Capítulo X

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Ser descubierto por Godoy era lo peor de su situación. Desconocía el por qué el otro lo despreciaba, pero siempre buscaba una excusa para molestarlo y hacerle la vida difícil; ahora que logró atraparlo sería insufrible. Al menos, no lo lastimó físicamente.

Después de haberlo encontrado le gruñó la orden de que avanzara hacia la aldea, y no pudo negarse. Naím era más grande, más fuerte, también sanguinario y cruel cuando las cosas no se daban como él quería. Gael no se iba a poner en peligro innecesario así que obedeció. Hizo lo posible, sin embargo, para que el otro no lo humillara demasiado, o por lo menos no mucho: cuando Naím quiso empujarlo con el hocico Gael gruñó para enfrentársele, aun sabiendo que no tenía oportunidad contra él.

Tan pronto como pisaron el camino principal de la aldea, Naím aulló pidiendo una audiencia con el Alfa, que atrapó al lobo que se escabullía por las noches. Gael bufó molesto por la información extra que el lobo dio, humillándolo más todavía, pero era consciente de que era merecedor de todo eso: debió ser más cuidadoso. Antes de siquiera darse cuenta estaba ya en la sala de audiencias en la casa del Alfa, sentado frente al consejo de la manada, todos tras una larga mesa. No miraba a ninguno a la cara, tanto por la vergüenza de haber sido descubierto, como por no traer ropa. Naím ni siquiera lo dejó ir por un pantalón, alegando que estar desnudo no era un problema para nadie en la aldea; el mismo Naím lo estaba.

Ya que las caras de los ancianos eran de pocos amigos, y él no los miraba a los ojos por falta de valor, se concentró en su alrededor: las paredes del lugar aún lucían como nuevas, los focos encendidos estaban atrayendo polillas, más lobos llegaban al salón, entre ellos algunos guardias que estaban desnudos, y al final su madre y su hermana. La mayor de las dos estaba molesta y decepcionada; la menor, asustada. Gael le sonrió con suavidad, esperando transmitirle que todo estaba bien, que no se preocupara. Después de unos eternos momentos, el Alfa apareció por un costado de la habitación. Era una ventaja para él que todas las reuniones se llevaran a cabo en el salón más grande de su casa. Gael no lo miró, a pesar de que se puso de pie para recibirlo. Lo escuchó reír entre dientes, y se removió en su sitio ante la burla del otro lobo.

—Esta es una reunión muy inusual —empezó el Alfa, atrayendo la atención de todos—. Estamos frente al lobo que logró burlar nuestra seguridad y escabullirse de la aldea cuantas veces quiso.

Hubo carraspeos incómodos, cabezas inclinadas y desvíos de miradas; Gael pudo ver todo de reojo. Si bien el Alfa no se escuchaba particularmente molesto, estaba seguro de que lo que mencionaba era una cuestión que sería castigada. Al menos eso le daba consuelo, no ser el único en recibir castigo. El Alfa pidió a todos que se sentaran, cruzó las manos sobre la mesa y suspiró con pesadez.

—Dime, Gael, ¿por qué saliste sin autorización?

Detestaba pedir permiso para salir. Era conveniente informar de su salida, porque estarían pendientes si llegaba a pasarle algo, pero eso no le quitaba lo incómodo de tener que pedir aprobación para recorrer la región en donde vive. Si bien su lobo necesitaba correr, hacerlo siempre en el mismo sitio, para ver los mismos árboles, las mismas piedras, el mismo lago de siempre era tedioso. A veces deseaba poder salir sin tener que esperar una aprobación, cazar sin tener que preocuparse de entregar la presa para que alguien más la devore. Pero, sobre todo, porque su verdad sobre su pareja era un secreto. Si contaba sobre ello, demandarían que la llevara a la aldea para integrarla, pues eran una manada patriarcal, y las razones para mantener esa información oculta eran obvias, así que respondió con una verdad a medias.

—Estoy rastreando un olor que llamó mi atención.

Elevó su rostro para ver directo a los ojos del Alfa, por ello notó a los demás lobos expandir sus ojos más lo normal mientras murmuraban cosas como "una pareja fuera de la manada" y más cosas similares. No era extraño que, durante el festival de Selene, algunos cachorros descubrieran que su pareja destinada era un lobo décadas mayor. Era algo común, en realidad, por eso Gael no estuvo tan preocupado de no haber hallado a su mate en los años anteriores. Lo inusual eran las uniones con lobos de otras manadas. Pero estaba seguro de que no era por eso que Nicolás lo veía con los ojos entrecerrados.

La lealtad de tu traición.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora