❅ Capítulo: XXIV: Un cuento de Hadas ❅

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~ UN CUENTO DE HADAS ~

Stefan

La intolerancia de los lobos a ciertos metales como la plata ha quedado evidenciada en múltiples ocasiones. Cuando se trata de anillos de boda o compromiso solemos bañar nuestras joyas, de modo que estas no quemen ni perforen la piel. El valor material de la misma nos importa muy poco, preferimos enfocarnos en darle a esa persona especial un detalle con valor monetario, pero en esencia con un significado vivo y permanente, digno de recordar.

Observo el rostro de la mujer jóven y hermosa que hace unas horas se convirtió en mi esposa. Sus mejillas que enrojecen cada tanto y los subtítulos que aparecen en su rostro por causa de los pensamientos después de nuestra reciente boda en secreto.

-Eres una novia bastante peculiar -murmuré, inhalando el aroma que desprendía su piel. Ese aroma compuesto por sustancias químicas que, si se mezclaran con su aroma natural y yo pudiese sentirlo, sería aún más placentero para mí.

-Por ahora -dijo, con la voz distorsionada por causa de la postura en la que nos encontramos.

El juramento que nos hicimos ante Lo divino, guiados por mi madre, es algo que Arian aún no puede asimilar. Por mi parte, ya sentía la admiración hacia la jovencita valiente y fuerte que pude ver en ella. Ahora me siento el ser vivo más afortunado de la faz de la tierra, me siento afortunado porque ahora los dos somos una nueva oportunidad para el otro, me siento afortunado porque me haya aceptado, de que ahora hemos sido restaurados.

-¿Estás cómoda? -pregunté, aunque no me refería a su comodidad física.

-Sí -se alejó de mi pecho y elevó el rostro para mirarme-. Es que estoy haciendo memoria, para recordar cómo es que llegamos a este punto; en el que eres mi esposo, y yo soy tu esposa.

-Tu esposo -saboreé las palabras-. Que bien suena.

Ella sonrió de esa forma, de esa forma que causa que sus ojos verdes y relucientes se tornen de color miel. El rubor natural de sus mejillas decoró su piel embellecida por las pecas, como los tonos anaranjados y rosáceos que pintan el cielo en pleno amanecer.

Algo se removió dentro de mí, podría identificarlo como ese instinto animal de cuidar su sonrisa, de cuidar que por ningún motivo esta llegase a desvanecerse.

Rompí nuestro abrazo, ese que no resultaba ser algo nuevo pues, nuestros labios se habían conocido y mi piel ya reconocía su toque, delicado y tímido la mayor parte del tiempo. Tomé su mano izquierda y observé entre sus dedos el anillo que mi madre nunca se atrevió a ponerse, el anillo que había pasado de generación en generación a lo largo de varios años. Una pieza en plata, pequeña y delgada, que poseía un diamante mediano color rosa y un gran valor sentimental, aunque desconocido para mí.

Nosotros no pensamos en detalles como esos, pero ella sí. Cuando fue a nuestro encuentro, lo llevó consigo y lo puso en mis manos, al igual que la responsabilidad de elegir colocarlo en el dedo anular de Arian.

Y lo hice sin pensarlo.

No tengo idea de cual de mis antepasados lo mandó a hacer, solo sé que es temporal y que mi esposa tendrá uno propio.

-Este anillo te pertenece -murmuré, prestando atención al objeto y procurando elegir bien mis palabras, para no decir nada fuera de lugar que pueda incomodarla-. Como dijo mi madre, es una especie de reliquia familiar. Pero, la verdad es que quiero que tengas tu propio anillo de compromiso. Uno que te defina a ti, quién eres y lo que representas para mí.

-No es...

-Lo tendré listo para cuando decidas hacer la ceremonia.

-Stefan, no tienes por qué darme otro anillo.

Insomnio © [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora