Decisión de venganza

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  El sosiego imperaba en el recinto, una tenebrosa cámara saturada de un silencio tan denso como las coraceras que vestían los hombres de armas. La luz, astuta y furtiva, se colaba en la estancia a través de la rendija en lo alto de las añejas paredes de piedra, jugueteando sobre el inmenso pergamino descolorido que yacía desplegado sobre una sólida mesa de roble. Un mapa, tan enigmático y enrevesado como el destino de aquellos labrados por la guerra, se plasmaba sobre el ajado papel amarillento.

Las luces temblorosas de las velas oscilaban con suavidad, iluminando las sombras distantes que la luz de la tarde no conseguía disipar, así mismo que las expresiones de los presentes.

Orion volvió su mirada a la entrada, justo antes de que la puerta maciza de madera reforzada se abriera y un individuo encapuchado cruzara el umbral. Era Anda, el líder del escuadrón de Los Búhos, que con una andadura pausada y decidida se acercó a su soberano.

  —Solo encontramos las carretas, señor Barlok —dijo luego de caer sobre su rodilla, con una voz grave, trasmitiendo la pesadumbre del fracaso.

Nadia Balo, la estratega de Orion hizo una mueca inconforme por la noticia, aunque no relacionada a la eficacia, pues reconocía que nadie era tan rápido y certero como los integrantes del escuadrón de Los Búhos, sino por la información. Desde que había recibido su título, su vida había girado en torno a documentarse sobre todo lo relacionado con Tanyer, no solo en la sala del conocimiento del palacio, sino además en los relatos de los ancianos de cada raza, que la ayudaban a profundizar en los temas relacionados con el bosque inexplorado. Sin embargo, ni todo su conocimiento le ayudó a entender que tipo de criatura era la causante de la emboscada.

  —¿Rastros? —inquirió con solemnidad.

  —Encontramos el atisbo de una huella, señor Barlok, pero aún no conseguimos nada. Nuestro fracaso, señor Barlok. Yora y Demir continúan buscando —añadió al sentir la penetrante mirada de su soberano.

  —¿De qué tamaño era la huella? —preguntó Nadia.

  —Grande, Estratega, un poco mayor que la altura de un niño.

Orion no encontró en su bóveda de recuerdos alguna criatura que tuviera un pie tan enorme aquí, en el nuevo mundo, ya que, en el laberinto si las había conocido, y eso lo hizo reflexionar sobre el peligro que podían representar a toda su vahir.

  —Vuelve, y continúen buscando. Y si encuentran algo, infórmenme, pero no lo enfrenten.

  —Sí, señor Barlok.

Asintió, se colocó en pie, y antes de desaparecer hizo una firme y respetuosa reverencia.

Nadia observó a su soberano, apreciando su semblante profundo. Estaba por hablar, pero prefirió el silencio, esperando mejor por la orden siguiente que intuyó pronto sería dada.

Su atención descansaba sobre la ilusión que representaba la pantalla de su interfaz, necesitaba hombres rápidos, fuertes, y sobretodo, que supieran combatir bosque dentro, una cualidad que deseaba encontrar en al menos una veintena de su ejército. Decenas de nombres en forma escalonada aparecieron en la la ilusoria pantalla, muchos de ellos pertenecían a escuadrones ya nombrados, destacando el escuadrón de élite: Los Sabuesos, ya que poseía la mayoría de candidatos.

  —Haz un plan detallado de defensa —dijo sin mirarle—, busca puntos débiles. Lo quiero antes que salga el sol.

Nadia asintió, determinada a cumplir con la encomienda, no entendía como había sido, pero entre más tiempo pasaba con su monarca, más crecía su admiración y devoción hacia él.

  —Sí, señor Barlok.

Orion salió del salón de guerra acompañado por dos de sus guardianas, y su fiel servidora de cabello platinado.

El diario de un tirano Vol. IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora