Gosen había puesto en orden el campamento tan pronto de su llegada, una proeza nada destacable, pues los residentes temporales se habían sometido por completo a la obediencia de las reglas no escritas del lugar. Las rutinas de sus soldados al vigilar el bosque habían conferido a los corazones de los integrantes del sindicato mayor paz al dormir, a sabiendas de que las bestias no podrían escapar de las espadas de tan fieros hombres.
La aurora despuntaba con un fulgor especial, marcando el alba del tercer día desde su arribo. La sensación era insólita pero ineludible; un anhelo inesperado por la vida en la vahir se instalaba en su ser. Añoraba el eco disciplinado de las botas sobre la dura superficie durante los entrenamientos, las conversaciones que fluían con naturalidad cerca de las humildes barracas donde los esclavos encontraban descanso. Aquel lugar, impregnado de esfuerzo y camaradería, se había incrustado en su corazón con un peso sorprendente, regalándole un calor tan grato como inesperado. Amaba esta nueva añoranza que florecía dentro de él, atesorándola no solo como un recuerdo querido, sino como una poderosa inspiración para cumplir con excepcional precisión la misión encomendada por su soberano.
Ajustó el cinturón alrededor de su cintura, deslizando la espada en su vaina con la familiaridad de un gesto mil veces ensayado. Sus ojos calmos se fijaron en la abertura de la lona que marcaba la entrada a su tienda de campaña, esperando por aquel que se disponía a entrar. Se trataba de dos siluetas, una pequeña y una delgada, custodiadas por dos de sus fieros soldados.
—Comandante Gosen —dijo Ita con el mayor respeto que pudo reunir.
—Macho soldado —dijo Korgan, el pequeño de la barba negra.
El comandante asintió en ceremonia, mostrando el debido respeto al líder de los antar.
—Hable con libertad.
El enano carraspeó, asintiendo de forma calmada.
—Solicito hombres soldados para expedición en cueva peligrosa, expectante.
Gosen permaneció en silencio un momento, sopesando las palabras con la reflexiva gravedad que le otorgaba su rango, no tenía ningún problema en adentrarse en tierras desconocidas si era por el bien de los antar, personitas que sabía que su soberano apreciaba en demasía, sin embargo, había un pensamiento que deseaba explorar antes de proseguir en el tema.
—Según tengo entendido, las profundidades de las cuevas son asunto de los esclavos —dijo finalmente, dejando que su voz grave flotara sobre ellos como el preludio de un presagio.
Ita, la guerrera de mirada feroz y determinación de acero respondió con una vehemencia que rozaba la insubordinación.
—Yo no soy una esclava —exclamó.
Los dos soldados a su lado intercambiaron miradas cargadas de tensión, listos para intervenir, pero con un gesto discreto de su mano, Gosen los detuvo.
—Si no son esclavos, entonces, te pregunto, ¿qué consideras que son?
El comandante escrutó fijamente la mirada retadora de Ita, su expresión inexpugnable como un muro de fortaleza.
—No lo sé —replicó ella sin ceder un ápice—, pero lo que tengo bien claro es que no somos simples esclavos.
—No tengo intención de entablar un duelo verbal —dijo de forma tajante—, pero no toleraré que se me falte al respeto. Así que modula tu tono cuando te dirijas a mí, el líder de este campamento.
—Me disculpo —dijo a regañadientes.
—Retomando la conversación anterior, ¿por qué desea nuestra ayuda, señor Korgan? No la estoy negando, solo tengo interés.
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El diario de un tirano Vol. III
FantasyEl sol nuevamente se refleja en las frías tierras de Tanyer, pero la oscuridad que habita en cada sendero desolado, rincón apartado, cueva solitaria, no dejará que su dominio se vea agredido por las avariciosas manos del hombre. Orion se ha converti...