Millie odiaba las playeras que tenían la espalda descubierta. Y las de tirantes. Y las de manga corta.
Si era honesta consigo misma, odiaba cada pieza de guardarropa que no la cubriese como lo hacían las benditas sudaderas con capucha.
Pero no tenía más opciones.
Se acuclilló frente al espejo, odiando su reflejo.
No había cosa más horrible para ella que llamar la atención y ahora... Ahora sería inevitable.
Las plumas, de un azul eléctrico ridículo se movían como si el aire pasara entre ellas, erizándose. Un tirón desde su espalda la obligó a pararse derecha, las alas abriéndose de par en par, orgullosas. Casi como si reconociesen que eran la causa de su tragedia.
Millie suspiró, cubriéndose la cara. Su flequillo era lo suficientemente largo para taparle los ojos y proporcionarle una cortina de anonimato que... no era muy útil ahora. Pero que al menos, era un refugio conocido y acostumbrado.
Si tan solo pudiese desaparecer...
Otro jalón y ella rodó los ojos hasta mirar con reproche a sus nuevos y extraños apéndices que no tenían explicación alguna para existir pero que, por seguro, sí contaban con una voluntad más fuerte que la suya para hacerlo.
—¿Qué quieres? —Les preguntó a sus alas amargamente en el tono que todos los adolescentes parecen desarrollar con una esencia de sarcasmo y volatilidad. Un tipo de veneno en su especie de escorpiones púberes; el aguijón cayendo con el tiempo o solo haciéndose más fuerte. Cuál era cuál indistinguible hasta que los años les hacen mudar de piel.
El ala izquierda (¿Su ala izquierda? Era extraño reconocerla así.) se levantó por si misma sobre su cabeza, como un hacha a punto de descender en su ejecución juiciosa, sin aviso. Un escalofrío que recorrió su columna junto con el latigazo de la acción repentina e independiente, traducido como un miedo animal al desconocer el movimiento; manteniéndola fija en su sitio. ¿Qué se supone que debía hacer? ¿Huir? ¡Estaban pegadas a su espalda!
La hora de la verdad estaba marcada y comenzó la caída en un movimiento vertiginoso que le hizo cerrar los ojos, preparándose para el golpe que jamás llegó.
En su lugar, la sensación más suave y gentil que había experimentado llegó a su piel como una caricia sobre su mejilla, envuelta en paciencia y amor en un gesto que le recordaba a su padre. Hacía ya tantos años, empujando su cabello lejos de su rostro, trayendo un poco de melancolía en su afecto tan característico.
Abrió los ojos.
Lágrimas que amenazaban con caer pero que no consiguieron alcanzar la velocidad del salto, distraídas por el ala derecha que tiraba de su cuerpo por atención.
Su pluma más larga, como un índice, señalando la ventana abierta.
El sol se ponía lento y haciéndole carrera, Millie se acercó hasta allí recordando sus palabras.
"Ve lejos, pajarillo. Atrapa el sol y nunca permitas que te atrapen a ti. Te perteneces solo a ti misma. Allá afuera, estoy seguro de que tú podrás siempre..."
—...Ser libre. —Concluyó, haciendo eco de su padre.
Extendió sus brazos tras arrojarse de la ventana, sin nada más que una fe ciega y férrea. Sus alas levantándola sin peso sin traicionar su confianza, como si fuese otra más de sus plumas.
Hacia la noche y el infinito.
Hacia la libertad.
Prompt: A una chica le crecen alas de repente sin ninguna explicación. Parecen pensar por si mismas.
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"E" es por las Excusas
Ficción GeneralColección de 31 historias tontas originales por el mes de Enero. "Es bueno tener algo de talento para ser escritor, pero el único requerimiento real es la habilidad de recordar la historia de cada cicatriz." -Stephen King. Una idea que será manipul...