El heredero

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Habían pasado dos días con sus respectivas noches desde que partieron de Altea, en algún momento dado un hilo de complicidad había empezado a formarse entre ellos y el cariño comenzó a abrirse paso en el corazón de Amaya. A la bruja le sorprendió la facilidad con la que la embargaban los sentimientos, después de tanto tiempo sin una compañía continúa de la que dependía de la misma forma que ellos dependían de ella. Desde que abandonó a su madre, había estado la mayor parte del tiempo sola. Solo hubo un par de meses que pasó con un peculiar grupo de mercenarios, pero el resto había viajado con la única compañía de un caballo que murió unos días antes de su llegada a Altea, de ahí que también hubiera permanecido más tiempo en el entrañable pueblo; necesitaba dinero para hacerse con uno nuevo. Sin embargo, tras seis años sin rumbo fijo, había empezado a amar el silencio; amor que sus compañeros no parecían compartir.

―¿Recuerdas la cara de Vic cuando me escapé para decimoquinto cumpleaños? Pensé que se le iban a salir los ojos al encontrarnos frente a un burdel... ―Amaya alzó una ceja, quizá ese par no era tan inocente como había creído. Lisi, quien después de un glamour parecía la hermana de la curandera, prosiguió―: No reparó en la pastelería que había justo al lado ni en los paquetes que no nos cabían en las manos. Todavía me duelen los tímpanos de la regañina que nos echó. ―Vic gruño algo sobre que se lo merecían―. Y luego como venganza te comiste nuestros dulces.

La curandera se relajó, seguían siendo unos niños. Ayudar a la heredera de Tarsilia a escapar solo para comerse unos dulces del pueblo, Amaya rodó los ojos, Rigo tenía el mismo sentido común que Lisi, es decir, ninguno.

―Os lo merecíais y las horas extra de clases de etiqueta también.

―¿Rigo compartía clases con ella? ―tanteó Amaya intentando no sonar demasiado curiosa. Vic asintió.

―El padre de Rigo forma parte del escuadrón de la Escolta Real, se encarga de la vigilancia del rey. Se dispuso que Rigo creciese junto a ella, todos en la corte creen que es un menino; pero a escondidas se está formando como cualquier otro miembro del ejército. Así siempre estará acompañada de alguien que no llame la atención y pueda defenderla si los demás escoltas caen.

―Lo entiendo, sus edades son parecidas y nadie sospecharía de él. Es... inteligente ―concluyó Amaya echándoles un vistazo―. Pero si no se curte en el campo, nunca sabréis si sabrá reaccionar. Sigue siendo un niño.

―Le faltan algunos años más de entrenamiento, no esperábamos salir en una misión secreta y nada relacionado con la princesa se le escapa. Puede ser que su dominio de la espada no sea el mejor, que su mirada no se haya empañado de violencia y sangre; pero no hay otra persona en la tierra que la conozca mejor, ni siquiera sus padres o sus escoltas oficiales. Son inseparables.

Una pequeña sonrisa adornó los labios de Amaya al percibir el amor que sentía el escolta por sus protegidos, los dos adolescentes iban justo detrás y no dejaban de chincharse mutuamente con anécdotas del pasado. La bruja pensó que igual que se había acostumbrado al silencio, podría hacerlo con las risas y las carcajadas. Aunque si todo iba bien, no tendría que preocuparse por familiarizarse con la soledad de nuevo.

―¿Por qué me lo has contado? ―cuestionó la bruja extrañada, después de todo, él no confiaba en ella―. ¿Por qué no me has dicho que no es de mi incumbencia?

Vic suspiró y su mirada se enturbió.

―Escuché a la dueña de la posada decir que no eres un monstruo. Te veo, te escucho y una parte de mí quiere creer lo que dijo y lo que nos has contado; pero la que recuerda todo lo que le han enseñado sobre las brujas se resiste. ―La sonrisa de la joven desapareció―. Sin embargo, veo como los miras y quiero asegurarme que, a pesar de lo que dijiste, si yo no puedo, los protejas, a ambos. ―Un momento de comprensión silenciosa se instaló entre los dos, luego el escolta bajó el tono y añadió―: Por favor.

La heredera de AmalurDonde viven las historias. Descúbrelo ahora