Capítlo VIII

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Con mucha emoción estaba esperando la reacción de Mateo cuando viera su habitación. La había mandado a preparar con los mejores diseñadores y arquitectos de Europa. Dos semanas les llevó hacer todo. Sinceramente me sorprendió lo rápido que trabajaron, pero prácticamente los amenacé para que estuviera todo listo.

Abro la puerta de la habitación y Mateo entra con mucha emoción, mi departamento era amplio, así que su espacio también era igual. Paredes azules que tenían nubes dibujadas en ellas, el techo tenía estrellas que al apagar la luz alumbrarían la habitación, el suelo era blanco y acolchado. La cama estaba en el medio y tenía cobijas de El Capitán América y una televisión que era el escudo del capitán.

—Muchos juguetes para mí, papá —me miraba con mucha emoción mientras se sentaba en el piso para verlos—. ¿Juegas conmigo?

Sonrío cuando saca todos los juguetes del armario que los tenía.

—¿Te gusta, campeón? —me siento con él.

—Me gusta el capitán, papi —se levanta para darme un abrazo.

La pesadez que me estuvo acompañando estos últimos días abandonó mi cuerpo. Su abrazo me dio años de vida y me hizo sentir querido.

—Jugaremos después de cenar y darte una ducha —me suelta haciendo una mala cara—. Si no nos bañamos los juguetes se pueden ir porque apestamos.

—Pero no me quiero bañar. Yo estoy limpiecito —se señala de arriba hacia abajo—. Soy hermoso y no tengo gérmenes.

Sonrío ante las últimas palabras.

—Hijo, también soy hermoso, pero tenemos que bañarnos —lo miro con seriedad—. Tenemos que bañarnos todos los días.

—¿Cómo mamá?

—Como mamá, Mateo —acaricio su cabeza.

—Bueno, está bien —se empieza a quitar la ropa—. Mamá usa jabón con burbujas y me deja limpiecito.

—Papá también te dejará limpiecito y más hermoso —voy recibiendo la ropa que él se quita—. El baño está afuera, iré por tu toalla para que vayamos allá.

Se saca sus pantaloncitos junto a su bóxer y empieza a correr.

—¡Libertad! —salió de la habitación en pelotas.

—¡Mateo, te vas a caer! —voy tras de él riéndome.

Gracias, hijo.

Gracias por hacer de este día algo especial con tus ocurrencias. Por hacerme olvidar lo que vivo, por tener esa confianza en mí, por quererme como lo haces y no pensar que soy una persona ausente.

No estuve contigo cuando naciste, pero agradezco que, a pesar de todo, Alexia te habló de mí y me hizo parte de tu vida. Eres solo un bebé y aunque hablas como un niño grande, tu vocecita y tus balbuceos de bebé, me recuerdan que eres mi pequeño.

Gracias por nacer, Mateo.

***

Mi madre se había ido después de dejarme con Mateo en el departamento. Chuleta estaba dormido en el sofá mientras yo terminaba la cena y Mateo veía El Tigre Daniel.

No tuve la oportunidad de saber los gustos de mi hijo, así que me tocó improvisar después de preguntarle. Quiso cenar un emparedado de queso con jugo de naranja.

—¡Papá! —grita desde la sala, levanto la vista de los panes y lo veo en el suelo sentado—. Mañana iremos a la tienda de ropas.

—¿Qué quieres comprar?

El EmpresarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora