Las fases del Duelo

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Apenas había amanecido y ella ya estaba tecleando sin parar en su ordenador. Aunque se sentía cansada, ya no tenía sueño y pensó que prefería escribir antes que perder horas releyendo sus conversaciones, oyendo sus audios, mirando sus fotos, regodeándose en el dolor de haberla perdido y preguntándose una y otra vez, cómo llegaron a ese punto. Cómo dos personas pasan de  planear dónde van a vivir y los hijos que van a tener, a dejar de hablarse totalmente durante días. Luisita era consciente de todo por lo que habían pasado, pero aún así, de alguna manera no le parecía suficiente explicación. Era tan especial lo que tenían que no concebía que se hubiera acabado para siempre. Abrió la aplicación verde y volvió a mirar la imagen gris dónde antes estaba su foto. Estar bloqueada para alguien debería ser suficiente señal de que se ha terminado. Le escribió otra vez a sabiendas que nunca lo leería: Te echo de menos.

Se levantó de la silla y fue a hacerse el desayuno. Mientras mezclaba el café en la taza se concentró en su muñeca y su dedo anular. Aun llevaba la pulsera y el anillo que le regaló. Parecían devolverle la mirada y gritarle que era una estúpida por creer que aún significaba algo. Dio un sorbo al café y se fue a su habitación, en la mesilla de noche guardaba una cajita con trocitos de recuerdos. Se quitó el anillo y la pulsera y los unió al museo de lo que fue y ya no es.

Odiaba verse la mano desnuda, pero más odiaba esa dependencia insana. Ese sentimiento de que no sería capaz de olvidarla nunca, básicamente porque lo último que quería hacer era olvidarse de ella.

Volvió a sentarse frente a su portátil, llevaba días escribiendo un blog de todo lo que quería y no podía decirle. Como si de las fases del duelo se tratase, los primeros escritos eran de negación, de esperanza de que aún no estuviera todo perdido. Escribía sobre los recuerdos bonitos que tenía de ambas, lo que le dolía su "ruptura", si podía llamarse así, e incluso explicaba diferentes maneras en las que pensaba que podía volver a retomar el contacto, volver a escribirle o encontrarse con ella. Publicaba sabiendo que era prácticamente imposible que ella encontrara ese blog pero aun así, con el destello de ilusión de que esa "una posibilidad entre un millón" al menos era algo.

Los siguientes días pasó por la confusión y la ira. No entendía porqué se había acabado y odiaba que fuera tan fácil para ella alejarse. Cuestionaba si alguna vez la había querido de verdad o si todo había sido una gran mentira. Sentía rabia, mucha rabia pero hacia ella misma. Por soportar tanto desprecio y no ser capaz de olvidarla. Pensaba tanto en ella que no concebía que algún día se acabara, así que lo siguiente fue la negociación. Se prometía a sí misma que si solo conseguía un pequeño contacto más, luego se olvidaría de ella. Por supuesto sabía que era un trato que nunca cumpliría.

Esa mañana se había despertado triste. Otro sueño maravilloso en el que volvían a estar juntas la había hundido al volver a la realidad. Ya no quería nada que le recordara a ella. Vagaba por su piso como un zombie sin ser muy consciente ni de lo que hacía ni del paso del tiempo.

Mantenía largas conversaciones consigo misma intentando averiguar cómo salir de ese pozo de depresión. Escribía para desahogarse pero ya no surtía tanto efecto. Necesitaba saber que estaba bien, que todo iba bien. Tenía la sensación que si le pasaba algo y ella no se enteraba, no estar ahí la perseguiría el resto de su vida.

Se acostó en la cama sin sueño, sin cansancio, solo porque era el lugar donde mejor se sentía. Dejó el móvil enchufado en la mesilla y cerró los ojos. La vio de frente, no pasaba un segundo sin que la pensara. No podía librarse de ella, estaba detrás de todo, en las canciones, en los poemas, en los silencios, en todas las noches de soledad.

Las campanas de la catedral anunciaron las once, se concentró en el sonido metálico y se abrazó a su almohada. Hacía tiempo que ya no olía a su perfume. Se dio la vuelta con los ojos cerrados, no quería ver su lado vacío, en la cama que tantas veces habían compartido. Apretó los brazos y deseó con todas sus fuerzas volver el tiempo atrás, borrar los errores, que ella volviera y que nada estuviera mal. Justo cuando tocaba aceptar que ya nada volvería a ser como antes, un pensamiento intrusivo atravesó su mente. ¿Y si lo que tenían no había muerto del todo? Se decidió a gastar el último cartucho, si fallaba, probablemente no habría más oportunidades. Le envió un mail sin asunto. El reloj del móvil marcaba las 23:23 y el mensaje decía: Te juro que lo he intentado pero no puedo más. Te echo muchísimo de menos.

Pongamos que hablo de Luisita y AmeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora