Capítulo 2: Ojos Marrones

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“Los hombres perfectos solo existen en los libros.”

—Mamá, ya te dije que estoy bien.

—No, nada de que estás bien. Me llamaron porque sufriste un bajón de azúcar.

Sí, le dije a la maestra que me vio tirada en el suelo que mi ataque de pánico había sido en realidad un bajón de azúcar.

—No me estás escuchando. ¿Cuántas veces te he dicho que comas? ¿Te crees que es un chiste? —mientras mi madre seguía dándome un sermón con las manos en forma de jarra en medio de la sala caminando de un lado a otro mi mente se desconectó un momento.

Quería mi cama, estaba cansada, y quería llorar.

—Que sea la última vez que me llamen por una cosa como esta, ¿me oíste? Es hora de que te empieces a cuidar y a preocupar por ti misma.

—Sí, mamá. Lo que tú digas —la miré cansada y me giré para ir a mi cuarto.

La verdad era que no se veía molesta. Cuando se molestaba se notaba, y bastante. Daba miedo. Pero al parecer estaba muy cansada para castigarme o algo así. Al fin y al cabo, había hecho dos turnos.

Cuando entré a mi habitación lo primero que vi fue mi pared favorita. Estaba llena de posters de bandas de rock, músicos famosos, paisajes, dibujos, discos y unas enredaderas de hojas verdes de decoración. Me encantaba esa pared.

En una esquina del cuarto tenía mi escritorio regado con los últimos repasos de las clases, y el cesto de ropa sucia al lado. Caminé hacia mi cama y me tiré en ella mirando el techo con las manos encima de mi barriga moviendo los dedos entre sí.Este día había sido uno de mierda.

Me separé un poco de la cama apoyándome en mis brazos y miré mi guitarra eléctrica encima de su stand. Me levanté para tomarla y tocar un poco para despejar la mente.

La guitarra era de un tono azul celeste con la parte central blanca. Sus cuerdas al principio eran gris metálico, pero hace poco decidí cambiarlas por unas negras, así le dan un tono más bonito a la guitarra, en mi opinión. La tomé con una mano y volví a mi cama, solo que estaba vez me senté con la espalda en el respaldar de la cama.

No conecté la guitarra a la bocina, ni le puse el cable para grabar, solo me senté en la cama con la guitarra en mi regazo y empecé a tocar notas al azar. Al principio solo eran notas sin sentido, solo ruido, pero después empezaron a tomar forma, a ser una melodía, una melodía triste.

Es increíble cómo una música puede hacerte sentir tan identificada. No necesitaba hablar ni cantar para saber qué era lo que sentía mi corazón.

Mi mente empezó divagar mientras tocaba, ya no estaba en mi cuarto, ahora estaba en mi mente. No tenía amigos, ni mejores amigos. No sabía lo que se sentía tener un ataque de risas en el salón o en un momento incómodo por una de las bromas de algún compañero, mi mamá no se preocupaba por mí como yo quería, yo no tenía esa hermosa y cercana relación de madre e hija que tenían otras chicas de mi edad, no tenía pareja y por lo que veía jamás iba a tener, no tenía con quién compartir mis miedos y anhelos, mis sentimientos o simplemente decirle lo que me pasaba en el día.

No tenía a nadie que me quisiera de verdad, estaba sola, siempre estaba sola. Y a veces eso cansaba.

Cansa tener que hacerse la fuerte para seguir hacia delante, tener que sonreír al mundo para que no pregunten qué pasa. Cansa ver cómo otros son consolados mientras yo me rompo en mil pedazos por dentro. Mientras me desborono y me alejo de quien soy realmente. Estoy cansada. Estoy cansada de todo. Yo… yo no puedo, simplemente no puedo.

Mi Ángel Guardián Donde viven las historias. Descúbrelo ahora