Duérmete, niño; duérmete ya que vendrá el dip y te comerá

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El sol amenazaba con esconderse cuando la extraña comitiva empezó a vislumbrar la muralla que les anunciaba que habían llegado a su destino; todos excepto Botero suspiraron de alivio. Durante todo el día habían esquivado la tormenta pero ninguno de ellos deseaba tentar a la suerte, no después de haber permanecido en otro claro más tiempo del suficiente para comer. Sin embargo, el clima era tan agradable que habían decidido tomar un pequeño descanso y algunos cerrar los ojos unos instantes. El ambiente volvió a ser el de antes de que se conociese la decisión de Amaya, aunque todos sabían que el asunto seguía pendiendo encima de sus cabezas.

—Estoy deseando tomar un baño. —El comentario de Rigo borró la sonrisa de la cara de la curandera—. ¿Qué sucede?

—No sé si habrá habitaciones para nosotros y a estas horas conseguir que te preparen una bañera con agua caliente es remotamente imposible. Lo siento.

El adolescente bajó la mirada para ocultar su decepción, aunque no se lo había dicho a nadie llevaba días soñando con ese baño. Comprendía la importancia de la misión, pero era difícil desprenderse de los viejos hábitos y él hasta ese momento había vivido como un noble, es decir, con unos privilegios muy alejados de la vida más sencilla de los caminos. Su mirada conectó con la de Lisi, quien asintió haciéndole saber que entendía el sentimiento.

Helder, todavía a caballo, le revolvió el cabello a Rigo.

—Tranquilo, chico, Martinet se ha encargado de alquilar una habitación en la posada y el humor del hombre al que amo mejora muchísimo después de un baño. Después de él, tendrás una bañera repleta de agua caliente solo para ti. Yo puedo esperar, sigo sin comprender por qué a los humanos os agrada tanto coceros pero, oye, cada uno tiene sus rarezas.

—Eres el único que prefiere el agua helada a la caliente, el raro eres tú —le recordó Danilo.

—Sandeces. Los seres humanos sois los que gozáis de las manías más alejadas del resto de criaturas que habitan este lugar, el problema es que vivís sin posar los ojos en la naturaleza y no percibís cómo os habéis alejado de aquella que os permitió y todavía permite seguir pisando la tierra que ya no veneráis. —El mercenario de orejas puntiagudas esbozó una sonrisa de oreja a oreja y lanzó un beso al aire, el resto observó con atención sus movimientos en completo silencio—. La naturaleza no es rencorosa, pero sí justa. Deberíais amarla, aunque si no os es posible, al menos, respetarla igual que todos nosotros exigimos que nos respeten.

—La relación de los elfos con la naturaleza...

Trató de explicar Danilo, pero Helder lo interrumpió:

—No se trata de eso, amor. Es algo mucho más intrínseco, la naturaleza sufre y solo aquellos dispuestos a escuchar de verdad podrán cambiar las cosas. No es cuestión de elfos o humanos, es el último aviso antes de que todo cambie y ya no haya marcha atrás.

Amirah y Amaya cruzaron miradas, siempre había un casi imperceptible cambio en la naturaleza antes de que este afectara al resto de seres vivientes. Si Helder lo había notado, solo era cuestión de tiempo que algo sucediera.

Los humanos creían que la natura estaba a su servicio, pero erraban en su pensamiento. Ella vivía, respiraba; ella fue una diosa hacía miles de siglos, hermana de Amalur. En otros tiempos, la diosa de la vida y la muerte solo gozaba del último título mientras su hermana, Nathur, era poseedora del primero. No obstante, la antigua diosa de la vida no podía seguir viendo como los otros dioses destruían la creación que habían construido entre todos y le pidió a su hermana que la hiciera parte de él para que no dañaran aquello que había creado con tanto esmero y cariño por el amor que ellos le procesaban. Amalur se negó, pero Nathur insistió e insistió hasta que Baal Hammon la ayudó a conseguir su cometido. Antes de convertirse en flores, árboles, ríos y tierra cedió su don de dar vida a su hermana, así fue como Amalur se convirtió en la deidad más poderosa y adquirió el título de diosa de la vida y la muerte. Baal Hammon, enamorado de Nathur, se encargó de proteger la naturaleza hasta su muerte, desde entonces los seres vivos habían estado destrozando el sacrificio que la antigua diosa hizo. Si Nathur sufría, era culpa de ellos y de nadie más. Quizá la natura estaba hartándose de que su sacrificio fuera en vano, ahora ya no por los dioses, sino por las criaturas que su hermana creó con ayuda de los demás. Ella llevaba tiempo advirtiendo, pero nadie le hacía caso y quizá había llegado el momento de que las consecuencias llegaran.

La heredera de AmalurDonde viven las historias. Descúbrelo ahora