas colgó. En el auto envío un mensaje al resto de sus amigos para informarles de la situación y pedirles que se reunieran con nosotros en casa de sus padres.

— ¿Quiénes son Alfred y Herman? — pregunté cuando dejó el teléfono sobre sus piernas.

— Son parte del equipo de seguridad, supongo que vieron a alguien subir al departamento y por lo visto no resultó bien para ellos.

El sabor de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora