Sorpresa

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  La bruma se enroscaba en caprichosas espirales alrededor de las almenas, como si buscara maneras de infiltrarse en la solidez ancestral de las piedras. Los amplios ventanales dejaban ingresar apenas unos retazos de luz mortecina.

El joven soberano de Tanyer, con la espalda recta y la mirada altiva, tenía sus manos reposando apaciblemente sobre los brazos labrados de su silla de madera. Cada respiro pausado y medida de sus ojos denotaban una firmeza que habría intimidado al más valiente de los guerreros, pero aquellos ahora a su merced eran personas comunes y corrientes, acuciadas por el temor ante un desdén súbito o una orden despiadada.

Era como un lobo rodeado de ovejas, y las ocho figuras a sus espaldas asemejaban guardianes del grotesco rebaño que la sala había acogido aquella jornada. El infante parecía estar a años luz de distancia del escenario que tenían lugar ante sus ojos, inmerso en algún sueño o pensamiento privado. Los dos cachorros, fieles escuderos de aquel joven señor, permanecían alerta, listos para actuar al menor de sus mandatos.

  —Estos son algunos de los nuevos esclavos inconformes —dijo Astra con tono educado.

Orion asintió, su mirada solemne y su imponente postura provocó que se atreviera a articular palabra.

  —Deben conocer la razón detrás de su llegada —les dijo a los forasteros. Astra se alejó un paso para evitar bloquear su visión—, y si no es así, déjenme aclararles. Todos ustedes fueron un intercambio por la vida de una mocosa petulante, fueron el sacrificio que su anterior ama aceptó, pero, desde que llegaron aquí, no ha pasado ni un día para que alguien me informe que se quejaron. Trabajan, los alimento, les doy refugio y los protejo, pero, dejen de trabajar y me serán inútiles. Y no quiero estorbos en mi vahir. Así que, les concedo la oportunidad de exponer sus pensamientos. Digan todo por lo que no quieren estar aquí.

Se hizo el silencio. Orion hizo una sonata al golpear con sus dedos el respaldo del asiento.

  —No los castigaré, así que hablen. Es el momento para que expongan sus quejas. —Descansó su mirada sobre el único hombre que se había atrevido a mirarle directamente, mientras un fugitivo rayo de luz que atravesaba el claro impactó en sus poderosos y profundos ojos.

  —Nuestras familias, señor —dijo un hombre maduro entre la multitud, nervioso y mirando al suelo.

  —Habla en voz alta —ordenó.

  —Me disculpo, señor —repuso con un volumen de voz más elevado, mientras jugaba con la tela de sus vestiduras con nerviosismo.

  —Ocupa el término adecuado, esclavo —dijo Astra con voz de mando.

El hombre volvió a temblar de miedo, sus piernas advertían con perder la fuerza para soportar su peso, pero la imagen de sus dos dulces retoños y su afable mujer en su mente era la motivación necesaria para fortalecer su frágil mente.

  —Amo, son nuestras familias, amo. Las extrañamos, tanto como ellas a nosotros, no nos pida olvidarlas, amo, porque sería imposible.

  —¿Así que son sus familias? —inquirió, falsificando el interés por el dato ya conocido.

Algunos de los presentes asintieron.

  —Sí, amo.

  —¿A qué están dispuestos para volver a ver a sus familias?

La pregunta sorprendió a la mayoría, perdiendo por instantes la facultad de razonamiento.

  —¿Amo?

  —A todo, amo —dijo un muchacho con la marca del esclavo en su mejilla derecha—. A todo.

Orion desplazó su mirada en cada rostro de la sala, observándoles asentir, en concordanza con lo expresado por el joven esclavo, deteniéndose en un rostro en particular, perteneciente al único hombre que había soportado mirarle directamente.

El diario de un tirano Vol. IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora