Génova abandonó su té en el instante en el que escuchó el infernal crujido que había terminado por acosarla fuera de sus pesadillas y ahora se manifestaba fuera de su tranquilo y silencioso hogar en medio del bosque.
Era un horrible y crujiente sonido que irrumpía en su casa como la estampida de descontrolados ciervos zombificados. No probable, pero sí posible. La naturaleza a veces hacía cosas espeluznantes. Por control, por poder, por error. Ausentes. Sin vida. Crueles.
La taza había bailado sobre su platito por tres elípticos segundos en una canción que se antojaba como los momentos antes de dar inicio a la cacería. Perros anticipando mientras tiraban de las cuerdas en ese eco de porcelana mental.
La adrenalina había trepado hasta detrás de sus orejas y Génova trato de tragar, sin encontrar nada. Su lengua pegándose dolorosamente contra su paladar hasta que el frenillo había tirado lo suficiente como para sentir ese regusto a metal.
Su respiración salía en cuentas de tres, temblorosas como una oveja en un campo helado y preocupada, se mordió la lengua apretando los párpados para tratar de continuar. El ardor permitiéndole volver a esa inverosímil realidad.
El sonido interrumpido de un psicópata masticando vidrio, nítido, de nuevo estaba allí. Una y otra vez; justo fuera de su puerta.
Saliva y sangre. Carne y cristal. ¿De verdad podía encajarle los dientes a eso? Otro chirrido que parecía querérselo confirmar.
Pedazos de labio caían al césped en un sordo pero suave último suspiro, pero el masticar no cesaba.
Click, clank. Splish, splash. Monch, plash.
Rápidamente se movió hacia su ventana y agradeciendo una vez más a su última vena artística por sus cristales tintados, se asomó entre las líneas sin textura hacia su cerca; oculta entre la misericordia de su protección teñida que le permitía ver mas no ser vista. Un ojo que conseguía identificarlos en medio de su terror.
Ahí estaban. Otra vez. Dos extraños y monstruosos niños.
¿La gente los había vuelto a abandonar por ahí? ¿Lo estaban haciendo a propósito? ¿Querían lastimarla? ¿Traumatizarla?
Su cabeza estaba comenzando a dolerle otra vez. Palpitando en ondas que amenazaban con ceguera momentánea en búsqueda de una paz que no parecía querer llegar nunca.
Esos dos se veían terriblemente similar. Como réplicas del mismo decadente molde. Eso le estaba empezando a afectar. ¿Por qué se veían igual?
Su ropa estaba sucia, pero desde el cabello hasta los zapatos, se veían igual. Solo sus voces le permitían crear una pequeña diferencia entre el par.
Los contempló atontada mientras la niña arrancaba la puertecita de su pequeño buzón de madera negra, con el pajarito que lo adornaba desapareciendo dentro de esas minúsculas fauces como si no fuese nada. Comiéndoselo.
Parecían disfrutarlo. No dejaban de hablar, incluso cuando con cada letra un pedazo de carne que no dejaba de retorcerse mientras caía junto a los demás.
No había hecho su casa de dulces. Y ella había supuesto que era algo obvio para cualquiera, una vez que estuviesen lo suficientemente cerca. Solo parecía dulce, pero no era realmente un palacio de confituras y amenazas de caries.
Solo quería que la dejaran sola. Solo quería algo de paz.
Su magia hacia que la casa se viese tan amigable y hospitalaria como podía. Lo menos amenazante que pudiese verse, mejor. No quería ser quemada en la hoguera solamente porque su casa era negra o misteriosa, así que... Hizo lo mejor que pudo. Después de todo, Génova era una bruja de cocina. Todo lo que podía hacer o pensar era en cocinar. Pero esos niños... Esos niños eran monstruos.
—No lo soporto más. —
Abrió la puerta del horno, de donde un maravilloso aroma emanaba. Humo púrpura que estaba adornado por destellos que adquirían vida en cada vuelta, sin hacerle daño a su hogar. La última protección de su propiedad.
—Es comer o ser comido, y estoy harta de dejarlos entrar. No permitiré que tomen más de mí. —Su mano izquierda apretaba fuertemente su libro de recetas, lo mismo para ella que para cualquiera de su casta su grimorio.
Su otra mano, a la cual le faltaban tres dedos, sacrificados tiempo atrás en su aventura de amabilidad, ahora le ardían con la ausencia y la desesperación de una comezón incurable. Flexionándose invisibles junto con sus últimos y casi inútiles sobrevivientes. Su pulgar y su meñique. Recordatorios de su error.
¿Qué parte era tan difícil de entender? Solo quería estar sola. Ser una mujer libre.
"Supongo que no está permitido para la gente como yo. Era desde el inicio demasiada ambición." Un desfile de imágenes que venían desde muy atrás en su infancia desbordaron su corazón. Una niña que nunca tuvo permiso para jugar con otros, encerrada por su propio bien mientras su mamá demoraba cada vez más fuera de su casa. Una adolescente que lloraba hasta perder la conciencia en su soledad atormentada, marcas en su cuerpo que duraban hasta que todo había sido reemplazado. Un adulto joven renunciando a la idea de ser amada en cualquier formato que alguien pudiese conjeturar, abandonada.
Rechazada.
Piezas de pan quemado que ni un animal salvaje querría devorar.
—Supongo que nunca fui una mujer. Pero eso está bien. No pretendo ser más lo que no soy. Ahora, solo seré una... —
Rostros gemelos anonadados con la mujer que abrió la puerta de pan. Todo en su casa era verdaderamente delicioso, cada paso con una nueva exquisitez que probar. Había sido un viaje duro y el hambre había sido fatal, pero todo estaba olvidado en ese pedazo de cielo que esa vieja parecía no quererles convidar.
Hansel se acercó hacia ella sin dudarlo, pero su hermana retuvo su mano en un paso decidido.
—¡Bruja! —Apuntó gritando. Sin poder imaginar porqué no había comenzado a correr en el segundo en el que la había vislumbrado.
(Prompt: Un cuento de hadas desde la perspectiva del villano)
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"E" es por las Excusas
General FictionColección de 31 historias tontas originales por el mes de Enero. "Es bueno tener algo de talento para ser escritor, pero el único requerimiento real es la habilidad de recordar la historia de cada cicatriz." -Stephen King. Una idea que será manipul...