9. Café

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La primera mañana luego del incidente fue de lo más extraña para Porchay.

Despertar desnudo en la cama de su jefe fue toda una revelación ese día, incluso después de todo lo que habían estado haciendo el fin de semana.

Se había terminado.

Por última vez, fue capaz de admirar la calma en el rostro del Señor Kim mientras dormía. Su pecho dolió sólo un poco cuando intentó salir de la cama lentamente y su jefe, aun durmiendo, lo jaló de nuevo hacia él. Porchay tenía que admitir, que se sentía realmente bien ahí. Seguro de una manera que era muy distinta al calor fraternal que le daba Porsche.

Pero era momento de que las cosas volvieran a la normalidad. Tanta normalidad como fuera posible.

Tragó saliva pesadamente, y se permitió tener un momento de debilidad, incluso con el ligero temor de que el hombre despertara de mal humor, para acercarse el par de centímetros que separaban sus rostros y dejar un beso en una de sus mejillas. Antes de alejarse del todo, acarició con suavidad la misma mejilla y aceptó la inconveniente verdad.

Le gustaba Kim. Le gustaba tanto. Incluso sabiendo quién era. O la manera en que se habían conocido. Las maneras en que lo había lastimado antes. Las maneras en las que lo lastimaría después.

Incluso sabiendo que seguramente el hombre se burlaría cruelmente si algún día se enterara de sus sentimientos.

Era justamente por eso que debía alejase. Ya.

Esta vez, su jefe no tiró de nuevo de su brazo cuando se levantó con lentitud y salió de la cama. El chico recogió su ropa del piso y tomó la caja con pastillas que seguía en la mesa de noche, sólo por si acaso.

Dándole una última mirada al hombre que aún dormía, salió al pasillo.

En cuanto se cerró la puerta, Kim abrió los ojos, con el calor agradable aun corriendo por su mejilla y sus dedos tocando suavemente las sábanas donde Porchay había estado recostado hasta hacia unos segundos. Aún estaban tibias.

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Venecia lucía eufórico cuando Porchay lo levantó en brazos, después de 3 días de no verlo. Las ojeras en los rostros de Ken y Big lo abstuvieron de preguntar qué tan difícil había sido lidiar con el pequeño el fin de semana.

Aun con el evidente cansancio, Big lo recorrió de arriba abajo, asegurándose de que estaba bien. El chico agradeció al otro guardaespaldas por el maquillaje que cubría perfectamente las mordidas que llevaba en todo el cuerpo. No era momento de darle más preocupaciones a nadie.

Cerca del mediodía, al fin su jefe salió de su habitación. En sepulcral silencio y sin dirigir una mirada a nadie, tomó las llaves de su auto y desapareció.

Porchay, sintiendo a medias alivio e incomodidad, trató con todas sus fuerzas de mantener su atención en el bebé. Jamás había sido tan difícil.

Desde que había llegado allí, nunca se había preocupado por pensar a dónde o qué hacía su jefe en los largos periodos en los que salía de casa. Ahora se sentía casi ridículo al pensarlo. Ese hombre no le debía explicaciones. Y si Porchay había llegado a conocerlo aunque fuera un poco, ya se hacía una idea de qué iba a hacer su jefe.

Algo que a él le tomaría mucho más tiempo intentar con alguien más.

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- ¡Cielo! Al fin tengo el placer de verte

Kim no hizo le menor intento por esconder lo mucho que aquel chirriante tono de voz lo molestó. Sus nulas ganas de ir a esa presuntuosa comida de negocios no mejoraron al ver al Señor Casso sentado un par de mesas más adelante.

¡Mío!♡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora