El olvido nunca fue más agridulce

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Amaya no apartaba los ojos del lugar exacto donde Amirah había desaparecido, las acacias que hacían de límite entre el valle y el espeso bosque le impedían ver qué tan profundo su amiga se había internado. No obstante, no estaba preocupada, si hubiera sido cualquier otra persona tal vez; pero la mercenaria llevaba años luchando contra las más feroces criaturas y todavía seguía con vida. Si algo atormentaba su corazón, era la forma en la que se había tomado su decisión; aunque sabía que no le gustaría, no esperaba ese estallido de su parte. A Amirah no le gustaba mostrar sus emociones, siempre decía que daban información que luego podía resultar letal. Además, nunca la había visto así de alterada y eso le parecía más peligroso que las probables amenazas que habitaban el bosque.

Un ruido la sobresaltó y buscó con la mirada el origen de este, Helder le había dado una patada a un cazo. Por su sonrisa la bruja no sabía si había sido fortuito o a propósito, con el elfo ninguna posibilidad era descabellada. Las comisuras de sus labios bajaron al darse cuenta que la mujer a la que amaba no estaba allí.

—¿No aguantáis ni doce horas sin discutir? ¿Qué ha sido esta vez?

—Espero que no te importe, pero observando la reacción de Amirah, me gustaría decíroslo a todos a la vez. —Helder le agarró una mano y la sostuvo entre las suyas. Los elfos no solo dominaban el aire, «los sentimientos les hablaban», solía decir el mercenario, él lo describía como música, cada sentimiento poseía su propia melodía.

—La tristeza y la preocupación no deberían sonar tan harmoniosas. —Amaya asintió y el elfo le colocó una mano sobre su hombro—. Venga, vamos a levantar a los demás. —La mirada de la bruja volvió al punto donde la mercenaria había desaparecido, Helder la imitó—. Volverá cuando esté preparada, tú lo sabes muy bien. No conozco a nadie más que la saque tanto de sus casillas.

Amaya volvió a asentir y empezó a andar en dirección a las tiendas, el elfo la siguió; ninguno de los dos dijo nada más hasta que estuvieron de nuevo junto al fuego. A pesar del carácter arrollador de Helder, era una criatura muy respetuosa con el espacio personal de cualquier ser vivo. Los elfos estaban conectados con la naturaleza y eso les otorgaba una sensibilidad especial.

—Yo me encargaré de despertar a Lisi y a los demás, tú pon en pie a Danilo. Yo dejaría dormir un poco más a Botero. ¿Te parece bien? —preguntó la bruja, aunque no esperó confirmación, se metió en la tienda donde descansaba la princesa y desapareció de la vista del elfo.

Helder parpadeó varias veces, sorprendido por la impetuosidad de Amaya. No recordaba ese rasgo de carácter de su joven amiga, pero tampoco lo sorprendía: sus sentimientos estaban a flor de piel y notaba que le quedaba muy poco para estallar, y él no quería estar ahí cuando sucediera.

Se dirigía a la tienda que había compartido con Amirah y Danilo cuando el sonido de las hojas moviéndose por una suave pero intranquila brisa le erizó por completo la piel, el bosque sufría y el aire anunciaba «guerra» a todo aquel que lo quisiera escuchar. En otro momento habría desoído el mensaje, en la península sucedían batallas por doquier; sin embargo, en ese momento, el anuncio era desgarrador, doloroso y el elfo temió por una guerra no anunciada, una que ni siquiera sabía si iba a darse. Pero sufrió por ello igualmente y en consonancia con su preocupación, las plantas lo acompañaron y Helder supo que no estaba ante un presagio, sino un aviso. Fuera cual fuera el futuro seguro que estaría teñido de lágrimas y sangre.

Se agachó y colocó las manos sobre la tierra, las movió grácilmente de tal manera que solo las puntas de sus dedos estaban en contacto con el suelo. Con esa suave caricia agradeció a la naturaleza su advertencia. Pensó en cómo contárselo a los demás, el papel de mensajero del viento no se encontraba ni en las grandes gestas del pasado. Quizá pensarían que había perdido la cabeza, pero era su deber advertirles del peligro. Se avecinaba una gran guerra y si el viento no se equivocaba, algo que no solía suceder, nadie escaparía de ella. Se levantó e ingresó en la tienda, sonrió al ver a Danilo durmiendo a pierna suelta; de los tres, era quien tenía el sueño más profundo mientras que el elfo y la mercenaria se despertaban con el menor ruido. Con mucho cuidado se cernió sobre él, posó los labios sobre la templada piel del exladrón: primero sobre la mejilla, luego la frente y por último en la nariz, lo que hizo que la nariz del humano se frunciera. Danilo entreabrió los ojos.

La heredera de AmalurDonde viven las historias. Descúbrelo ahora