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La nada me recibió con un abrazo casi gratificante, percibí cosas grises traslúcidas a mi alrededor ¿las nubes del cielo? No, esperen, había fuego, creo ... chispazos o reflejos de algo rojo y caliente, ¿el infierno?

Maldita sea, mi cuerpo debía estar flotando en el limbo.

De pronto sentí un peso sofocante sobre mí, supuse que así es como debía sentirse la muerte y que el peso era una especie de representación dramática de todos los pecados y errores que cometiste en tu vida.

Además olía a ... menta.

Me atreví a abrir los ojos, que hasta ese momento noté que se mantenían cerrados y apretados y ... no estaba muerta.

Lo que hasta hace unos segundo creía que eran las nubes que te reciben en el paraíso, resultó ser polvo que ya comenzaba a asentarse. Las llamas no se trataban del infierno en el que claramente solo habría ido a parar por un error de San Pedro o quien sea que se encargará de decidir el destino final de las almas, era fuego pero provenía de otra parte ... ¿muebles?

El peso no era un castigo de la parca ni mucho menos, era ... Alex. Su aliento me daba de lleno en la cara, estaba enroscado a mi alrededor, pero ¿cómo?

Logré enderezar la cabeza con un esfuerzo sobrehumano, lo primero que vi, después de Alex, era el enorme agujero que había entre donde sea que nos encontrábamos y lo que hasta hace poco fue mi cuarto de encierro personal. La habitación prácticamente había estallado, las plumas del colchón aún caían con gracia en un vaivén lento y constante.

El fuego, en efecto provenía de la madera y hasta las cortinas. El techo se había desplomado, aplastándolo todo. Todo excepto a mí, de alguna forma Alex había corrido a mi lado, empujándome con una fuerza de otro mundo y habíamos atravesado la pared hasta caer en otra habitación, ¿cómo? ¿cómo es que habíamos podido sobrevivir?

No tuve tiempo de buscar la respuesta, Alex tosió reclamando mi atención hacia su rostro, ahora cubierto de polvo.

— Hola — sonreí.

— Hola, nena.

Lo besé y como si se tratase de un hechizo invertido, cuando sus labios tocaron los míos, la princesa (yo) se desmayó.

Por tercera vez en ... ¿cuántos días habían pasado? No importa, por tercera vez desde que fui secuestrada, abrí los ojos saliendo del estupor. Todo estaba oscuro, me asusté creyendo que toda la batalla y el rescate se habían tratado solamente de un sueño, pero entonces reconocí mi entorno. Las paredes grises, las pesadas cortinas, el mobiliario, era la habitación de Alex en el penthouse.

Logré enderezarme un poco, y digo un poco porque parecía que mis músculos se habían declarado en huelga. Quejándose a gritos por el esfuerzo, pero los ignoré, ya habría tiempo para reposar y recuperarme por ahora necesitaba salir y encontrar a ...

Alex abrió la puerta en ese instante, apenas notó que estaba despierta corrió a mi lado.

— Pero ¿qué haces? — Preguntó sonriendo — no debes levantarte.

— Solo quería asegurarme que no era un sueño.

Sus hombros se pusieron tensos y una ráfaga de tristeza surcó su carita preciosa, demasiado rápido como para hacerme dudar si en verdad había pasado por ahí.

— Aquí estoy, estás a salvo — acomodó un mechón suelto detrás de mi oreja — ¿cómo te sientes?

— Adolorida, ¿por qué tú no estás en cama?

— Señorita Vera ¿acaso esa es una proposición indecente?

Me reí con ganas, por desgracia no duró mucho porque mi abdomen se quejó por el esfuerzo que esta implicaba.

El sabor de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora