Capítulo IV

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Gael se reprochaba sentirse feliz por ver de nuevo a Zahir. Lo ideal era estar enojado, furioso porque su mate era un chupasangre, aborreciendo la idea de compartir espacio vital con alguien de su especie y buscando la manera de acabar con su existencia. Pero saber que era su alma gemela eclipsaba todo lo demás. Sacudió su cabeza y se concentró en enseñarle a los cachorros lo de esa mañana. Se encargaba de enseñarle a los pequeños de cinco a siete años. Muchos de ellos ya se transformaban a su forma lobuna, pero había quienes todavía no y les explicaba un poco sobre eso, desmintiendo algunos mitos acerca del bosque, e información acorde a su edad sobre vampiros. Poco después de medio día sus clases acabaron y los pequeños fueron recogidos por sus padres. Hizo lo posible para mantener una expresión neutral pues la alegría de ver a Zahir estaba regresando, y no quería llamar la atención. Sin embargo, no lo consiguió.

—Luces muy feliz hoy, profesor Gael.

El aludido elevó la mirada de uno de los niños que todavía estaba alrededor hacia el hombre que le habló: Naím Godoy. El hombre le estaba sonriendo, pero no era una mueca sincera. Nada era sincero si provenía de Godoy.

—Gracias.

El otro hombre acentuó su sonrisa dejando ver sus dientes. Si Gael no lo conociera pensaría que estaba tratando de ser su amigo, pero no era así. Naím buscaba molestarlo desde siempre, y esa no sería la excepción.

—He de suponer que uno de los cachorros hizo algo por usted hoy. Si no, ¿por qué otro motivo estaría tan feliz?

Gael apretó la mandíbula y esa pequeña acción pareció complacer al otro lobo. Respiró profundo e intentó relajarse, informando que su felicidad no era de su importancia. La sonrisa de Naím tembló, mas no se borró. Solo rio por lo bajo mientras negaba con la cabeza para desviar la mirada hacia los jóvenes que salían tras Gael, quien aprovechó eso para despedir al último cachorro y regresar a su salón. Tomó sus pertenencias, fue por su sobrina subiéndola en sus hombros y luego a la cabaña de su hermana, escuchando entretenido las cosas nuevas que la pequeña había aprendido ese día.

Cuando se acercó a la puerta de la casa de Emma apretó sus labios para contener su sonrisa, no lográndolo porque cuando se quedó a solas con ella le preguntó qué lo tenía tan alegre. La mayor colocó las pertenencias de Amelia en el sillón de la sala sin dejar de mirarlo con los ojos entrecerrados, suspicaces. Al parecer, no era bueno escondiendo sus emociones. Se encogió de hombros queriendo lucir indiferente y se dirigió a la cocina con la intención de ayudar a servir la comida. La loba lo siguió con una sonrisa e insistió con querer saber sobre su felicidad.

—¿Ya lograste deshacerte de Godoy? —La sola idea lo hizo carcajearse y negó con la cabeza, pasándole los platos a su hermana apurándola a que los llevara a la mesa—. ¿En verdad no me dirás qué te tiene tan feliz?

Gael la miró. Emma lucía genuinamente curiosa y se entristeció por no poder decirle nada. Hacerlo complicaría la vida de todos, y no era justo. Estaba a punto de mentirle cuando Amelia regresó con las manos limpias, gritando morir de hambre. El almuerzo transcurrió tranquilo, con los dos mayores escuchando a la pequeña mientras les relataba su día y todas las cosas nuevas que aprendió sobre la aldea. Emma, atenta a las palabras de la pequeña, lanzaba miradas suspicaces en dirección de su hermano, todas con una sonrisa en un intento por sacarle información. Era algo típico de ella, incluso cuando todavía vivían con sus padres y Gael ocultaba cosas a los mayores. Pero Emma nunca lo forzaba a hablar, ni siquiera en ese momento. El hombre limpió la cocina y se quedó con Amelia el resto de la tarde.

Su hermana mayor era parte del Equipo de Defensa y Ataque. No había mayor riesgo durante el día, pero de todas formas montaban vigilancia a los alrededores de la aldea por si algún lobo rezagado de alguna manada, o un vampiro por las noches, deseaba ingresar a provocar estragos. Esa tarde no estaba tan preocupado por Emma, y la distracción de cuidar a su sobrina detendría sus pensamientos por Zahir. Jugó con la pequeña, le respondió dudas sobre la vida en la aldea y el ser lobo, también le leyó uno de los libros que los mensajeros trajeron desde la ciudad humana, y al caer la noche preparó algo rápido de cenar. Regresó a su cabaña tras el regreso de su hermana, repitiéndose en que no era buen momento para salir, pues las luces de las farolas estaban encendidas.

La lealtad de tu traición.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora