“Hay recuerdos que nunca se borrarán y personas que nunca se olvidarán”
Hoy era Domingo, y de lo único que me antojaba era de comprarme un helado y salir a caminar. Bueno, rectifico. Comprarme un helado y sentarme en un banco a ver cómo la gente caminaba. Sí, mejor así.
Así que eso hice, fui al parque más cercano y me compré un helado. Llevaba sentada unos quince minutos, viendo cómo la gente andaba de un lado a otro sin ningún tipo de razón, cuando la voz de alguien a mis espaldas me interrumpió.
—¿Está ocupado?
No tuve que voltearme para saber quién era. Erick.
—Sí, estoy esperando a alguien.
—¿A, si? ¿A quién?
—No lo conoces. Es súper simpático y es guapo. Muuy guapo —lo miré de reojo.
—Agradece que sé pillar una broma y que sé que estás hablando de mí —dijo mientras se sentaba a mi lado.
A diferencia de mí, él tenía un chocolate caliente en sus manos.
—¿Como estás? —le pregunté.
—Bien —me sonrió de lado—. Yo siempre estoy bien —dijo arrogante y yo rodeé los ojos haciendo que él se riera un poco— ¿Y tú?
—Bien. Yo siempre estoy bien —repetí y el negó, divertido—. He venido porque no sé qué más hacer hasta la tarde.
Erick frunció el ceño.
—¿Qué tienes esta tarde?
—Una cita.
Intencionalmente dije esa palabra para ver la reacción de Erick. Pensaba que solo iba a fruncir el ceño o que ni siquiera reaccionaría. Pero estaba a punto de beber de su chocolate y se detuvo en seco.
—¿Una qué?
—Una cita. ¿No sabes lo que es? —lo miré fingiendo confusión cuando en realidad tenía ganas de reírme— Ya sabes, es cuando la gente sale sola para conocerse, hablar y besars…
—Sé lo que es una cita, Karen —me miró mal.
—Y ¿entonces por qué preguntas? —pregunté mientras comía de mi helado felizmente mientras él me miraba serio.
Luego desvió la mirada al parque y continuó bebiendo. Obviamente no le quité la mirada de encima y noté que empezaba subir y a bajar la pierna una y otra vez y a apretar el vaso con un poco más de fuerza de la estrictamente necesaria.
Erick carraspeó.
—¿Y no piensas decirme con quién es tu cita? —dijo sin mirarme.
—No me lo has preguntado —no paré de comerme mi helado mientras lo miraba con una sonrisa.
Erick me miró unos segundos y volvió a desviar la mirada y me preguntó con supuesto desinterés.
—¿Y con quién vas a salir? —murmuró casi inaudible.
—Con Andrés —contesté sencillamente.
Erick me miró de inmediato con el ceño fruncido y los labios apretados en una fina línea. Se acordaba de él. Estudió mi rostro intentando ver un indicio de mentira y yo volví a comer mi helado para parecer tranquila. Luego miró hacia al frente y dejó su chocolate caliente en el banco.
—¿A dónde vas? —pregunté cuando lo vi ponerse de pie.
—A caminar —contestó simplemente.
Y eso hizo. Empezó a caminar hasta estar unos metros lejos de mí con las manos sobre la cabeza mirando hacia arriba. Ya me había reído bastante de la situación y en parte ya me había aprovechado, así que me levanté y voté el vaso del helado, que me había terminado, y cogí el vaso de su chocolate para caminar hacia él.
Al verme desde lejos no despegó su mirada de la mía y seguí caminando hasta que estuve delante de él.
—Toma, se te va a enfriar —le ofrecí su chocolate.
Él lo cogió, lo miró y votó el líquido en el césped.
—Ya se enfrió.
Era cierto, pero como él lo había comprado no pensaba votárselo.
—¿Ya caminaste? —pregunté ocultando mi diversión.
—Sí.
—¿Y bien?
—¿Y bien qué?
—¿Se te pasó tu ataque de celos o debo esperar a que hagas otra caminata? —me acerqué a él.
Él aún tenía las manos entrelazadas sobre su cabeza, haciendo que su camisa se levantara un poco y dejara al descubierto una parte de su cadera. Me miró con una ceja enarcada cuando me acerqué.
—No tengo celos.
—Claro. Solo estás enojado.
—Un poco.
Lo miré fijamente y él no cambió su expresión.
—No estás enojado, estás celoso —Erick desvió la mirada y yo terminé de acercarme a él para rodear su cuerpo en un abrazo.
—Suéltame —no me miró.
—No.
—No me toques.
—Es bueno para el ser humano recibir muestras de afectos, y lo sabes.
—Mira quién lo dice —rodó los ojos.
—Erick.
Lo llamé, pero él no me miró, solo hizo un ruido demostrando que me estaba escuchando.
—Mírame —le dije.
Erick suspiró y me miró bajando las manos de se cabeza.
—No tengo una cita.
Erick entrecerró los ojos mirándome fijamente.
—¿Es una broma? —susurró y yo sonreí como un angelito.
—A ver —intenté alejarme, pero Erick me retuvo con sus brazos en mi cintura—. Andrés me invitó al autocine, pero van otras personas más, así que no es una cita cita —expliqué.
—Pero aun así quisiste usar esa palabra, sabiendo que no era una cita —enarcó la ceja y no supe saber si lo decía molesto, divertido o ambas.
—¡Pero ha valido la pena!
—¿La pena?
—Sí, si hubieras visto tu cara me creerías —conseguí decir mientras daba unos pasos atrás cuando Erick soltó su agarre.
—Muy graciosa —murmuró— ¿A qué hora es?
—¿Por qué? ¿Tienes pensado aparecerte?
Erick apretó los labios.
—Por más que me gustaría, —me enarcó una ceja y luego relajó su expresión— no me metería en tu privacidad ni en tus asuntos.
Asentí lentamente apreciando ese gesto.
—Es a las siete y media —dije tras unos segundos.
Erick miró su reloj, faltaba mucho para las siete y media.
—¿Quieres hacer algo antes? —me preguntó poniéndose las manos en los bolsillos— Aparte de ver cómo la gente camina, claro.
—Aunque no lo creas estaba bastante entretenida.
—Me lo imagino.
Lo pensé.
—¿Tienes alguna idea? —pregunté refiriéndome sobre qué hacer.
Erick se encogió de hombros.
—Podemos ir al cine —hice una mueca— Vale, podemos ir a comer —hice otra mueca y Erick trató de ocultar una sonrisa— En la otra esquina están alquilando unas bicicletas, las podemos usar para pasear.
Lo pensé, solo para alargar la espera mientras Erick me miraba expectante, pero volví a poner una mueca y él suspiró rodando los ojos.
—¿Para qué me pides ideas si las vas a negar todas?
—Porque no tienes buenas ideas —me reí.
—Eso no es lo que dices cuando te llevo a ellas —ladeó la cabeza.
—Ese no es el punto.
Erick me miró con una expresión de diversión pícara, pero no dijo nada.
—Podemos volver a sentarnos y seguir con tu plan inicial —señaló con la cabeza a mis espaldas refiriéndose al banco donde estábamos sentados antes.
—Me parece una fabulosa idea —levanté los dos pulgares— Pero por favor, no me hagas levantarme de nuevo para calmar tus “enojos”—dije haciendo las comillas con mis dedos ganándome un empujón de su parte.
—Yo no te mandé a seguirme, tú decidiste hacerlo.
Cuando nos acercamos al banco donde estábamos antes ya otras personas se habían sentado en él, así que preferimos caminar un poco más hasta ver un árbol que proporcionaba sombra y sentarnos debajo de él.
—¿Cómo sabías que estaba aquí? —le pregunté después de unos minutos.
Se encogió de hombros.
—De alguna manera siempre sé dónde estás, y cuándo necesitas mi ayuda.
—O sea que si voy tarde a la escuela lo sabrías —mencioné, divertida.
Hizo una mueca.
—Sentiría que estás frustrada, pero no sabría a ciencia cierta que es porque vas tarde a la escuela. Aunque lo sabría por lógica si busco un reloj y veo la hora —sonrió—. Hay cosas que se saben solo por lógica.
Rodeé los ojos.
—¿Entonces…? —pensé en las preguntas que aún me hacía a pesar de que poco a poco me acostumbraba a la situación— ¿No sabes a ciencia cierta lo que estoy pensando?
Erick frunció el ceño, ocultando una sonrisa.
—¿No me habías hecho ya esa pregunta?
—Ni idea, no me acuerdo —ahora Erick rodó los ojos.
—No puedo saber lo que estás pensando, pero según cómo te sientes puedo deducirlo y ayudarte.
Asentí una sola vez. Creo que sí se lo había preguntado. Ups.
Miré hacia al frente porque la siguiente pregunta que tenía desde hacía unas noches, la cual me proporcionaba un peso en el pecho, no se la quería hacer y al mismo tiempo sí.
Erick debió sentir mi repentina incomodidad o inseguridad porque, aunque él también miraba hacia al frente vi de reojo que fruncía el ceño.
Pensé en no hacerla y seguir hablando de otra cosa, pero sinceramente si no le hacía la pregunta ahora se la haría en otro momento. Así que, ¿por qué no ahora? Respiré hondo por el miedo a cuál sería la respuesta y sin mirarlo solo pregunté.
—¿Qué sería más difícil?
Erick debía saber a lo que me refería. Posiblemente hasta se esperaba que esa fuera mi siguiente pregunta porque solo bajó la cabeza jugando con uno de sus cordones, como si estuviera buscando la manera más sencilla de explicarme algo que él no quería.
Al final dejó sus zapatos en paz y pegó su espalda al árbol recostándose de él. Subió un poco su pierna derecha y puso su brazo sobre su rodilla.
—Hace poco te conté sobre mis misiones, ¿te acuerdas?
Asentí.
Así le llamaban al hecho de ayudar a las personas a superar ciertos retos de su vida. Erick había ya varias misiones antes de la mía. ¿Pero qué tenía que ver eso?
—Sí, lo recuerdo —contesté, aun así.
—Soy enviado a ayudar a personas que no pueden ver los fuertes que son por sí mismas. Soy enviado para ayudarlos a pasar ciertas situaciones de sus vidas, sea una perdida, una inseguridad, depresión, lo que sea. Y lo hago, lo he hecho con todos. Al principio se les hace difícil creer en ellos mismos. Luego lo van aprendiendo a hacer solos hasta que…no me necesitan.
Eso último lo dijo con un tono melancólico y ahí, luego de que dijera esas palabras y me mirara lo entendí. Todo encajó.
Yo no era a la única que debía ayudar, después de mí habría otros más. Y su deber era hacer lo mismo por ellos que hizo por mí.
—¿Te irás?
Erick desvió la mirada apretando los labios.
—Sí.
Contuve el aliento.
—Cuando no me quieras, pero me necesites ahí estaré. Cuando me quieras, pero no me necesites, me iré —lo dijo de una manera tan monótona que me pregunté cuántas veces lo habrá tenido que repetir y de pronto sentí un nudo en la garganta.
No podía creerlo, desvié la mirada.
—Pero… —traté de buscar cualquier excusa— es que no lo entiendo, siempre te necesitaré, siempre habrá algo, alguna inseguridad o algún complejo.
Mientras lo decía sabía que no era cierto y Erick también lo sabía porque me miró con una sonrisa tranquilizadora, que solo hizo que me frustrara más. Erick suspiró y se acercó un poco a mí.
—¿Acaso no has notado que desde hace cuatro días no usas maquillaje? —ladeó la cabeza— ¿O que ya no te preocupas por tapar las cicatrices de tus brazos? —preguntó mientras me observaba con ternura.
Sí, lo había notado. Lo había notado cuando fui a buscar al vestido del prom. Lo había notado hoy cuando me vi en el espejo del carro. Y lo había notado mientras veía a la gente caminar cuando noté que llevaba una camisa con mangas cortas puesta.
Era cierto lo que decía Erick, poco a poco iba a aceptándome. Iba dejando de pensar de una manera insegura para creer en que yo me merecía ciertas cosas. Pero, aun así, la perspectiva de que él se tuviera que ir, que no lo volvería a ver, que ya no podríamos hablar en las noches o que no me enseñaría algo nuevo me aterraba.
—¿Cuándo será eso?
—No lo sé —Erick se encogió de hombros—. No es como si tuviera una fecha de expiración. Todo dependerá de ti. Me iré cuando ya no te haga falta.
Tragué saliva y desvié la mirada. Me sentía triste y un poco desolada, pero fruncí el ceño al aun no comprender algo.
—¿Qué haría más difícil el hecho de que te tengas que ir? —lo miré a los ojos, pero cuando culminé mi pregunta Erick desvió la mirada.
Noté cómo tensó los hombros y cómo tragó saliva.
—Siempre es difícil para mí. Conocer a alguien en sus peores momentos, ayudarlo, conocerlo y luego simplemente irme porque ya no me necesita —entrelazó sus manos—. Me decía a mí mismo que ese era mi trabajo, que para eso había nacido, así que de alguna manera dejó de doler tanto, porque solo pensaba en la próxima persona a la que tendría que ayudar.
—¿Pero? —pregunté al notar que no seguía.
Suspiró.
—Pero contigo es diferente —extendió una débil sonrisa de lado que no llegó a formar su hoyuelo.
Fruncí el ceño.
—¿En qué sentido?
—En todos —levantó la mirada para encontrarse con mis ojos— En cada uno de ellos.
Mi corazón de pronto dio un vuelco que hizo que se me empezara a hinchar el pecho por el sentimiento que estaba creciendo dentro de él. Erick me miró a los ojos y continuó.
—Nunca, en toda mi vida había sentido algo así. No solo te quiero ayudar porque sea mi trabajo, lo quiero hacer porque quiero que estés bien. Nunca había visto a alguien y había querido estar más tiempo con esa persona. Nunca —señaló al frente sin dejar de mirarme— alguien me había dicho que tenía una cita y yo me había puesto celoso. Nunca, Karen.
Ni siquiera pude sacarle en cara que había aceptado que estaba celoso por mí porque se pasó una mano por el pelo, frustrado.
—Y me gusta. Me gusta pensar en ti, verte feliz, ayudarte, enseñarte. Me gusta que confíes en mí para decirme algo que es importante para ti. Pero… —me miró y pude ver dolor en su corazón reflejado en sus ojos.
Hasta ahora se me había hecho difícil respirar. La manera en la que Erick me describía sus sentimientos era algo casi irreal, me sentía nerviosa, eufórica y emocionada. No sabía ni cómo reaccionar, pero no podía comprender por qué si los sentimientos de Erick eran tan hermosos su rostro reflejaba tanto dolor.
Me acerqué un poco a él, que ahora solo miraba el suelo, y le puse una mano en su brazo.
—¿Qué pasará cuando te vayas? —susurré casi inaudible, pero Erick me escuchó.
Lo supe porque su expresión reflejaba que la respuesta a esa pregunta era la que le proporcionaba dolor.
Levantó su mirada hasta mis ojos, y lentamente dijo—Me olvidarás.
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Mi Ángel Guardián
Teen FictionKaren es una joven de 17 años que vive en un pueblo llamado Villa Kennedy. En lo que lleva de vida ya le ha tocado experimentar la depresión, ataques de ansiedad, el bullying y el menosprecio a sí misma. En uno de sus momentos más desesperados ella...