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Los rayos del sol me arrancaron de las garras de la oscuridad en la que estaba sumida ... esperen, ¿sol? Pues sí, había luz, mucha luz que bañaba la habitación e inundaba cada rincón con su calor matutino.

Me enderecé de golpe, admirando mi nuevo entorno, ¿acaso así se sienten los animalitos cuando son extraídos de su hábitat natural? Por que justo así es como me sentí, primero el cuarto oscuro y asqueroso que podría ser el equivalente a una jaula en un zoológico, y luego el traspaso a esto ... que sería uno de esos cautiverios modernos que simulan ser reservas naturales, pero cautiverio a fin de cuentas.

La nueva habitación era mucho más grande, parecía extraída de una novela de Jane Austen. La cama con dosel enorme en la que por cierto reposaba; la mitad de los muros hacia abajo pintado de verde olivo y con papel tapiz floreado hacia arriba. Una banca tapizada de terciopelo a los pies de la cama. Del lado izquierdo una cómoda de madera, pintada del mismo tono que las paredes y con detalles floreados hechos a mano

En el lado derecho había un librero de madera que abarcaba prácticamente toda la pared, entre sus repisas habían libros, macetas, velas y flores artificiales. En la esquina siguiente, a unos pasos de la ventana una salita con tres sillones beige, cojines naranja y una mesa de cristal al centro que sostenía un jarrón con girasoles. Detrás de uno de los sillones había una lámpara de pie y ... ¡la ventana!

Me levanté de un brinco, sin pensar en ratas o algún otro animal rastrero; mis pies fueron recibidos por una alfombra color claro con bordes ciruela. Caminé con prisa hacia mi posible ruta de escape y ...

¡Maldita sea!

Tras las delgadas cortinas, sí había una ventana, pero bien asegurada con barrotes, que tampoco es que importara mucho, porque por lo que mis ojos pudieron captar, estábamos como en el campo. Es decir, sin vecinos a la vista.

Con la cara casi embarrada al vidrio, recorrí con la vista de un extremo al otro. La casa era de dos pisos, vi una camioneta pick up estacionada al frente, junto a un montón de arbustos con flores de colores. A unos pasos de la construcción, un camino de tierra de un solo sentido, al otro lado parcelas escalonadas con ... no sé, alguna cosecha, ¿trigo? ¿maíz? eran altos.

Entrecerré los ojos, creyendo que tal vez mi vista se afinaría un poco, no sé si funcionó o no, pero en definitiva no vi ninguna otra casa por ningún lado. Ni autos, ni gente, ni nada. ¿Dónde demonios estábamos?

Estábamos ...

¿Quiénes? ¿Los asiáticos? ¿Yo? ... ¿Michael?

En cuanto pensé en su nombre, mis ojos se inundaron. A diferencia de lo que pasó con su muerte fingida, esta vez en serio me dolió hasta el alma. No es que justificara su toxicidad al secuestrarme y sentirse con el derecho de decidir por mi, sobre con quién debería o no estar, pero al final había intentado hacer lo correcto. Se dio cuenta demasiado tarde para corregir sus errores. Y en un último acto de heroísmo había vuelto por mí, en lugar de huir y salvarse a si mismo, había regresado y eso le había costado la vida.

El recuerdo de las últimas palabras que le escuché decir a Feng antes de dispararle retumbaron en mi cabeza.

Los planes cambiaron y el trato expiró.

¿Por qué cambiarían los planes? ¿Por qué alguien hace eso? ... Porque algo sale mal, porque tienen que adaptarse a los imprevistos y eso sólo podía significar que ... Alex estaba cerca.

La esperanza se animó a asomarse, eso tenía que ser ¿verdad?

¿Por qué otra razón matarían a Michael? Bueno, ya sé que los había descubierto, pero luego de tanto tiempo de trabajar juntos, ¿por qué no volverle a lavar el cerebro? Seguro que les creía ¿o no?

El sabor de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora