Capítulo XVI

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Después del susto con la demonio, Gael fue liberado de sus tareas del día siguiente, sobre todo porque despertó después de medio día. Emma y Amelia se quedaron con él en la cabaña. Gael insistió en que no era necesario, pero su hermana no lo obedecía. Unas horas después, Mateo apareció en la puerta, diciendo poder ayudarlo a superar el miedo que le provocó el episodio de la noche anterior. Así, el anciano despidió al lobo que custodiaba a Gael. El joven garou lució inseguro, pero el anciano le aseguró que no se metería en problemas. El lobo se marchó y ambos hombres avanzaron hacia el lago. No hablaron en el camino. Lo único que hicieron fue asentir con la cabeza cuando se encontraban con otros lobos y sonreírles a los niños que pasaban corriendo a sus lados. Ese día no había clases por lo que los pequeños andaban por toda la aldea sin problema.

—Galilea también vendrá —informó Mateo tras ver el lago a lo lejos—. Le pedí que viniera porque tal vez algo de su magia pueda ayudar a que te calmes todavía más.

Gael asintió con la mirada en el suelo. No creía que la sacerdotisa pudiera hacer algo, muchos menos después de la incomodidad con la que terminó su conversación la tarde anterior, pero agradecía que hicieran el intento. Mateo, por su parte, iba meditando en si estaba haciendo bien en confesarle a Gael todo lo que sabía.

Avanzaron hacia la orilla del lago que estaba desierto. No era algo muy común, pero ambos lobos estaban agradecidos de que no hubiera nadie más que ellos. Se sentaron mirando al agua, disfrutando de la corriente que movía la superficie del lago, de los árboles del otro lado que estaban más café que verdes, y de la brisa que chocaba en sus rostros. Gael pensaba en cuándo podría salir de ahí y si en verdad tendría que huir en invierno. Quizá pudiera convencer a Zahir de que se fueran en primavera, disfrutar de cómo el bosque cobraba vida de nuevo.

Se asustó cuando escuchó unas pisadas. Al darse la vuelta vio a Galilea llegando con una suave sonrisa y agitando las manos en forma de saludo. La sacerdotisa lucía normal, y no percibió en ella más que un leve nerviosismo. Supuso que debía ser por lo que ya sabía y estar con él a lo mejor le daba recelo. Ambos lobos se pusieron de pie para recibirla, y se sentaron de nuevo, con Mateo en medio. Galilea comentó que se alegraba que lo de su encuentro con un demonio solo fue un susto y preguntó cómo estaba; cuando el garou respondió que se encontraba mejor la loba asintió. Entonces compartió una mirada significativa con el anciano.

—¿Ya le dijiste algo?

—No todavía —aseguró el lobo mayor—te estaba esperando. Después de todo, esta es tu historia.

Gael no comprendía de lo que estaban hablando e intercaló miradas entre ambos lobos. Tuvo un mal presentimiento cuando lo miraron con seriedad, y más aún cuando le dijeron que debían confesarle algo. La expresión de Galilea, el miedo que olió en ella la tarde anterior, se reprodujo en su mente y quiso huir al bosque. Su instinto le gritaba que corriera, que luego le explicaría a Mateo el que huyera, pero sus piernas no respondían.

—Sabemos que tu pareja es un vampiro —confesó la mujer.

Lo primero fue la sensación helada que lo recorrió entero, luego el bombeo doloroso de su corazón chocando contra sus costillas y la falta de aire en sus pulmones. Sus extremidades se entumecieron, y su primera reacción fue negar todo, asegurar que no tenía idea de lo que hablaban e ir hacia la aldea. No, hacia el bosque; si iba hacia la aldea lo delatarían. Pero ¿a qué parte del bosque? No sabía si Zahir estaba cerca y confiar en Ágata estaba fuera de discusión, así que hacia donde sea que fuera iba a morir.

—No debes temer —aseguró Mateo con una sonrisa que pretendió ser serena, pero que fallaba miserablemente—, no vamos a decir nada.

—De verdad no entiendo de lo que hablan —tartamudeó mientras se ponía de pie.

La lealtad de tu traición.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora