Faraj se despertó con una punzada atravesándole los ojos. Enredándose en ellos.
Un sufrimiento reseco que se extendía desde detrás de sus globos oculares hasta el frente del hueco que debían de ser sus pupilas, igual al líquido de una Bola 8 Mágica que debe revelar en el dado dentro de su errabundo estómago celestial las respuestas para una muy insistente chica adolescente que no deja un segundo de calma estar. Ansiosa por confirmar sus misterios.
Aunque con todo y esa sensación de tener un dado en el interior, la principal propiedad de esa tinta oscura que debía encapsularlo escapaba de él. Alejándole el descanso que tan desesperadamente requería. Como la alucinación de agua en el desierto.
Sus ojos convulsionaron en un movimiento reflejo que lo hizo pensar inmediatamente en una cortina que se cierra por si misma porque alguien no la levantó adecuadamente. Rectángulos plásticos cayendo en una cascada dramática de protesta por no seguir el protocolo.
La resequedad era demasiado. Ardía y taladraba a través de la carne de sus párpados; trayendo de regreso a su mente aquella vez en la que tuvo la resaca de su vida. Un suceso histórico que ocasionó, con un sabor a batería que se pegaba en el paladar que parecía adherirse a su memoria corporal, cualquier intento o pretensión de convertirse en un bebedor regular.
La blanca e inmisericorde luz del hospital amenazó con partirle el cráneo; empujando su conciencia fuera de la bendición del sueño como una madre que presiona a su hijo para marcharse a la escuela.
Algo que él había dejado atrás... Hacía más de una década. Donde debía de estar.
Otro parpadeo, lo suficientemente firme para que pensara otra vez en el dado que vivía en el lugar de su cerebro que ahora, rodaba otra vez. "Intenta de nuevo." Decía, siniestramente. Burlonamente. Pero bien, a agitarlo de nuevo, entonces. No quedaba más.
...
Rodaba.
...
¿Por qué el servicio de salud tenía esas cosas, como quiera? ¿No era acaso una mejor idea tener a los pacientes con luz tenue para salvaguardar la sensación de ser el objeto de un cruel e infantil experimento de alguna raza alienígena que se dedicaba a atravesar el cosmos buscando vacas y humanos descuidados?
"Intenta más tarde."
—Ugh, ¿Qué mierda? —La vibración dentro de su garganta cosquilleó su interior de la manera más dolorosa posible. Un ejército de hormigas que marchaban con pequeñas y picudas botas militares en cada pata que subían y bajaban mientras su voz trataba de pasar por ahí; oponiéndose en protesta.
¿Se tragó acaso una semilla de sandía últimamente? Quizás era el crecimiento de la infame planta, trepando desde lo más profundo de su estómago. La naturaleza reclamando al humano en el sentido más literal de la legendaria frase de su tío más extraño.
Tan ridículos los pensamientos que la imaginación recolectaba cuando tenía el suficiente tiempo para andar vagando libremente por ahí, ¿no? Por eso no le gustaba estar desocupado. "El ocio es la madre de todos los..."
—Oh, ¡Menos mal! Estás despierto. —
Faraj parpadeó otra vez y una vez más, cada vez más apretado y con más fuerza mientras trataba de acostumbrarse lo suficiente a esa endemoniada luz para encontrar a la enfermera cuya voz sonaba tan aliviada y alegre de verlo despierto. ¿Era linda? Sonaba linda.
Rodó y rodó el dado con el sonido exterior. ¿Cuál era la respuesta esta vez?
"No saldrá tan bien."
—¿Qué pasó? —Preguntó incluso contra su propio instinto. Una jugada para tratar de detectar su dirección y alejar de paso esa ahora insufrible imagen del dado piramidal que insistía en rodar a través de los surcos de su pobre y muy seguramente magullado cerebro. Ya eran demasiadas preguntas para la bola, pero si seguían sin respuesta...
Agitar una vez más.
—Tuviste un accidente. —Habló de nuevo desde su derecha. Su vocecilla era tan pequeña, que de no ser por la manera en la que articulaba al hablar, él habría pensado que se trataba de una niña. —Te caíste de lo alto de las escaleras del metro mientras ibas a esa apertura del museo que te tenía tan emocionado. —Una pausa dubitativa que dejó lugar a un callado tartamudeo que casi pasó desapercibido para los oídos que todavía resonaban con el pitido del desmayo. —L-lo siento mucho. —
Esa última parte levantó una alarma de incendios que traía pegado al alarido de la sirena una extrañeza arisca. Mientras Faraj se giraba, consideró que no había manera en el mundo factible y coherente en el que se suponía vivía, en el que ella hubiese podido saber sobre la exposición. A menos, claro, que fuese una especie de médium. Y una muy buena, además. Siendo que no le había dicho ni a un alma que estaría haciendo esa tarde en específico.
Las reservaciones de los tickets resguardadas y escondidas de ojos chismosos en su teléfono, que encima, permanecía bloqueado con código, rostro y huella. Y aunque no fuera así, aunque alguien hubiese podido burlar su seguridad paranoica que un canal en línea le había sembrado, este se encontraba en la mesilla de al lado de la cama. La pantalla en negro y estrellada casi tanto como él se sentía, una mueca en su rostro mientras dolorosamente se contorsionaba para corroborarlo. Confirmándole sus sospechas.
Mientras miraba alrededor, con el miedo ahora palpitándole en su adolorido pecho, se percató de que no había ninguna enfermera.
Ninguna.
No había nadie cerca.
El silbido que ocasionaba su respiración acelerándose mientras su aplastada nariz empujaba ansiosa por más aire, haciéndole competencia al pitido de la máquina que registraba su pulso cada vez más rápido.
—Aquí abajo. —Obedeció aquella voz cautelosamente, sus ojos oscuros moviéndose despacio como una especie de objeción a aquel comando que más parecía una indicación tímida de un pésimo guía novato. —Uhm... Hola. —Cerca del suelo, se encontraba una pequeña criatura. Similar a una gorda gota de tinta, su cuerpo se movía con el sonido que, él asumía, debía ser su voz. Su rostro estaba compuesto por el cráneo de un ave que él no podía identificar y en ella, un par de luces amarillentas, como luciérnagas hechas de fuego, que lo observaban con el rastro de la timidez que se le antojaba idéntica a la de un niño de tres años que está conociendo a otra persona por primera vez. —Buenas tardes. Mi nombre es Henry, soy tu recogedor de almas designado. —
—E-e-estoy... ¿¡ESTOY MUERTO!? —
—¡¡NO!! —Henry rápidamente movió sus... ¿Manos? Tratando de calmarlo, incluso cuando no era ni siquiera lo suficientemente alto como para alcanzar la cama. —Verás... No soy muy bueno en esto. —
Era un sueño. Tenía que serlo. Debía serlo.
El pitido de la máquina que ya acariciaba con cariño el ritmo del infarto, alertó a la enfermera real, pero cuando llegó corriendo y él trató de apuntar a la criatura que estaba a las faldas de su cama... Ya no había nada.
—Es usted un hombre muy afortunado, Señor Bakir. —La enfermera real y perfectamente humana le dijo mientras lo revisaba con una sonrisa que procuraba tranquilizarlo. —Por un instante, pensamos que lo habíamos perdido. —
—Sí, yo también lo pensé. —Musitó mientras miraba el sitio donde había estado el ente hace poco. Sin ninguna marca.
"Mejor no decir nada." La última sacudida de la Bola 8 Mágica había hablado.
(Prompt: Un hombre tiene un accidente menor y cuando despierta hay una extraña criatura junto a su cama.)
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"E" es por las Excusas
Fiction généraleColección de 31 historias tontas originales por el mes de Enero. "Es bueno tener algo de talento para ser escritor, pero el único requerimiento real es la habilidad de recordar la historia de cada cicatriz." -Stephen King. Una idea que será manipul...