Capítulo XIX

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Gael junto con otro lobo empujaron la balsa en la que reposaba el cuerpo de Naím. Rodeado de flores y vestido con ropa elegante, su inerte cuerpo flotaría sobre el lago junto con el resto de los lobos, avanzando por el río hasta llegar al mar donde serían parte de la naturaleza, tal como debía ser. El agua del lago era el único murmullo de la noche, porque incluso el viento estaba silencioso. Tragó en grueso cuando una flecha con la punta encendida cayó sobre la balsa más lejana a la de Naím, el cuerpo de uno de los cachorros a los que él enseñaba, víctima del fuego de la noche anterior. Más flechas fueron lanzadas al aire, todas hacia el resto de los garous caídos. Gael presenció funerales antes, pero este era diferentes porque todas esas muertes eran su culpa. Sus compañeros murieron por su ambición de estar con su pareja destinada.

«Selene, por favor, que me perdonen algún día».

El sonido de la madera quemándose fue reemplazado por el del canto de las sacerdotisas, que pedían a Selene tomar las almas que los cuerpos estaban dejando salir tras ser purificados por el fuego. Gael tuvo deseos de llorar; el lago nunca estuvo tan iluminado como esa noche. Los cantos duraron unos momentos antes de que todos se fueran. Gael se quedó un poco más, sentado a la orilla mientras veía los cuerpos alejarse, hacerse pequeños hasta perderse por el río y desaparecer. Quiso llorar, pero se sentía hipócrita de su parte hacerlo porque él no perdió a nadie. Pero si todas esas muertes eran responsabilidad suya, ¿no era válido que llorara por ellas? Al menos, como una disculpa.

Se preguntó si siempre sería así: tener que sacrificar algo para estar con Zahir. Ya estaba por sacrificar su familia, dejar atrás todo el mundo que conocía para ir con el vampiro; la noche anterior, por querer tener la oportunidad de escapar permitió que una demonio atacara su aldea y matara a los suyos. Sacrificó vidas valiosas por su capricho de querer ser feliz. Sacrificó vidas valiosas por querer cumplir el capricho de los dioses. Galilea le advirtió que nada bueno saldría ¿por qué no la escuchó? ¿En verdad valía la pena arriesgarse y huir con un vampiro? No era la primera vez que se cuestionaba esto, pero sí la primera que lo hizo con tanta intensidad. Si ser feliz iba a costarle la vida a otros entonces no lo sería. No deseaba que más lobos murieran por causa suya.

Gael rompió a llorar. Después de tener esperanzas de poder disfrutar del regalo que Selene le hizo, ahora las aplastaba, las quemaba y las enviaba lejos, junto con los cuerpos de los garous de la noche anterior y que ellos se encargaran de que todo eso no fuera más que un deseo inútil. Un deseo que nunca tuvo oportunidad de ser. Dejaría a Zahir.

Llenó de aire sus pulmones, sabiendo que la decisión que estaba tomando era la correcta cuando un potente aullido llegó desde lejos, retumbando en su pecho y entregando una advertencia.

«Ataque vampiros».

¿Qué?

Como si su pregunta hubiese sido escuchada, el aullido fue repetido, trayendo el mismo mensaje. Se enjugó las lágrimas al levantarse y corrió hacia la aldea. Rogaba en su fuero interno haber escuchado mal, que todo fuese producto de su mente como una nueva razón para dejar atrás al vampiro, pero la desesperación que olía antes de siquiera ver las cabañas le confirmó que no. Los licántropos corrían de un lado al otro. Los vampiros estaban atacando.

Nicolás, que asistió a los funerales, se paró en medio de la aldea, al lado de donde Ágata dibujó el pentagrama y elevó su voz por sobre el ruido de los demás. Tuvo que hacerlo varias veces antes de que los demás se detuvieran y lo escucharan.

—Esto es inesperado —habló, su voz escuchándose por toda la aldea— y sin justificación. Ya sufrimos un ataque y ahora sufriremos otro. Sin embargo, no teman. Selene, nuestra diosa, siempre está de nuestro lado y saldremos victoriosos. No vacilen y ataquen a muerte.

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⏰ Última actualización: Feb 19 ⏰

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