―Has estado muy callada ―comentó Vic a la bruja.
No era la primera vez que uno de ellos afirmaba la falta de respuesta de Amaya, pero ella no le daba más importancia, lo había achacado al cansancio y les había prometido que en Miramello podrían dormir en una posada alguna noche. No obstante, aunque el primer día la mentira fue aceptada con reticencia, el segundo ya no.
―Hace dos noches recibí visita. ―El escolta se tensó, tres pares de ojos puestos en ella―. Era Joanet, me dijo que una amiga quiere encontrarse conmigo. ―Al ver que nadie decía nada, aumentó la información―: Joanet es un trasgo, puede hallarme sin importar qué tan lejos esté. Los trasgos son duendecillos cuya piel de color enebro les permite camuflarse en el bosque, llevan bellotas colgadas a sus cinturas. Cada una de ellas le conecta con una persona de su confianza, a quien le han entregado una bellota suya marcada. ―Amaya tiró de una cuerda en su cuello y apareció una bellota, la giró para que observarán un símbolo que parecía escrito en plata―. Es su sangre, la que él conserva fue bañada con mis lágrimas ya que conseguir mi sangre no era posible. Los trasgos son mensajeros y custodios, Joanet no me traicionaría y Amirah... me debe la vida, no me pondría en peligro.
―¿Pero tienes más amigos? ―La pregunta de Rigo dejó en shock a todos, el adolescente los miró sin entender, para él era una pregunta muy legítima. Después de todo, Amaya les había dicho que vivía en los caminos y que estaba acostumbrada al silencio.
―¿Me consideras tu amiga? ―Rigo se puso rojo, la princesa soltó una risita por lo bajo al ver la expresión avergonzada del chico―. Pero sí, sí tengo amigos por muy extraño que te parezca. Amirah me enseñó a pelear, cuerpo a cuerpo. Estuve con ella un tiempo hasta que nos separamos hace un año o algo así, hace meses que no la veo.
Vic permanecía callado, absorbiendo los datos que salían de los labios de Amaya y recuperando trozos de información para decidir cómo proceder: la actitud propia de un soldado. Su rostro impertérrito no transmitía ninguna emoción y eso no auguraba nada bueno, la curandera se preparó para el interrogatorio que estaba segura que vendría.
―Amirah es la mercenaria del sur, ¿verdad?
―Tienes muy buena memoria. Sí, es ella.
―¿Y qué hace tan al norte? ―Amaya se mordió el labio, a ella también le gustaría saberlo.
―Si te soy sincera, no lo sé. ¿Alguna pregunta más?
―Solo una. A pesar de que su aparición te inquieta, ¿confías en ella?
Todos la observaban atentos a su respuesta. Amirah era la líder de un grupo de mercenarios pero también ayudaba a mujeres a viajar de la península a las islas Kanarien, donde la diosa Trebaruna daba cobijo a cualquiera del sexo femenino que huyera de su hogar por la guerra o cualquier otro motivo. La única norma para no abandonar su territorio era la paz, ninguna forma de ataque estaba permitido: verbal o físico. Amirah era mucho más que una guerrera que trabajaba por un saco de monedas, había guardado su secreto y la había protegido. Fuera cual fuera la razón para estar en Miramello, no sería perjudicial para ella.
―Sí, lo hago —respondió al fin.
Vic asintió y su mirada volvió al camino. Amaya suspiró.
―¿Y no vamos a desviarnos? ―El hilo de voz de Lisi les indicó a los demás que tenía miedo de romper la calma que se había instalada entre ellos.
―No. Bueno, tal vez unas horas. Había pensado en pasar la noche en un pueblo a menos de tres horas de distancia de Pratdip. Luego seguiremos dirección norte.
ESTÁS LEYENDO
La heredera de Amalur
FantasyAmalur, diosa de la vida y la muerte, después de muchos siglos encerrada, contempla como se acerca el fin de su cautiverio... Y hará cualquier cosa para ponerle fin, caiga quien caiga. Cuatro vidas marcadas por las deidades, cuatro caminos que nun...