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Protegida por los barrotes de madera de la escalera, me puse en cuclillas para poder observar lo que estaba pasando abajo, alcancé a ver a los pies de un hombre que era arrastrado por otros dos, gritaba en una lengua desconocida para mí a una velocidad impresionante.

— Llévenlo atrás y amordácenlo de una vez — gritó una voz grave.

Escuché una puerta abrirse y luego cerrarse.

Mi atención volvió a centrarse en la entrada de la casa, un reguero de gotas oscuras esparcidas desde la puerta, perdiéndose por el pasillo, sangre.

Instantes después la puerta volvió a abrirse, esta vez entraron un par de niños rubios, la niña era un poco más alta, probablemente de 12 años, su manita se aferraba a la del otro pequeño, debía rondar los 10 años. Venían escoltados por otro hombre de cabello claro, espalda ancha, bien vestido, aunque con rastro de polvo sobre sus traje y unas cuantas manchas rojas en el cuello de la camisa.

Laurie apareció en mi rango de visión, intercambió unas cuantas palabras con el hombre, que luego de afirmar se marchó a la parte de atrás de la casa. La madre de Alex llevó al par de pequeños en la dirección opuesta, hacia la sala.

Confundida y con las lágrimas ya secándose, froté mis ojos y me dispuse a bajar las escaleras, esperando que mi aspecto no resultara aterrador para los dos pequeños.

Bajé el último peldaño, confirmando mis sospechas sobre las gotas oscuras que resaltaban del piso de madera. Aprovechando que no había nadie observando, me asomé por el marco de la puerta que daba a un pasillo y otra ¿sala? ¿Cuántas salas podía tener esta casa? Más allá de los sillones, descubrí una puerta que daba al jardín trasero. El rastro de sangre continuaba por toda la habitación, ensuciando la muy probable costosa alfombra.

Las voces de la otra sala llamaron mi atención. Fui hacia ellas.

Me recargué en la pared más cercana, sin atreverme a dar otro paso hacia los dos niños, estaban sentados en un sillón doble, sus piecitos colgando. La niña abrazaba a su ¿hermano? Debían ser hermanos, de cerca se notaba el parecido. Los ojos de Laurie se encontraron con los míos.

— ¿Te encuentras bien, querida?

Afirmé con la cabeza.

— Ellos son Minna y Roth Kugler — señaló a los dos chiquillos.

Los hermanos menores de Dom.

Quería preguntar qué había pasado, pero mi hemisferio izquierdo había sido tomado por la fuerza por el sentido común que se hizo oír, gritando que no era buena idea.

— ¿Puedes quedarte con ellos? Iré por algo de jugo.

Volví a asentir. Laurie se puso de pie, sonrió a ambos niños y caminó hacia la cocina, el ruido de cristales y puertas se oía de fondo.

Me concentré el par de niños, me senté frente a ellos y antes de poder hablar, Minna me vio.

— ¿Estás bien?

— Sí, estoy bien, ¿tú cómo ...

— Tienes los ojos hinchados, ¿lloraste?

En un acto reflejo, me llevé las manos a la cara, frotando ojos y mejillas, como si eso fuera a servir de algo.

— ¿También atacaron tu casa? — esta vez fue Roth quién preguntó.

Me quedé muda, ¿cómo es que estos pequeños podían estar conscientes de lo que les pasó?

Son niños, no estúpidos.

Me reprendí mentalmente, claro que debían saber mucho más que yo sobre los problemas en los que su familia estaba metida, me preguntaba qué tanto sabían y dónde demonios ...

El sabor de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora