Maldición y Amistad

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El sol estaba en ese punto en donde comenzaba a arder más que solo calentar y Amuntu rodó desde el patio de aquella abandonada fortaleza para comenzar a escalar su torre preferida.

El dragón hizo una pausa notando como el agua resplandecía con diamantes hechos de fantasía que bailaban sobre la superficie como diminutas hadas en algún lago mágico. A él le encantaban ese tipo de vistas, tan tranquilas y bellas dentro de su normalidad. Algo de calma y paz mientras los humanos existían lejos.

Donde deberían quedarse, sin invadir más.

El puente, por otro lado, era algo completamente distinto.

Su apariencia fea y desagradable interrumpía el paisaje dolorosamente, obligando a las mariposas y a los cisnes que habían elegido los alrededores para crear su nido a agacharse bajo su régimen de hierro y madera.

Pese a que la fortaleza era algo también hecho por humanos, la roca le permitía un poco más de naturaleza salvaje dentro de su imagen; a diferencia del puente. Una libertad de soledad que abrazaba como una cueva en la frialdad de sus paredes, creando sombras protectoras para criaturas como los ciervos o los zorros que buscaban un lugar tranquilo donde descansar sus patas viajeras. Una caverna segura y olvidada.

El puente, en cambio, era un punzante recordatorio de cómo los humanos forzaban su presencia en todo: la naturaleza, el tiempo, la coexistencia... incluso en sus mujeres.

Amuntu estaba comenzando a fastidiarse de nuevo con el mero pensamiento de semejante raza tan aborrecible y el impulso de quemar toda esa horrenda madera estaba volviendo ya al trono de su mente.

Esta ocasión, incluso permitió a algo de fuego descansar sobre sus fosas nasales, listo para abrir su hocico y convertirlo todo en cenizas para alimentar a los hongos y las plantas y devolver a la naturaleza su sitio, pero...

Un discreto llanto en la parte más alta de la torre que había pensado escalar antes, tan puntual como siempre, le recordó la hora. Haciéndole saber que iba ya tarde para su importante cita.

Tragándose el resto de las llamas, extendió sus garras para rascar un poco en el muro de la entrada, con la cadena que tiraba de ese condenado puente sonando contra sus uñas, jugueteando un poco con la idea. Seguro sería una cosa de un segundo o dos, pero no quería hacerla esperar.

Con un salto, Amuntu trepó en esa larga torre en círculos, tan como lo haría una lagartija con un árbol y rápidamente llegó a la ventana de su inquilina favorita (y la única), quien, para ese momento, estaba ya llorando tendidamente.

—Opal. ¿Es la tristeza nuevamente? —El príncipe que alguna vez fue una princesa lo encaró con una sonrisa afligida; como si sus ojos que en ese momento parecían hechos de la misma piedra que su nombre no fuesen suficiente prueba de su miseria.

Opal, sonreía no porque ella (o él) tratase de esconder sus lágrimas, sino por la ternura que aquel dragón le ofrecía.

La manera en la que lo llamaba: "La Tristeza". Como si fuese una enfermedad y no una parte de ella. Como si fueran algo por separado y como si estuviese enferma. Como si fuese a curarse pronto y estaría así sana y feliz nuevamente. ¿No era eso algo amable? Jamás la consideraba esa tristeza. Esto, era algo más. Algo aparte. Algo que la dejaría tarde o temprano. Para él no estaba triste siempre. No era alguien triste. Era alguien que padecía de algo que pasaría, pero que no por eso desmerecía sus cuidados, sino que, al contrario, los merecía que alguien que no la padeciese. Ni una sola persona en el mundo había sido tan gentil con ella como ese dragón que se suponía debía ser terrible y monstruoso y devorador de mundos.

—Sí. —Respondió con esa voz masculina que estaba empezando a gustarle entre más tiempo pasaba. Algo que, de paso, comenzaba a hacerla sentir culpable también.

—¿Pasó algo mientras dormía, o solo es tiempo? —El dragón tenía una manera muy particular de ver las cosas. Como si el tiempo fuese también parte de su enfermedad y no una fuerza imparable.

Probablemente era porque nunca había sentido su paso; como la criatura inmortal, hecha de fuego y oscuridad que era. Noche y naturaleza. Poder y...

Sus ojos estaban sumergidos en preocupación y Opal gateó hasta el balcón para tocar sus suaves y cálidas escamas. Buscando y ofreciendo el consuelo que se daban en mutua compañía.

Recordó como al inicio le había temido, pero lentamente fue notando lo amable que era de su parte el ir a revisar como estaba, tratando de no asustarle y como le dejaba flores en silencio o hablaba con los árboles, los pájaros y otros animales tratando de buscar consejos para entablar conversación con ella.

La primera vez que consiguió encontrar su propia voz y responderle, fue cuando él le dijo "buenas noches", tras un monólogo sobre lo que había visto ese día en la fortaleza. Le había descrito las plantas y el olor del aire y el cielo y ella... Ella no pudo sino sentir que estaba siendo cruel al no decirle cuando menos "buenas noches" de vuelta.

Amuntu no era un monstruo. Si acaso, era el único caballero real que ella había conocido.

—¿Criatura? —El dragón insistió con tacto y suavidad nuevamente, haciéndola sonreír más abiertamente.

—Creo...creo que es tiempo. Estaba pensando en mis padres. —Su labio temblaba y Amuntu pensó que, para alguien con la forma de un humano, Opal era realmente la única belleza de su especie que él había visto. —Tal vez ya no me quieren de vuelta. Y esto es solamente su manera de decirme que preferirían que estuviese muerta... —

—Yo pienso... bueno, quizás la opinión de un viejo dragón no significa nada para una princesa, pero... —Dejó que un saco rodara desde su pata hasta sus pies, uno que seguramente había recogido en algún mercado para alimentarla. Algo que, aunque era un crimen, ella encontraba terriblemente adorable. — Pienso que no tiene importancia alguna. Y si tus padres humanos te han abandonado en mi cuidado, cuidaré de ti todo lo que tú me lo permitas. Los dragones somos buenos resguardando tesoros. Y para mí, Opal, eres el mayor tesoro de todos los tiempos. —

Opal se rio, imaginando a un príncipe que alguna vez fue una princesa, siendo el hijo de un dragón.

—Entonces, todo lo que queda es esperar. —Sonrió, libre de lágrimas por un día más. Amuntu sonriéndole de vuelta.

Todo lo que necesitaban ahora era que alguien fuese lo suficientemente persistente para entrar a "liberar" a la princesa y ella podría marcharse... O al menos salir de vez en cuando. El hechizo era fastidioso, pero al menos, le había hecho conocer a Amuntu.

Una princesa y un dragón representaban una prisión; pero ¿un príncipe y un dragón? Oh, esas eran las historias que debían contarse.


(Prompt: Una conversación entre un dragón y una princesa)


"E" es por las ExcusasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora