Capítulo 7: Abrazos seguros

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A veces para ayudar a alguien hay que dejar que otro lo ayude” —J.Encarnacion

Esa noche, al llegar a casa, entré a mi habitación y me atreví a sacar el espejo que tenía guardado. Me vi en el reflejo y miré la flor que posaba en mi oreja. La toqué con los dedos con sumo cuidado y una pequeña sonrisa se reflejó en mi rostro.

Dejé el espejo en el escritorio y me senté a los pies de la cama mirando mis manos. Tenían algo de tierra seca entre los dedos y unos pequeños pastos peludos pegados en mis pantalones. También noté que en los brazos me había hecho pequeñas cortadas por la caída en la colina, pero ninguna me dolía. No como las…

Sacudí la cabeza y decidí pensar solo en el día de hoy. Recosté mi cabeza en la cama y cerré los ojos. Recordé la brisa golpeando mi cara, el olor a campo llenar mis pulmones y la risa de Erick inundar mis oídos. Me gustó esta salida con él, no creí que me fuera divertir tanto.

Miré la hora en el reloj y me puse en pie para buscar una mula de ropa y darme un baño. Al salir de la habitación levanté la mirada y vi que mi madre estaba entrando a la casa con la ropa del trabajo.

—Pero ¿dónde te has metido? —preguntó en cuanto me vio.
Me miré a mí misma.

—Me caí de una colina —me encogí de hombros.

Ella puso una mueca de horror ante mi confesión tan sincera y sacudió la cabeza.

—Ignoraré ese comentario y creeré que solo quisiste revolcarte en el patio de la vecina con los perros —cerró la puerta tras ella y dejó el bolso en el sillón para abrir la nevera.

Me recosté del marco de la puerta del baño y la miré.

—¿Cómo te fue hoy? —ella suspiró cansada.

—Mejor que otros días, peor que otros.

Sacó de la nevera una lata de refresco y un paquete de comida recalentada.

—Hoy a llegado una mujer sin un brazo porque aparentemente lo sacó fuera de la ventanilla del auto para darle paso a alguien y un motociclista se la arrancó al pasar por su lado en exceso de velocidad —dijo mientras se sentaba en la mesa metiéndose la cuchara con comida en la boca.

Hice una mueca de asco, ella lo vio y negó con la cabeza divertida.

—De verdad que no entiendo cómo es que puedes decir eso así de normal mientras comes —dije separándome del marco para entrar en el baño.

—Por eso estudié enfermería, porque me gusta.

Le puse una cara de “no me digas”.

—Acaba y métete a bañar, no puedo comer con tanta peste a pasto.

Ignoré su comentario despectivo y entré al baño. Cerré con seguro la puerta, puse mi ropa en una mesita que había al lado del retrete y abrí la gaveta que estaba debajo del lavamanos. Me mordí el interior de la mejilla inconscientemente y saqué una pequeña placa de metal que había. Era una pesa digital de color blanca. Dudé un segundo en si pararme encima de ella.

Miré la bañera y luego la pesa. Gruñí para mis adentros. Me alejé de la pesa y me quité la camisa y el pantalón quedando solo en ropa interior y volví a pararme al frente de la pesa.

—Tal vez así no peso tanto —me dije.

Puse un pie primero y luego el otro, cerré los ojos y luego miré al techo sacando todo el aire de mis pulmones. Me mantuve derecha poniendo recta mi espalda y los hombros hacia atrás.

El corazón de momento me empezó a latir levemente más rápido y el sonido de un “Tin” me indicó que ya la pesa había calculado mi peso. Bajé la mirada para ver el número y lo observé por unos segundos. Bajé de la pesa rápidamente, la tomé, abrí otra vez la gaveta del lavamanos, la guardé y me senté en el piso con la espalda pegada a la pared.

Mi Ángel Guardián Donde viven las historias. Descúbrelo ahora