No supieron cuánto tiempo pasaron allí, alejados de los demás, en completo silencio con sus manos unidas; así fuera un segundo o una eternidad, no les importaba. Pensaban en todo y en nada, una emoción extraña a la que ambos temían poner nombre corría por sus venas. Cuando el sol comenzó a descender, ambos se dieron por aludidos. Era momento de regresar con los demás. La primera en levantarse fue Amaya, el escolta la siguió segundos después.
―Gracias, de verdad. Te juro que no se repetirá ―sentenció la curandera—. El cansancio del viaje ha podido conmigo. Me acostumbré demasiado rápido a vivir en una aldea, no me volverá a pasar.
―Amaya, basta, no debes ni necesitas justificarte. Curaste a Rigo cuando le hirieron, acudiste a salvar a ese gigante sin conocerlo, nos has protegido cuando hemos estado en peligro; todo el mundo necesita a alguien en algún momento y esta vez te ha tocado a ti. ―Vic apartó la mirada, aunque Amaya pudo ver que el hombre tragaba con fuerza antes de volver a hablar. Como si las palabras estuviesen ahí, dispuestas a escapar, pero el acto de verbalizarlas era extraño para él―. Te he ayudado porque así lo he deseado, es lo que hacen los compañeros: se ayudan.
―No es lo mismo ―se defendió la bruja, aunque una pizca de felicidad se instaló en el pecho cuando él dijo que la consideraba su compañera.
―Quizá para ti no, pero para mí sí. Y ahora deberíamos volver si queremos comer algo.
―Sí ―estuvo de acuerdo ella―. El hambre de Helder no distingue entre amigos y enemigos.
Cuando alcanzaron al grupo, todos los miraron, excepto el elfo que no apartaba la mirada de la carne asada. Joanet y Martinet con una ceja alzada sugestivamente, Danilo con una sonrisa traviesa, los ojos de Rigo iban de uno a otro, la heredera de Tarsilia jugaba distraídamente con el puñal y el gesto de Amirah era indescifrable. La curandera supo que su amiga querría tener una larga conversación con ella y ―aunque la consideraba como una hermana, la mercenaria se había autoimpuesto el rol de hermana mayor― no le apetecía escuchar uno de sus sermones. Ni ahora ni nunca si era posible, pero Amaya era consciente que esa conversación iba a tener lugar quisiera o no.
―¿Queremos saber qué sucede entre ellos dos? ―preguntó Helder a Danilo, aunque lo suficiente alto para que los demás lo escucharan. Amirah resopló.
―A buen entendedor pocas palabras bastan ―dijo Botero, sus ojos pequeños relucían como brillantes en la noche.
―No ha habido palabras ―replicó el elfo. El mediogigante puso los ojos en blanco.
―¿Siempre es así?
La mercenaria se limitó a sacudir la cabeza. En cambio, Amaya aprovechó que dejaba de ser el centro de atención para sentarse al lado de Lisi y contestarle no sin antes lanzar un suspiro de hastío:
―Desgraciadamente, sí. ―Luego se acercó a ella y le susurró―: A los elfos le gusta incordiar, fastidiar; al menos, a este.
―¿El-el-elfo?
―Secretitos en reunión, es falta de educación.
―¡Botero! ―Aunque Amaya empleó un tono de molestia, el cariño que le procesaba al mediogigante se le notaba en la sonrisa, en los ojos.
―La costumbre ―se disculpó el aludido encogiéndose de hombros.
Vic que seguía de pie observando la escena, le pidió a Rigo que le hiciera hueco para sentarse; el escolta quedó entre el adolescente y Danilo. Sus ojos inconscientemente volvieron a la curandera, estaba tan relajada que si no estuviera seguro de lo que había sucedido minutos atrás podría creer que había sido un sueño. La Amaya que ahora observaban sus ojos no tenía nada que ver con la que había estado tendida en ese mismo suelo, de rodillas, incapaz de levantarse. No se parecía en nada a la joven que ahora reía y hablaba tranquilamente con los demás.
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La heredera de Amalur
FantasyAmalur, diosa de la vida y la muerte, después de muchos siglos encerrada, contempla como se acerca el fin de su cautiverio... Y hará cualquier cosa para ponerle fin, caiga quien caiga. Cuatro vidas marcadas por las deidades, cuatro caminos que nun...