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Mientras esperábamos a que llegara aquel hombre, que resultó ser un famoso retratista. Kyle, Alex y yo nos cruzamos la calle para entrar a Hygge. Henry se quedó afuera vigilando.

Sabía que mi amigo tenía aún más preguntas que Kim y que debería responderlas, pero me faltó valor para contarle lo que pasaba. Kyle me conocía mejor que nadie, sabía que le ocultaba cosas y yo sabía que eso estaba lastimando nuestra relación. Pero no me presionó para que soltara la sopa, aunque no dejó pasar la oportunidad para recordarme que no estaba bien lo que hacía.

Luego de pedir la segunda taza de café, la campanilla sobre la puerta sonó, Jerome entró con su mirada fría que tendría la capacidad de congelar Arendell más rápido que Elsa si quisiera. Detrás de él noté que venía alguien más, pero no fue hasta que el inmenso cuerpo de Jerome se apartó, que pude ver al dibujante. Un hombre de baja estatura, delgado, con la espalda encorvada, le calculé al menos 50 años. Las arrugas que surcaban su frente y mejilla le daban un aspecto de sabiduría como la de un viejo hechicero de alguna película de fantasía.

Cuando el par de hombres se acercaron, Jerome permaneció de pie con los brazos cruzados, mientras que Wesley inclinaba la cabeza en señal de saludo respetuoso a Alex, quien procedió con las presentaciones.

El hombre arrastró una silla, sentándose cerca de Kyle, mientras que Alex y yo permanecimos al frente de mi amigo. Luego dejó sobre la mesa una libreta y extrajo varios lápices de distintos tamaños y puntas. Una vez listo asintió.

— Kyle — dijo Alex — quiero que describas todo lo que recuerdes de la persona que te dio el sobre.

Los ojos de mi amigo buscaron los míos; traté de sonreír para darle ánimo, pero no sé qué tan convincente me vi. Supongo que lo suficiente porque tras soltar un suspiro, comenzó a hablar.

— Era un hombre, alto, caucásico, llevaba lentes cuadrados con armazón de metal, como de esos que usan los ancianos. Aunque él no se veía tan grande. Le calcularía unos 30 años. Nariz grande con el tabique desviado, sin barba, pero sí con un rastro de vello facial. Cabello oscuro con una incipiente calvicie. Una cicatriz le atravesaba la mejilla derecha. Cejas pobladas y despeinadas, mentón prominente, orejas grandes. Espalda ancha — señaló a Jerome — un poco menos que la de él. Vestía ropa oscura, negra tal vez. Llevaba una bufanda roja y guantes de piel.

El señor Wesley fue trazando con la habilidad propia de un artista cada una de las descripciones, intercalando un lápiz de punta gruesa con otro de punta más fina. Borrando, sombreando y quién sabe que tanto más. Al terminar, giró su libreta para que los tres pudiéramos ver el resultado.

Kyle asintió ocultando el temblor con una cara de sorpresa. Acto seguido, la hoja fue arrancada y entregada a Jerome, que sin esperar instrucciones salió con paso firme.

— Eso es todo Wesley, gracias.

No dijo nada, pero vi un brillo reflejado en esos ojos astutos. Era obvio que le gustaba ser de utilidad para aquella familia. No dudaba de que su trabajo fuera bien remunerado.

Tras pagar la cuenta, cortesía de Alex, volvimos a la camioneta seguidos de Henry y Vernon que probablemente había vuelto con Jerome, pero había permanecido afuera con su compañero. Abracé a mi amigo dándole las gracias y prometiéndole que se lo explicaría después.

— Ten cuidado — dijo él, en el mismo tono que yo.

De vuelta en el pent-house, arrastré mi cansancio hasta el elevador, anhelando la cama y un buen sueño reparador. Por desgracia este se espantó al notar que teníamos visitas. Los italianos y Melanie estaban sentados en la sala, conversando con cerveza en mano.

El sabor de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora