Juramento

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Tras recoger todo y despedirse adecuadamente de los dueños de la posada y la gobernadora, se echaron al camino. Había sido difícil para Amaya explicarle a Vic por qué continuaban el viaje todos juntos, hasta el punto de que ella tuvo que decirle que no hiciera pucheros como los niños pequeños, él lo negó y desde entonces el ceño fruncido se había alojado en su rostro. La bruja comprendía la actitud del escolta, él y Amirah no es que se llevaran especialmente bien; pero ambos debían tolerarse si deseaban tener una travesía tranquila y sin sobresaltos.

La curandera iba lanzando miradas hacia atrás para comprobar que todo iba bien. Botero cerraba la formación lo bastante lejos para hacer oídos sordos de Rigo y Helder, que seguían con sus historias mientras Lisi y Danilo los escuchaban; en medio, Vic y Amaya cabalgaban al mismo paso, pero sin hablarse y luego Amirah abriendo camino también en completo silencio.

Los mercenarios, igual que la eathel, habían notado que algo que preocupaba a la guerrera del sur; aunque ni el elfo ni Danilo habían conseguido sonsacarle nada, a pesar de lo insistentes que habían sido. Les carcomía no saber la razón que había llevado a la mujer que amaban a seguir con los humanos, sobre todo, cuando era evidente que no lo hacía de buena gana y no se creían aquella historia de que era lo más justo. Podía ser razonable y la respuesta más lógica, pero ellos conocían muy bien a su mujer y estaban seguros de que escondía algo.

—¿Y, de verdad, ha sido decisión suya? ¿Tú no se lo has pedido como un favor? —volvió a preguntar Vic extrañado.

—Te lo prometo. Ha dicho que era lo justo tras prestarles mi ayuda. ¿Tan complicado de creer es?

Los ojos del escolta fueron hacia Amirah y luego volvieron a la curandera, quien casi podía ver trabajar la cabeza de Vic intentando darle sentido a una decisión que ninguno de los presentes comprendía.

—Sí.

Su respuesta tajante y sincera arrancó una carcajada de Amaya, no fue capaz de reprimirla y su mirada instintivamente se deslizó hacia su amiga, en ese momento incluso más tensa de lo que había estado segundos antes. Los había escuchado.

—Realmente, no importa el motivo.

—¿No temes que esta unión acabe de forma violenta?

—Temo muchas cosas, Vic, pero esa no es una de ellas. Hay muchas criaturas en este bosque que sí deberían preocuparnos y daremos las gracias por su presencia si nos encontremos alguna de ellas.

—¿Hay alguna que deba inquietarnos?

—Sí —confirmó Amaya.

Pero no dijo nada más, siguió cabalgando.

El escolta observó como poco a poco la mirada de la eathel se enturbiaba. Estuviera pensando en lo que estuviera pensando la había transportado a un lugar que él no podía alcanzar. «¿Habrá algo que la haga estremecer de terror?», se preguntaba Vic. Y si era así, ¿qué clase de criatura sería para atemorizar a la bruja que no podía morir?

Mientras, Lisi recordaba la conversación con Amaya de esa mañana, llevaba todo el día dándole vueltas. «¿Cómo saber si estoy enamorada o siento amor? Y ese amor, ¿cómo se distingue entre uno de hermanos, amigos o pareja?». Esas dudas la carcomían por dentro. La princesa contempló a su joven escolta, estaba feliz, con una gran sonrisa adornando su rostro y sus castaños rizos moviéndose por el movimiento del caballo. Se fijó en sus labios, finos, esbeltos. Sus mejillas adquirieron un tono rosado al pensar en besarlos, en posar los suyos sobre los de Rigo, al percibir el calor que desprendía su rostro, giró la cabeza completamente para evitar que los demás se percataran de su sonrojo. Su corazón latía a un ritmo acelerado, casi comparado al que adquiría cuando había creído que iba a morir durante los ataques. «¿Es esto lo que describen los sonetos? ¿Las obras de teatro?», la mente de Lisi siguió sin permitirle descansar.

La heredera de AmalurDonde viven las historias. Descúbrelo ahora