Capítulo XIV

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Una semana. Gael llevaba con su castigo una semana. En ese breve y a la vez largo tiempo se acostumbró a madrugar y hacer pan; con el trabajo de campo era otra historia. Nicolás estaba cumpliendo su palabra de agotarlo para que no tuviera deseos de escapar. Sin embargo, aunque no saliera, conciliar el sueño le era difícil, y cuando dormía se despertaba después de unas horas, preguntándose si Zahir estaba preocupado por él o no.

Suspiró tras soltar el hacha y secarse el sudor. Su tarea de ese día fue abastecer de la leña a la aldea completa: todas las cabañas, todos los edificios, incluso el templo. Los días empezaban a ser fríos y dentro de nada sería necesario encender chimeneas. Ya solo le faltaba el templo para terminar el día. Solo una de las ocho sacerdotisas estaba esa tarde vigilándolo, Galilea. La garou despidió al joven lobo qué estaba de guardia de Gael, asegurándole qué confiaba en que no escaparía, y si pasaba ella se haría cargo. El joven se marchó agradecido, cansado de verlo hacer cosas aburridas porque ni siquiera tenía permitido ayudarlo. Pero Galilea estaba en lo correcto: no iba a escapar. Hacerlo sin la certeza de que Zahir estuviera esperándolo era ir directo a su muerte. Dejó los leños que llevaba junto con los otros, todos apilados a un costado del pequeño templo. Estiró la espalda, mirando al cielo que empezaba a cambiar de color y regresó al pequeño claro en donde llevaba todo el día cortando madera.

—¡Hey, Gael! ¡Espérame!

Se dio la vuelta para ver a Galilea corriendo tras él. El largo cabello negro recogido en una coleta se movía de un lado al otro, las manos de la garou se aferraban a su larga falda mostaza para poder elevarla y que el correr fuera más sencillo, mientras los volantes de su camisa se agitaban. Se detuvo estando a su lado y le sonrió con dulzura, también con sus ojos negros.

—Voy a ayudarte con los leños.

—No es necesario, arruinarás tu ropa.

—Está bien, el algodón es resistente —descartó con un ademán adelantándolo. Gael no tuvo más remedio que seguirla.

Él no convivía con ella. Galilea era mayor a él por unas pocas décadas; de hecho, ella fue una de las sacerdotisas en su festival de Selene. Las pocas veces que la saludó fue porque a veces la veía por la escuela o en el templo, así que ahora no tenía idea de qué hablar con ella.

—¿Qué olor captaste?

Gael la miró. Hizo la pregunta mientras luchaba para coger un leño, otros tres en sus brazos. El lobo se apresuró a ayudarla, correspondiendo cuando ella le sonrió como agradecimiento. Explicó el olor de Zahir, siendo todo lo preciso que pudo. La mujer acentuó su sonrisa.

—Siempre me he preguntado cómo será el de mi pareja —comentó Galilea mientras regresaban al templo—. Espero que huela a eucalipto.

El garou no pudo contener su sonrisa triste. No era desconocido para nadie que Galilea llevaba esperando a su mate todavía, desde hace más de 120 años. Era una pena. Gael se preguntó si hubiese sido capaz de vivir como ella, con la idea de que era probable que Selene no le asignó una pareja. No sabía si eso era mejor, o que la designada fuera un enemigo.

—Pero —prosiguió la sacerdotisa— lo que no se sabe no duele.

Hicieron otros tres viajes, esta vez charlando de otras cosas. El licántropo se dio cuenta de que era fácil entablar una conversación con ella, Galilea se encargaba de tener algo de lo que hablar, y Gael vio la oportunidad de preguntarle por algo para Zahir. Quería saber si algo de la magia que poseía era capaz de ayudar al vampiro con el sol.

—Llevo mucho tiempo curioso por la magia que posees —empezó.

—Bueno, no soy la única —rio nerviosa la garou—, pero creo poder satisfacer tu curiosidad. ¿Qué quieres saber?

La lealtad de tu traición.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora