Como un antílope en campo abierto, sorprendido sin tiempo de correr por la leona que emerge en la grama, me paralicé entre las zarpas de la depredadora. No obstante, no fue aquello lo que me retuvo inmóvil en mi lugar; sino las palabras endulzadas que pronunció al estrecharme:
—¡Al fin llegaste! Ya pensaba que no podría conocerte hoy.
A pesar de su tono cordial, sus brazos formaron un recio grillete alrededor de mi garganta; no lo bastante ajustado para asfixiarme, pero sí lo suficiente para ponerme bajo aviso.
Sus palabras se convirtieron entonces en siseos viperinos y se deslizaron amenazantes en mi oído cuando habló en nuestra lengua:
—«No intentes nada. Estás en territorio enemigo, Mirlo.» —Por encima de su hombro, vi los rostros de Joan y Felicia sonriendo en nuestra dirección con afabilidad. No necesité más pistas para entender mi situación—. «Toca mi hombro si lo comprendes.»
Sin más alternativa, hice como me indicaba. Posé suavemente una mano sobre su omoplato, y Dame se separó para mirarme satisfecha:
—«Buen chico» —susurró—. Joan nos contó lo que hiciste —me reveló, de regreso a su impecable actuación.
Después, tomándome de una mano y cerrando la puerta a mis espaldas, tiró de mí y me guio con las demás. Felicia se puso de pie en cuánto llegué con ellas e imitó el gesto, estrechándome en un abrazo algo menos efusivo, pero a diferencia del de Dame, genuino y sin rastro de hostilidad.
—Es usted muy valiente, señor Mostar.
—Philes —la corregí.
Trasladé los ojos a Joan, todavía tendida en el sofá y con una manta sobre las piernas. Parecía encontrarse bien. Tenía sobre la frente un apósito limpio, y noté que sobre la mesilla frente al sofá había una bandeja con instrumental médico usado. Al parecer había sido un acierto recurrir a Felicia.
Recuperé el aparato de shock de mi bolsillo y se lo tendí. Joan lo recibió asombrada y me arrojó un gesto lleno de reproche.
—¿Fuiste hasta allá solo para recuperarlo?
—¿No lo solicitaste de vuelta?
—No quise decir que fueras a buscarlo. Pudiste toparte otra vez con esa gente. —Pronuncié el ceño, disgustado. ¿Podría ser más contradictoria? Pero luego, tras un suspiro, su expresión se suavizó—. Gracias.
En lo que Felicia recogía las cosas de la mesa, volví la vista a Dame, quien me retó con la suya a decir algo. Pero de ser tan necio me inculparía a mí mismo de cualquier cosa que le acusara, de manera que aquellas estaban lejos de ser mis intenciones. Mis dudas estaban más relacionadas al hecho de que parecía ser más que solo una conocida para Felicia y Joan, y toda mi atención estaba en intentar descifrar cuál era su relación.
—Te he dicho que no vayas de noche a ese lugar apartado —dijo Felicia a Joan—. ¡¿Y si hubieses estado sola?!
—Nunca vi a gente sospechosa allí. Es la primera vez que esto me ocurre...
—Increíble —suspiró Felicia—. Mañana iremos con la policía. ¡Pudieron matarlos!
—Dudo que sirva de algo. Hablaban un idioma extraño; quizá... fueran inmigrantes.
Alertado por la familiaridad del término empleado por Joan, aparté los ojos de Dame justo a tiempo para interceptar la mirada inquisitiva que Felicia disparó en mi dirección por el rabillo de los suyos. Se la sostuve, tenso.

ESTÁS LEYENDO
Los Dos Caídos
FantasyLucifer ha castigado a su demonio más amado... convirtiéndolo en humano. Mephistopheles, el príncipe de los demonios, pasa su existencia inmortal víctima de la apatía, llevando a cabo en la Tierra la tarea de pactar almas para Lucifer, soberano de I...