Amaya abandonó el lecho tapada con la única sábana que la noche anterior cubría la cama de la modesta posada, buscó rápidamente su ropa que estaba desperdigada por todo el suelo. Agarró la ropa interior y las calzas, se las puso rápidamente y mientras recogía la camisa le echó una mirada al hombre que todavía dormía en el cómodo jergón.
Hacía mucho tiempo que no había pasado una noche tan placentera, que había conectado con alguien de esa forma. Era una lástima que nunca repitiera compañero de noche, como había empezado a llamarlos, aunque estaba tentada a hacer una excepción, sobre todo porque le había dicho que no pensaba quedarse en el pueblo más que un día. Sin embargo, su cabeza seguía sobre sus hombros por las estrictas reglas que se había impuesto y quería que siguiese así, de modo que se puso la parte de arriba y se sentó con cuidado en la cama para ponerse los borceguíes.
Aprovechó para echarle una última ojeada a Vic, los recuerdos de la noche anterior le provocaron un cosquilleo que recorrió todo su cuerpo. Había sido una noche memorable, el placer que sintió la acompañaría y calentaría en el futuro. Estaba segura de ello. Su acompañante se dio media vuelta todavía dormido y quedó bocarriba, tenía el cuerpo de un soldado; pero en la breve conversación que tuvieron le dijo que eran tres huérfanos que volvían a casa. Aunque algo no le convencía en su historia, ella no era quien para juzgar. Su cuerpo musculoso requería entrenamiento y dedicación. Quizá eran desertores, a Amaya no le importaba, la guerra no parecía acabar nunca. Un gemido escapó de la boca de él y comenzó a acercarse, buscaba una fuente de calor. Era hora de marcharse. Con un suspiro, lo cubrió con la sábana y se dirigió a la puerta.
Bajó las escaleras y se encontró a la dueña de la posada atendiendo la barra.
Llevaba ya más de dos meses en aquella aldea, y sospechaba que los habitantes conocían su verdadera naturaleza pero nadie había mostrado señales de rechazo. Además, como muchos no podían permitirse los estipendios del doctor, acudían a ella. Se negaba a hacerse con las pocas monedas que aquellas familias conseguían, pero aceptaba las cestas con frutas o piezas de ropa que aparecían mágicamente en su habitación alquilada.
Se sentó en la barra y Raquel, la dueña, le puso delante un cuenco repleto de avena. Amaya había ayudado a su hermana a dar a luz, la criatura venía de pie y tuvo que recurrir a la magia para salvar a ambas. Desde entonces, los platos de la posada eran más abundantes y el agua de la tina estaba menos fría.
―Estás radiante, muchacha. ¿Quizá estamos ante el definitivo? ―Siempre le hacía la misma pregunta, por lo que Amaya se limitó a poner los ojos en blanco―. Hablo en serio, no te he visto tan relajada y satisfecha desde que te conozco.
―Sabes que no pienso atarme a nadie.
Era una de las pocas personas con las que se permitía ese grado de familiaridad, el tuteo instaurado en todas las zonas dedicadas a Epona le parecía cargante. Al menos, en las pequeñas aldeas o poblados podía deshacerse de él por un tiempo después de un simple saludo. Degustó la avena molida, cuando se la acabó, Raquel sacó un vaso de leche y se lo acercó. Se lo agradeció y la mujer se encogió de hombros, no le gustaban las muestras de afecto. A Amaya ya le parecía bien, no quería encariñarse con nadie. Nunca sabía cuándo tendría que abandonar un lugar deprisa y corriendo, en la vida de una fugitiva no había tiempo para despedidas largas y afectuosas.
―¿Entonces si me pregunta por ti...?
―No va a hacerlo. Se marcha hoy con sus hermanos.
―Ah, sí. Un joven enclenque y una joven muy hermosa, alteró a todos los hombres de la posada incluso con una capa que cubría su dorado cabello. Además, posee unos ojos azules dignos de ser comparados con zafiros. ―La joven alzó una ceja―. Puede que no nade en riquezas, pero no soy inculta y por aquí han pasado desde mendigos a reyes. Y por su apariencia podría ser noble, si no fuera por su ropa, pondría la mano en el caldero.
ESTÁS LEYENDO
La heredera de Amalur
FantasyAmalur, diosa de la vida y la muerte, después de muchos siglos encerrada, contempla como se acerca el fin de su cautiverio... Y hará cualquier cosa para ponerle fin, caiga quien caiga. Cuatro vidas marcadas por las deidades, cuatro caminos que nun...