Capítulo VIII

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Corrió veloz, sus patas sintiendo la tierra fría y su cara el viento helado. El otoño estaba cerca y para huir con Zahir era necesario hacerlo antes del invierno. Debieron haberlo hecho antes de que la primavera terminara. Pronto los árboles estarían despejados de hojas complicando el ocultarse. ¿Por qué fue tan inconsciente y dejó que el tiempo pasara? Debió ser precavido, haber empezado sus planes de huida hacía semanas; ahora todo sería apresurado y la posibilidad de que las cosas salieran mal rondaba su mente. Marcharse pronto era lo mejor, antes de que toda la aldea supiera de su lazo con el vampiro y lo castigaran. O algo peor.

Detuvo su carrera para olfatear el aire y al captar el olor de Zahir continuó corriendo.

Otra cosa que lo atormentaba era su hermana. No tomó nada bien la noticia de su encuentro con su pareja destinada y tuvo el atino de ordenarle que dejara de verlo. Gael por supuesto se negó lo que enfureció todavía más a Emma, gritando que era un enemigo. Procuró calmarla, pedirle que no alzara la voz o las cosas se complicarían. La mujer lobo obedeció, pero continuó con sus reproches. Gael solo la escuchó sin hacer más. Entendía el odio de la mayor hacia los vampiros, pero no era su culpa el que Selene le hubiese regalado uno. Aunque quisiera, no podría alejarse de Zahir.

Gruñó molesto acelerando porque todavía no llegaba donde estaba su mate.

Emma dijo no aceptarlo, Gael replicó que no era ella quien debía hacerlo. Luego se marchó, planeó un escape, pensando incluso en el día. Su hermana no lo delataría, pero no podía confiar en que nadie los escuchó o si ella comentaba algo indebido. O, peor aún: si Godoy llegaba a vigilarlo. Se detuvo abruptamente cuando en un claro Zahir lo esperaba. Corrió hacia él, se le abalanzó provocando que cayera y aprovechó para lamerle la cara disfrutando escucharlo reír.

—¡Gael, ya basta!

No se detuvo, feliz de oírlo. Estaba encantado de verlo porque lo extrañó esos días. Se alejó lo suficiente para que se pusiera de pie y empezó a caminar en círculos a su alrededor, ocasionalmente acercándose para olerlo, otras para dejarle una lamida en la cara o las manos, y otras para restregarse contra él. El vampiro sonreía, igual de encantado que él. Cuando tuvo suficiente se quedó cerca, pegando el hocico en su cuello.

—¿Me extrañaste? —quiso saber Zahir riendo entre dientes y acariciándolo detrás de la oreja.

El lobo gimió de gusto antes de lamer el cuello ajeno. Zahir lo tomó como afirmación, asegurando que también lo extrañó. Sugirió que se sentaran y fue el primero en hacerlo. Gael, parando sus orejas, miró alrededor asegurándose de que no había nada cerca.

—Está bien —dijo el vampiro, palmeando la tierra a su lado—. Ágata se encargará de los intrusos.

Eso lo tranquilizó y tras una última mirada a Zahir se transformó.

—Debemos hablar —informó provocando que la sonrisa de Zahir se desvaneciera.

Le explicó lo que pasaba en la aldea: las salidas estaban más reforzadas, los límites estaban siendo vigilados por más lobos mientras hallaban una manera de reforzarlos, sabían de sus escapes por las noches, y que era imperativo que escaparan pronto. Zahir lo escuchaba con aparente atención, pero las veces en que Gael lo miraba a los ojos parecía distraído. Cuando terminó de vestirse sacó el mapa del bolso enseñándoselo, se sentó al lado del vampiro y explicó qué ruta podrían tomar para avanzar hacia el río comercial de la región.

—Llegar allá nos tomará tres noches y tres días —expuso Zahir preocupado—. Además, los vampiros de estos clanes me conocen, no podemos pasar cerca de ellos. Y yo no puedo viajar tanto durante el día.

Gael asintió a pesar de su preocupación.

—¿Recuerdas que te hablé de las sacerdotisas? Estoy seguro de que deben saber de algo para que el sol no te lastime.

La lealtad de tu traición.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora