9. La nada

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NOTA: paso a recordarles que, como ya mencioné antes, en esta historia los ángeles, o etéreos, a diferencia de los demonios, son seres agénero y asexuales. Sin embargo, dado que en español resulta un poco complicado usar pronombres neutrales, es posible que use "el/la" a la hora de referirme a diferentes ángeles acorde al género del sustantivo que en ese momento y en ese contexto se use para aludir a cada uno. Suena complicado, pero ya verán a qué me refiero. Disfruten la lectura!! y no olviden dejarme sus comentarios, que son lo único que me impulsa a escribir  ♥


* * *


Antes de ese punto no había nada. No como una oscuridad negra; o tan siquiera un profundo vacío. Sencillamente... nada. Inconcebible; inexplicable; imposible de definir.

Y de pronto, calor. Un calor ardiente, agonizante, y extasiador.

Se originó en algún lugar de la nada, agitándose como una hoguera inquieta azuzada por vientos violentos, y se expandió, disparando oleadas ardientes hacia los extremos más distantes.

Y así, de pronto... yo «fui».

El ser consciente por primera vez de mi propia existencia fue un sentimiento tan maravilloso, como abrumador y terrorífico.

No era aún consciente de la totalidad de mis sentidos, pero empezaba a notar mi propio cuerpo y percibir el espacio que ocupaba conforme era moldeado y se estremecía con un tremor frenético, el que lentamente comenzaba a remitir, dejando atrás un hormigueo zumbante conforme se enfriaba y se convertía, cual lava fulgente y carmesí, en obsidiana sólida y brillante, otorgándome una sola forma.

Descubrí que gozaba de seis miembros. Dos inferiores, fuertes y largos, se recogían hacia mí; y dos superiores más esbeltos aferraban a los primeros cerca del sitio en donde flameaba el fuego.

Los últimos dos miembros emergían de algún lugar a mis espaldas y parecían estar conectados directamente al centro de mi ser, en donde ardía el fuego, pues vibraban con la misma fuerza y vigor. Eran estos muy distintos de los otros cuatro; grandes, pesados... y poderosos.

Pude notar el momento en que fueron formados y cómo se cerraron a mi alrededor como un capullo.

La hoguera continuaba ardiendo imperecedera en el centro de mi nuevo cuerpo, nutriendo cada parte de él, llenándolo de vida. Mas el viento que antes la avivara se extinguió y cesó de bramar hasta convertirse de modo paulatino en un bisbiseo suave que susurraba palabras extrañas, venidas de todas direcciones y de ninguna a la vez, tan alto que ensordecían, y tan bajo que eran incomprensibles.

Envuelto en mi capullo cálido me sentía flotar.

—De pie, criatura —ordenó una voz. Era esta poderosa; violenta y estremecedora, como trueno sobre olas enfurecidas en el mar.

La obedecí.

Aflojé los brazos alrededor de mi cuerpo y estiré mis nuevas piernas. Por último, los miembros a mis espaldas se destensaron y cayeron lánguidos y pesados hasta tocar suelo firme al mismo tiempo que mis pies, los cuales golpearon de forma abrupta el suelo.

Di un par de pasos torpes de piernas rígidas, sin ser consciente aún del rango de movimiento que poseían. Después, estas tropezaron sin remedio y me desplomé hacia una caída incierta.

Los Dos CaídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora