La creación de Baal Hammon

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Los dips no iban a ser ningún problema para ninguna de ellas, siendo una bruja y otra heredera de una diosa. Los dips atacaban a humanos, aunque no podían defenderse de criaturas si estos los agredían primero. Al menos, Amaya esperaba que la sangre de la deidad fuera lo suficiente fuerte para que Lisi no estuviera en peligro.

—¿Estás bien? —La pregunta de la princesa sacó de sus pensamientos a la curandera.

—Sí, tranquila. ¿Has bajado tu daga?

La adolescente mostró el arma, Amaya le pidió que la empuñara y ella obedeció. La bruja asintió aprobando la forma en la que sostenía el puñal.

—Ahora coloca el pulgar así —dijo colocándolo de forma que la punta del dedo tocara la guarda—. Y el índice rodeando la empuñadora. Así. Perfecto. Siente el metal, memoriza cómo se adapta tu mano a ella. Es una parte más de tu cuerpo.

—No se siente natural.

—No al principio, pero te acostumbrarás —aseguró Amaya con convicción—. Igual que lo hiciste a llevar una vida en los caminos, igual lo harás a llevar un arma contigo. Ella te acompañará, te ayudará no solo a defenderte a ti, sino también a tus seres queridos.

—¿Alguien te ha dicho que eres una gran oradora?

—Digamos que no eres la primera...

Algo parecido a un aullido interrumpió a Amaya.

—Es pronto —masculló la bruja y buscó con la mirada cualquier rastro de movimiento—. Lisi, vuelve a la posada y avisa a Amirah. El dip ya está aquí.

—Pero... ¿y tú?

—A mí no me atacará y recuerda: no puede matarme. Ves y diles que tienen que poner a salvo a la guardia, va a por ella. Ahora, Lisi, es una orden. Ve.

La princesa asintió y salió corriendo. Vic le había enseñado la importancia de obedecer a un superior cuando emprendieron su propia aventura y, en ese momento, la líder era Amaya y ella una simple subordinada. Estaba preocupada por la bruja, pero si alguien sabía defenderse muy bien sola, esa era Amaya.

Cuando llegó a la posada, Amirah y el resto de mercenarios estaban armándose hasta los dientes. Sus rostros estaban serios, preparados para la guerra porque nadie dudaba de que aquel trabajo iba a ser difícil. Los dips eran creación del dios de la protección, eran los guardianes de su hijo y no iban a dejarse ganar fácilmente. A la mercenaria le apenaba tener que acabar con una vida que solo cumplía su labor, misión; pero la gente del poblado no tenía culpa de lo que hicieran los aristócratas y una vez el dip probaba una sola gota de sangre, no pararía hasta terminar con el dueño de ella. No había salvación posible.

—Sube arriba, allí estaréis a salvo. Proteged a la guardia, a la gobernadora y a su hija —ladró Amirah sin dedicarle una mirada.

—Amaya se ha quedado fuera.

El único gesto que consiguieron sus palabras fue un asentimiento. Lisi entendió que la había oído y buscó con la mirada a las habitantes de Pratdip. No estaban por ningún lugar.

—Ya están arriba —le informó Danilo.

—Buena suerte —dijo Lisi antes de desaparecer por las escaleras.

El grupo de mercenarios acabó de prepararse y comprobaron que todos llevasen lo necesario para la misión que se les venía encima. Afirmaron con la cabeza dando su aprobación, ya estaban listos.

Amirah lideró al grupo, el sol se había escondido por completo. Miró a su alrededor, no había rastro de la curandera. Se preguntó dónde podía estar, consideraba que Amaya no era tan tonta como para enfrentarse a un dip sola por muy invulnerable que fuera.

La heredera de AmalurDonde viven las historias. Descúbrelo ahora