Capítulo I

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Gael sentía un déjà vu el estar corriendo por el bosque. Estaba en su forma lobuna, apenas sintiendo sus patas rozar la tierra, el viento y algunas hojas de las ramas que no lograba esquivar del todo le rozaban el pelaje. Llevaba mucho tiempo sin correr por entre los árboles, y aunque deseaba disfrutar de eso no era el momento; debía estar atento a los límites de su aldea y a los olores a su alrededor.

Un árbol caído a unos pocos metros delante de él marcaba el límite sur de su aldea. Lo saltó, y al aterrizar del otro lado se quedó quieto. No había nada inusual a su alrededor, ni olor ni sonido, pero el sentimiento de déjà vu regresó a él, alterándole el corazón. No era como si no hubiera cruzado antes los límites, lo hizo algunas veces, pero sintió que se trataba de algo más, algo que por mucho que tratara no recordaba. Se concentró en olfatear el aire esperando percibir alguna cosa que lo ayudara, ya fuera con su memoria o con la misión de esa tarde que era hallar a un cachorro perdido. Ese niño había sido temerario, pero muy tonto también. Quiso enseñarles a los otros cachorros que no temía del bosque y se adentró en este. Cuando los otros pequeños no lo vieron regresar, alertaron a uno de los padres y entonces la búsqueda empezó. Fue rápido, y todo aquel que pudo movilizarse lo hizo porque todos sabían lo que pasaba si un cachorro se perdía entre los árboles.

Los demonios los comían o los vampiros los torturaban por diversión.

Escuchó un aullido a lo lejos y paró las orejas, reconociendo que era uno de sus compañeros de búsqueda.

Nada por el norte.

Luego, otro aullido.

Nada por el este.

Gael gruñó y trotó un poco observando alrededor, identificando el camino y lo que estaba cerca. Pensó en todos los lugares en los que un niño asustado puede ocultarse para no ser hallado, pero sin conocer el bosque podría ser el lugar menos indicado. Y uno de esos estaba cerca.

Lo buscaré por la cueva, aulló. No escuchó nada de regreso, pero supuso que más de los suyos se encaminaban hacia el mismo lugar que él.

En la parte sudoeste desde la posición su aldea había una cueva enorme. Era una de las más cercanas, y unas de las pocas que estaban en terreno neutral. Eso no significaba que no hubiera conflictos, sino que esas tierras no eran pertenencia de nadie y, por tanto, demonios y vampiros rondaban cerca. Pululaban rumores de que incluso humanos solían llegar a ella y hacer rituales de la supuesta magia que poseían, y en cualquier caso eso significaba peligro. Los humanos cazaban a los lobos, indiferentes de su capacidad de transformarse en uno de los suyos en cuestión de segundos.

Debía correr una hora para llegar a la cueva, y Gael se apresuró porque el cachorro llevaba más tiempo desaparecido, además de que en los alrededores de la misma siempre rondaba un demonio, y con la noche llegando un vampiro se le uniría. Y si esos dos monstruos se aliaban para jugar con el cachorro, no habría nada que pudieran hacer para salvarlo. El aire golpeó de nuevo su rostro, sus fosas nasales expandiéndose debido al esfuerzo y al olfatear a su alrededor. Llevaba ya un tiempo corriendo cuando el suave olor del cachorro llegó a él. «Espero que esté bien», era todo lo que pensaba mientras aumentaba su velocidad. No era la primera vez que un cachorro se perdía, pero sí la primera en que se demoraban tanto en hallarlo y no le gustaba que la búsqueda tardara por el riesgo de un trágico final. Sacudió su cabeza no queriendo pensar más en ello.

A lo lejos pudo ver la entrada de la caverna. Agradeció a su diosa que el olor del pequeño era intenso, y queriendo asegurarse de que estuviera vivo aulló su nombre en busca de una respuesta. Se preocupó cuando no la tuvo, pero se quedó en silencio porque no deseaba alertar a nadie indebido. A unos metros de la entrada pudo ver al cachorro salir, sus ojos mirando hacia todos lados, sus orejas caídas y su cola entre las patas. El alivió que sintió Gael fue inmenso, porque, aunque él solo no pudiera contra un demonio, al menos sabía que el niño estaba vivo y que más miembros de la manada se acercaban. Inspeccionó al pequeño en busca de heridas. El cachorro se quedó quieto, exudando miedo y culpa. Gael lo comprendía, incluso quería reprenderlo, pero eso no le tocaba a él. Sin embargo, para satisfacer su propia curiosidad, estuvo por cuestionar el por qué había llegado tan lejos, pero más lobos llegaron y ya no tuvo oportunidad. El cachorro se acercó a su padre que llegaba con los demás, y se metió bajo su cuello, buscando protección. El lobo mayor lo inspeccionó, le agradeció a Gael con un asentimiento de cabeza que correspondió, y tomó a su hijo del cuello para regresar a la aldea. Los demás lobos olfatearon un poco más el lugar antes de seguirlo, dejando atrás a Gael quien continuaba oliendo el aire.

La lealtad de tu traición.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora