Un silencio tenso, cargante, pesado invadió el lugar cuando Amaya terminó su explicación: nadie dijo nada. Ni un suspiro, ni una inspiración más fuerte de lo normal, ningún sonido excepto el del viento moviendo las hojas. Todos los ojos puestos en ella, la mirada de la bruja barrió a todos a la espera que alguno de ellos hiciera bondad y dijera la primera palabra.
—Sé que no os debe ser fácil, pero es mi decisión. Todos morimos en algún momento, simplemente yo estoy decidiendo cuál.
—Las eathel no mueren sin más —le recordó Helder.
—Ser eathel es una enfermedad sin cura, que envenena, emponzoña. Es una muerte lenta, eterna y me hundo un poco más con cada muerte que doy. Sufro cada día, cada paso me recuerda que queda uno menos para necesitar nutrirme. Siempre he pensado que tendría que vivir así décadas, pero Lisi puede acabar con mi sufrimiento, un movimiento y todo habrá acabado. ¿No poseo ese derecho? Una muerte rápida, solo deseo... una buena muerte. ¿Es mucho pedir?
—¿Estás segura? —preguntó Danilo con un hilo de voz—. No habrá marcha atrás, la muerte no es algo que se pueda deshacer.
Botero intervino:
—«A quien muere estando bien harto, la muerte no le da espanto».
La voz del mediogigante era rasposa, hueca como si el refrán hubiera rasgado las cuerdas vocales al salir de su boca. Amaya asintió y si alguien conocía mejor a la muerte era ella. ¿Cómo temer a una vieja conocida?
—Os quiero muchísimo y me rompe por dentro que sufráis por mi decisión, pero nada de lo que digáis o hagáis va a hacerme cambiar de opinión. Cada día libro una batalla y estoy muy cansada, no podéis imaginar cuánto. —La bruja clavó sus ojos en Amirah—. Pero no permitiré que ataquéis a Lisi por algo que yo le pedí y que no va a ser fácil para ella. Hicimos un trato y ambas cumpliremos lo acordado, prometí protegerla y si alguno de vosotros se le ocurre hacerle algún daño, tendrá que enfrentarse a mí.
—Nadie va a atacar a Lisi —protestó Danilo, aunque sus palabras fueron perdiendo intensidad cuando su mirada se posó en la mercenaria.
—¿Verdad? —cuestionó Helder a la mujer que amaba, que seguía tensa, rígida, sin ninguna emoción en su rostro.
Los ojos del elfo se encontraron con los del exladrón, los sentimientos de Amirah danzaban fieramente en su interior y si no se apaciguaba, nada podría detener la explosión. Solo ellos dos sabían que su exterior podía aparentar ser frío, pero por sus seres queridos su interior se tornaba un impetuoso incendio.
La mercenaria cogió aire, levantó la vista del suelo y la clavó en Amaya; luego espetó:
—Nunca dijiste que querías morir.
—Nunca tuve esa opción hasta ahora.
Hubo una lucha de miradas entre las dos, los demás tuvieron la sabiduría de no entrometerse entre ambas.
—No estoy de acuerdo —afirmó Amirah, la seriedad de su rostro podría confundirse fácilmente con enfado, pero la bruja sabía que estaba intentando mantener sus emociones a raya. La mercenaria siempre había sido buena en eso.
—No se trata de que estés de acuerdo o no, se trata de que aceptes mi decisión y me apoyes porque no es fácil. ¿Crees que no me duele saber que os haré daño? Porque lo hace, he perdido a gente. Se lo que quema, como te perfora por dentro, pero así es la vida. Ada vendrá a buscarnos a todos, sin importar que seamos mercenarios, reyes, escoltas, elfos, brujas... A la muerte le somos indiferente, somos su trabajo.
ESTÁS LEYENDO
La heredera de Amalur
FantasyAmalur, diosa de la vida y la muerte, después de muchos siglos encerrada, contempla como se acerca el fin de su cautiverio... Y hará cualquier cosa para ponerle fin, caiga quien caiga. Cuatro vidas marcadas por las deidades, cuatro caminos que nun...