Tocando Fondo

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Stultton nunca había pensado que la vida bajo del mar sería tan... Aburrida.

Después de todo, ¿No eran acaso llamados "tiburones" los abogados por una razón? ¿Dónde estaba la acción? ¿Dónde estaba el drama? ¿La gente ahogándose en situaciones inexplicables en una urgencia mortal por consejo legal?

Al menos algunas sirenas para mironear y pasar el rato...

Uno pensaría que, si tanto no quería estar tan aburrido, entonces para qué había puesto su oficina actual al fondo del Océano Atlántico. Pero él no se había mudado allí apropósito.

Dudaba que algún pez lo hubiese hecho, es más. Quizás todos estaban ahí justo como él, involuntariamente desplazados.

La luz que se movía a través de las olas lo hacía fruncir el ceño mientras contemplaba su reloj que se había detenido exactamente hacía tres días a las mismas tres treinta y tres de la madrugada. Ese momento maldito en el que se encontró con aquella extraña garra que poseía un liviano y fantasmagóricamente helado agarre en medio de su habitación; un vano gesto humano para sellar el trato por la eternidad que firmaría su condena.

Después de que el barco en el que se suponía se tomaría un descanso justo antes de agarrar uno de los casos más emocionantes de toda su vida se había hundido, pensó que nada más a él le pasaba casi que momentos después de haber hecho su trato con el diablo. No figurativamente, por cierto. El diablo en persona.

Había sido un simple pero clásico deseo.

Después de todo, a Stultton siempre y para siempre sería fan de los clásicos. Había una razón para que fueran los clásicos, evidentemente. Y él les guardaba tanto respeto como amor.

Así que con amor, había escogido el suyo.

"No quiero morir." Diferente de vivir para siempre, en su opinión. Y, aun así, el diablo parecía tener un retorcido sentido del humor, porque ahora... bueno. Ahora no había nada más.

Sin duda alguna, ese boleto excesivamente barato a ese maravilloso crucero sacado de un sueño junto a ese espectacular caso y su oportunidad de hacerse cargo de él, espolvoreados con esa última botella de whiskey que había conseguido tomarse en una delicia que todavía vivía en la parte de debajo de su lengua era todo parte del plan de Él. Y con "Él" no se refería al hombre de arriba, sino al de abajo.

¿Se estaría divirtiendo con eso? ¿Le hacía gracia? Podría apostar que sí. De hecho, si él fuese el diablo, estaría llorando de la risa. Tanto, que probablemente se hubiera tirado ya un pedo en la cara de un pobre demonio más chaparro, incapaz de contenerlo. Qué pena que estuviese en el lugar equivocado en el momento equivocado, pero ese era el infierno y todas las caras su trono.

Una vez más dirigió sus ojos hacia su techo acuático que se movía con tanta tranquilidad que estaba comenzando a darle sueño. Por primera vez en la última década...

Se preguntó si debía tratar de nadar a la superficie, pero un tiburón martillo nadó en una "s" sobre su cabeza casi calva; sus fauces abiertas como la expresión de un niño mentalmente ausente a la primera hora de Historia un lunes por la mañana. Desalentándolo. ¿Quién iba a salvarlo, como quiera? No había nada allí arriba. Solo kilómetros y kilómetros de agua que ni siquiera era bebible. Y ahí abajo ya tenía suficiente de esa.

Un infierno mojado en el cual podía respirar sin problemas como si él fuese la copia barata de Virgilio en el Infierno de Dante después de que el calentamiento global había atacado.

Se sentó sobre la roca en la cual estaba pretendiendo que era su escritorio por el bien de su salud mental que poco a poco estaba empezando a rendirse, presa del hambre y la sed que, aunque no disminuían comenzaban a sentirse ajenas.

Un banco de peces plateados nadó asustadizo a su derecha y él suspiró, extrañando sus otros vicios tanto como extrañaba la superficie y las caras de la gente que no era pez.

¿El tiburón es pez? Parecía uno.

—Tal vez debería de caminar hasta el Triángulo de las Bermudas. —Se dijo así mismo. O quizás, se lo dijo a su compañero de buffet, el tiburón que casi tan nervioso como los peces nadaba aún sobre él. La pobre criatura tratando de entender por qué un pequeño sol con tentáculos estaba en el fondo de arena donde él solía cazar. El cerebro de un tiburón es bastante liso y él, no podía pensar nada más allá. Confundido. —Al menos ahí habrá pobres almas en desgracia que necesiten ayuda y que yo pueda cobrar. —

El trato lo había firmado con el diablo, pero tal vez si Stultton lo hubiera analizado más se habría dado cuenta que lo que había esa noche en su recámara no era una puerta al inframundo, sino espejo, nada más.

Comenzó a caminar.


(Prompt: Un abogado vive en el fondo del mar.)


"E" es por las ExcusasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora