Tombapedres

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Por primera vez desde que abandonaron Altea, Rigo y Lisi guardaron un silencio prudente. Después de muchos años de protocolo, ambos adolescentes habían aprendido a guardarse bien profundo las emociones y nunca mostrar más expresión de la que ellos deseaban. Aunque el escolta fallaba considerablemente en algunas ocasiones, era muy difícil que eso le sucediera a la princesa. Sin embargo, en ese momento Lisi no habría podido sonreír y saludar educadamente así su vida dependiera de ello. Cuando empezó su aventura y a pesar de haber estado años comunicándose con Amalur, nunca esperó entrar en contacto con criaturas que solo había conocido a través de los cuentos y canciones populares. La diosa se había presentado ante ella con un aspecto muy similar a los humanos, las brujas no eran más que humanas agraciadas, pero los gigantes... Por mucho que aquellos se parecieran a los hombres del ejército de su padre que había visto entrenar, sus cabezas rozaban las copas de los árboles. Lisi dedujo que el más alto de ellos alcanzaría los tres metros y sus ojos no podían creer lo que veía. Recordó el bestiario que robó de la biblioteca del palacio, su corazón galopaba solo de pensar en poder observar un dragón, un hada o lobo negro. ¿Serían tal como los describía el manuscrito o la información sobre ellos se había visto corrompida por el miedo, desconocimiento?

Vic seguía dándole vueltas a buscar una salida rápida si las cosas se torcían, no la encontraba. Por muchos árboles que hubiera, estos no serían ningún impedimento para los gigantes que se movían con el sigilo de un gato y un paso de ellos eran casi cuatro de humano. En cambio, Rigo prefirió emplear todas sus fuerzas en comprobar que nadie les seguía, ya que desconocía el buen oído de las criaturas que les guiaban.

La bruja se tensó cuando el familiar cosquilleo volvió a apoderarse de ella, el desvío no era lo más idóneo para su situación; pero estaba segura de que todavía podía aguantar unos días. Un escalofrío la recorrió.

―¿Sucede algo, Amaya? ―Solcacels sonaba preocupado y ella se vio obligada a dedicarle una media sonrisa y negar con la cabeza. A la bruja el gigante le recordaba a los típicos ancianos a los que todo el mundo recurría cuando necesitaban consejo o ayuda.

―¿Qué le ha sucedido a vuestro amigo? ―Aixecapins lanzó un gruñido como respuesta, el otro gigante suspiró.

―Un pueblo pidió nuestra ayuda para limpiar un camino lleno de rocas después de que se derrumbaran, fuimos y un grupo de mercenarios nos encontró cuando volvíamos a nuestra cueva. ―Amaya frunció el ceño―. Tiene una lanza clavada en el estómago y la fiebre lo ha alcanzado, si no lo ayudáis, morirá.

La bruja comprendió que iba a necesitar utilizar magia sí o sí, una herida así no habría forma de curarla de otra forma.

―¿La habéis retirado? ―preguntó mientras sentía que se le escapaba algo, como no obtuvo respuesta, insistió―: La lanza.

―No, Florespasa nos dijo que no lo hiciéramos. ¿Hicimos bien?

―Sí, si está muy incrustada, al quitársela, podría haber perdido mucha sangre y con ella su vida. ―El gigante suspiró aliviado―. ¿Cuántos días hace que apareció la fiebre?

―Hoy será el tercero.

Los gigantes eran más resistentes que los seres humanos, pero eso no los hacía invencibles y la temperatura alta podía llevarlos a la muerte igual. La última vez que Amaya trató con uno de ellos, este huía hacia Voltrenis para reunirse con su familia. La conquista de Nazenia por parte de los seguidores de Netón no les había dejado otra opción que abandonar su hogar y trasladarse lo más al norte posible, donde los dioses que apoyaron a Amalur vivían exiliados.

―Disculpa, Solcacels, ¿cuánto queda?

―Ya no puede quedar mucho ―contestó el aludido.

―¿Qué haremos nosotros mientras tanto? ―Vic intervino, la curandera se sobresaltó al escuchar su voz. ―Podemos cazar, hacernos con algo para la cena. Así no tendremos que preocuparnos por el fuego, el sol todavía nos permite ver y estar atentos por si alguien nos quiere hacer una emboscada. ―«¿Todos?», preguntaban los ojos de Amaya―. Incluida Lisi.

La heredera de AmalurDonde viven las historias. Descúbrelo ahora