Capítulo IV~SORPRESA, SORPRESA

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Erika

— Erika tienes que venir conmigo, ¡ahora! — exclama Yosvani entrando en el laboratorio donde preparaba el papeleo. Es increíble que el mismo día cuando vuelvo del mar deba quedarme hasta tarde en la empresa, es una mierda. Con lo a gustito que estaba yo en la inmensidad del mar, debería haberme quedado para siempre. Ojalá fuera una sirena cómo suele llamarme Gabriel, así no habría necesidad de volver a tierra.

— ¿Se puede saber por qué debo ir contigo? — le pregunto arqueando una ceja. Estoy lo suficientemente molesta como para agarrar con cualquiera mi creciente enfado.

— No hay tiempo para explicaciones tontas, muévete — dice jalándome por la mano y sacándome del laboratorio. No protesto, cuando Yosvani se proponía algo ni el mismísimo Dios lo detenía. Este tiempo que pasé en el mar me sirvió para recapacitar sobre mis sentimientos.

Me he enamorado de Gabriel sin esperarlo. Suelo leer novelas románticas donde existe el amor a primera vista, pero de ahí a que me pase a mí, van dos calles. No he intentado luchar contra esto; soy lo suficientemente inteligente como para saber que este enamoramiento no desaparecerá de la noche a la mañana. Solo debo saber si Gabriel siente lo mismo. En el océano, a pesar de no tener mucha señal, he podido hablar con él. Al oír su voz mil mariposas revolotean en mi interior, el corazón se me acelera, me sudan las manos y me pongo ultra mega nerviosa. Síntomas claros del amor.

Volviendo al presente y al ahora, me sorprende ver que el elevador nos está llevando a la primera planta. En otras palabras, Yosvani me está encaminando hacia la salida

— ¿Para qué quieres salir de la empresa? ¿Me interrumpiste en mi trabajo para esto? ¿No podías esperar a que terminara? — le pregunto llegando al primer piso.

— Haces demasiadas preguntas — refunfuña cuando las puertas se abren. Retoma nuevamente el paso a toda prisa, llevándome con él hacia la entrada. Iba a contradecirlo, pero una música que me sonaba conocida me distrajo. Se oía a toda mecha, resonando en todo el edificio.

— ¿Y esa música?

— De rodillas, de Reik.

— Eso ya lo sé imbécil, esa canción me encanta — le digo molesta rodando los ojos — Me refiero al por qué suena tan cerca. Dudo mucho que al jefe le haya dado por ponerla, es demasiado arisco y seco.

— Muy pronto lo sabrás, ten paciencia. Todas tus preguntas serán resueltas enseguida — me dice y no se equivocaba. Al salir a la calle me quedé de piedra.

En la calle, bajo el cielo nocturno, salpicado por las primeras estrellas y una hermosa media luna, había un camión con dos altavoces reproduciendo la música. Mi jefe, compañeros de trabajo y las personas que empezaban a acumularse para ver que sucedía se encontraban a su alrededor y al... al frente estaba.... estaba, me quedé sin aire. Gabriel, más guapo que nunca con un traje celeste, camisa blanca y corbata negra, el pelo revuelto como aquella noche tras habernos acostado y una seductora sonrisa en el rostro.

No podía apartar los ojos de él, simplemente me era imposible creer lo que estaba pasando. Gabriel empieza a caminar en mi dirección mientras la melodía sigue su curso. Lo hace despacio, sin prisa, como si quisiera grabar cada segundo, cada gesto, como si temiera que un movimiento en falso rompiera el hechizo y yo... yo me quedo helada por el significado de aquella letra tan bonita.

Al llegar a mí, al estar frente a frente, me mira a los ojos sin parpadear siquiera. Los suyos tienen un brillo tan fiero, tan resplandecientes; podría iluminar un pueblo entero. Cuando Reik dice: "Deja que me ponga de rodillas para ti", Gabriel hinca una rodilla en el suelo sin apartar la mirada (si antes no podía respirar, ahora estoy que me ahogo) y saca una cajita de su bolsillo abriéndola en mi dirección. Me llevo las manos a la boca mientras lágrimas de felicidad se deslizan por mi rostro. Jamás creí que algo tan romántico e irreal pudiera sucederme.

EL AMOR EN LA TORMENTA ~LIBRO IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora