5. Petición

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En realidad, ni siquiera con la fuerza de diez como yo hubiese sido posible abatirle, pero su delgado cuerpo se desmoronó con facilidad debajo del mío cuando lo embestí; como si de algo indefenso y frágil se tratase —algo que yo sabía que no era, en absoluto—, y aterrizamos sobre las colchas de la cama con un rebote; yo encima de él, aprisionando sus brazos a la altura de sus muñecas, y él, lánguido debajo de mí, sin borrar del rostro su detestable sonrisa socarrona.

Resollé como una fiera, intentando domeñarme para resistir los deseos de echarle las manos al cuello y estrangularlo.

—Esta es una bienvenida inesperada. —Declaró imperturbable—. De todas las formas en que pensé que me recibirías...

—Cámbiame... ¡¡Cámbiame ahora!! —rugí sobre su rostro.

—¿Por qué la prisa? ¿Tienes algo importante que hacer? Porque, si no mal recuerdo, acabaste aquí precisamente por tu falta de incentivo por hacer nada provechoso.

—Ya me has hecho padecer por ello.

—No lo suficiente —repuso.

—Fui a parar a un hospital —siseé con resquemor.

—Tu primera noche de invierno en la tierra la pasaste en una cama caliente, en vez de errando por las calles, sufriendo fríos inclementes. Qué cruel de mi parte...

Enmudecí. A mi pesar... tenía razón. Y mis heridas ya casi estaban curadas. Pero entonces, ¿por qué seguía tan dolido con él?

—Por cierto, ¿cómo fue tu primera experiencia con una mujer? —Al tiempo en que mis ojos se agrandaron, los suyos se entornaron con burla. Dada mi distracción, consiguió liberar uno de sus brazos y tocar mi mejilla con su palma, deslizando el pulgar sobre mi labio inferior—. Si hubieses sabido cuándo cerrar esa bonita boca, hubieses podido averiguar cómo era el sexo.

Pasó de acariciar mi labio a sujetarlo entre sus dedos y pellizcarlo al punto de provocarme un dejo de dolor. Volví a atenazar su muñeca y se la aprisioné contra la cama, provocando un rechinido amortiguado en el somier.

—Eso no me interesa.

—Una lástima... —De súbito, sentí su rodilla oprimirse contra mi entrepierna. Pensé que me golpearía para liberarse; mas, lo que hizo en cambio fue trazar círculos allí con una sospechosa morosidad—. Tu nuevo cuerpo tiene tanto potencial... E insistes en desaprovecharlo.

En un ademán juguetón, elevó ambas piernas en el aire y abrazó entre ellas mis caderas. Luego, revelando al fin su verdadera fuerza, me atrajo con ellas hasta quedar sepultado entre sus muslos.

Comenzó a moverse debajo de mí con un suave vaivén, sin borrar nunca la sonrisa embelesadora de los labios, ni apartarme su intensa mirada. Desde su sitio, abrigado a la sombra que proyectaba mi rostro sobre el suyo, sus ojos resplandecieron con haces azules, como hogueras heladas.

—... ¿Qué... crees que haces? —exigí saber, entre los dientes.

Pero no necesitó responder, pues comprendí qué era lo que pretendía en cuanto, gracias a los movimientos de su cuerpo contra el mío, la zona en donde su pelvis ejercía una progresiva presión contra la mía se impregnó de un calor hormigueante.

Reconocí de inmediato la sensación. Era lo mismo que había sentido antes, por obra de Dame; más infinitamente peor. Conforme sus contoneos se tornaban más afanosos se me escapó un brusco aliento. Y luego otro... Y la fuerza de mis brazos cedió por un momento, provocando que me tambalease sobre él, a punto de desmoronarme.

Los Dos CaídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora