En el adarve recién construido de madera, se encontraban dos hombres, vestidos con indumentaria militar ligera, acompañados de un arco, carcaj, y una pequeña cesta con bocadillos y dos cantimploras sobre la superficie aspera.
Ambos hombres se mostraban vigilantes ante los ruidos provenientes del bosque, el mismo que en los últimos días se habían avistado un mayor flujo de bestias humanoides, sin hostilidad, aparentemente, no obstante, aquello provocó más preocupación en cada uno de los guardias. Eran guerreros, tal vez por la minúscula estancia en Tanyer se les consideraba forasteros, y como tales, ignorantes a la vida natural de las tierras que ahora llamaban hogar, pero conocían las bestias, y era de concepto común que cuando una bestia piensa, significa que algo muy malo va a ocurrir.
La feroz ráfaga de viento les hizo suspirar, agradecidos por el frescor del aire, que aliviaba la sensación de sus cuerpos cubiertos de sudor.
—Veo a otro de los verdes —dijo el moreno, sin señalar, no era necesario. Su compañero, el rubio, asintió.
—He escuchados de los sangre... —calló, y entendió su error al notar la temerosa expresión del hombre a su lado—. Los lugareños, que en esta temporada es común verlos, al parecer, atacan a los animales pequeños que nacen luego del inyar.
El moreno afirmó con calma, no le importaban las razones de porque los observaba más, tenía una misión, asesinarlos si cruzaban hacía el territorio que su señor gobernaba, lo demás era de poca importancia.
—Son horribles —añadió, mirando al perdido que había percibido sus presencias.
—Nos reta —sonrió el rubio, levantando su arco, y haciéndose con una flecha.
—A la cabeza —dijo el moreno, con una sonrisa incitadora.
Sus ojos, agudos como los de un ave depredadora, se posaron con intensidad en el individuo de tono verdoso. Sus dedos, rígidos como rocas, sujetaban firmemente el extremo no letal de la flecha, mientras su respiración se volvía tan silenciosa y serena como un páramo abandonado. Pero su encuentro fue bruscamente interrumpido por su compañero, cuyo toque delicado en su hombro lo sacó de su concentración.
—Observa el camino.
El rubio obedeció, aunque sin bajar el proyectil. A lo lejos, una silueta cuadrúpeda comenzó a vislumbrarse, levantaba el polvo por la alta velocidad, y, que por el camino que tomaba, denotaba su intención por cruzar territorio prohibido.
—No distingo con claridad. Maldito sol.
El rubio forzó al máximo su visión.
—Es un jinete a caballo, pero es extraño, creo que carga con un niño.
El moreno asintió, logrando verlo, más por el dibujo en su mente recién creado gracias a la observación de su compañero, que por su habilidad.
—Es un guerrero, puedo distinguir armadura en su cuerpo.
—¿Enemigo?
—No puedo responder.
—Tiro de advertencia —ordenó el moreno.
Su compañero asintió.
La flecha fue disparada, e ignorada.
—Nuevamente.
El rubio obedeció, pero nuevamente fue ignorada. El moreno no quería matar a un hombre con su vástago, pero las órdenes eran claras, y no iba a desobedecerlas por dos desconocidos.
—Tiros limpios —dijo con un tono serio, pero calmo.
El rubio asintió, se concentró en el disparo, apuntando al caballo, pues dudaba que pudieran escapar de su segunda flecha luego de caer de su montura. Respiró hondo, pero luego atisbo algo que no debía ser correcto, por lo que forzó nuevamente su objetivo en el infante que cargaba el guerrero, y entonces se mostró nervioso.
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El diario de un tirano Vol. III
FantasíaEl sol nuevamente se refleja en las frías tierras de Tanyer, pero la oscuridad que habita en cada sendero desolado, rincón apartado, cueva solitaria, no dejará que su dominio se vea agredido por las avariciosas manos del hombre. Orion se ha converti...