Migaja de Pan

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Nuestro mundo está conformado por gigantes.

Gigantes que le dan forma a la tierra. Que rigen el clima. Que otorgan comida. Que forjan el entorno y distorsionan el ambiente en toda dimensión. Con todo lo que cualquier sentido abarque.

Gigantes que son dioses o dioses que son gigantes.

Ambos son lo mismo para nosotros, tan pequeñas e insignificantes criaturas que apenas y existen en el radar de su presencia. Casi accidentes de su creación.

Ellos eligen quienes viven y quienes muren, y por ello, todos hemos decidido no abandonar nuestros hogares hasta que es muy tarde por la noche y todas las luces, el sol cálido y el frío, se han ocultado ya. Permitiéndonos escurrirnos entre las sombras en búsqueda de alimentos que han sido olvidados por sus manos o tesoros para construir nuestros hogares de las sobras de sus acciones.

Algunas veces nos aventuramos antes, pero es solo cuando ellos se han retirado a otros universos, más complejos y salvajes, más allá de lo que conocemos como vida; atendiendo sus asuntos divinos y dejando así nuestra tierra en silencio y quietud. Casi abandonada.

Recuerdo que, al inicio, cuando era pequeño, me daba pánico que no volviesen. Acostumbrado a sus movimientos y a sus canciones incomprensibles. Temía que fuéramos abandonados, rechazados por su magnificencia.

Pero siempre volvieron. Siempre vuelven. Así son los dioses.

He escuchado de otros, que hay quienes viven fuera de los límites de este lugar. Allá en donde no hay reglas y el páramo se extiende en su crueldad fría, donde solo habita la oscuridad y el agua extraña, donde no hay dioses. Donde no hay vida ni paz.

Yo no sé si les temo más a ellos o a saber que no hay nada más allá para nosotros. Por un lado, estamos a su merced, pero por el otro... La soledad del vacío que no perdona me atormentaría de tan solo verla.

Tal vez los dioses no siempre son buenos y quizás no siempre entendemos sus necesidades como los hijos mal portados que somos ante su divinidad, pero creo que estoy bien aquí.

Aquí.

Aquí donde Ella, quien a veces cuando todos se han ido y no hay más dioses rondando, me sonríe. Una musa de canciones, una inspiración de leyendas. Una gloriosa misericordia de sol, providencia y redención.

Hola pequeñito. ¿Quieres algo de comer? —

No entiendo del todo lo que dice, o incluso si en realidad ha hablado.

El lenguaje de los dioses permanece prohibido para mi conocimiento, ajeno a mi comprensión. Rehuyendo mi entendimiento mortal y poco merecedor de su gracia.

Pero Su tono me otorga la benevolencia de su sentimiento. Vibrando de una manera pacífica en la que me hace entender Su amor. Que me alcanza con su paciencia, su virtud... su compasión.

Un pedazo de cielo que me es concedido. Ella siempre sabe que necesito y siempre me lo da.

Le rezaré a diario, vez tras vez. Fervientemente, sin falta.

Un trozo gigantesco de alimento que sustentará a mi familia por días.

Layla. ¿Otra vez le estás hablando a ese ratón? —

—¡Solo es un trozo de pan!

Prompt: Perspectiva de un ratón en una alacena.


"E" es por las ExcusasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora