La caja de Pandora

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Sonó el despertador exactamente a la hora que había sido programado para sonar pero a Amelia le parecía demasiado pronto. No recordaba ya lo que era descansar como toca. Gajes del oficio.

Quería posponer la alarma otra vez pero sabía que al final odiaría ir con prisas así que la apagó y se levantó. Se dió una ducha rápida y se puso el uniforme que tenía preparado. Las dos veces que pasó por delante de la habitación de Sofia se asomó para mirar que durmiera tranquilamente. Le encantaba la paz que le daba saber que está bien. Era un sentimiento que no podría explicar pero que le dejaba el corazón rebosante de alegría.

Bajó las escaleras intentando no hacer ruido y fue directa a la cocina a prepararse café. En la calle te puedes encontrar muchos peligros pero ninguno se compara a encontrarte a Amelia por la mañana si no se ha podido tomar su café.

Tenía unos minutos aún para sentarse en el sofá con el café calentito y tomárselo tranquila. En esos minutos de tranquilidad absoluta solía aprovechar para leer un poco. Miró la estantería del salón y sus ojos fueron directamente a un libro que había leído hacía ya mucho tiempo. Se levantó y se acercó a cogerlo, casi como en un acto reflejo. Miró la contraportada y se sorprendió que después de tanto tiempo aún siguiera sintiendo ese nudo en el estómago. Habían pasado demasiadas cosas en relativamente poco tiempo.

Miró otra vez la estantería, volvió a colocar el libro y esta vez cogió el otro que estaba justo al lado. En la contraportada había otra foto, pero era la misma persona. Dió un sorbo largo al café y suspiró. Abrió el libro y volvió a leer la dedicatoria:

Dedicado a la persona que me inspiró y me ayudó a mejorar la historia. Te echo de menos Siempre.

Amelia no se dió cuenta que estaba llorando hasta que la lágrima le cayó en la mano. Cerró el libro y volvió a colocarlo donde estaba. Aunque ella misma había pasado horas leyendo borradores y haciendo sugerencias para esa historia, nunca la había leído completa. Ese libro significaba demasiadas cosas, escondía entre sus páginas demasiados recuerdos dolorosos. Simplemente sentía que necesitaba estar preparada para hacerlo y aún no se veía en ese punto. Lo intentó muchas veces pero pasaron los días y nunca lo hizo. Y ahora ya... ¿qué sentido tenía? Ni siquiera iba a poder darle su opinión.

Apuró el último sorbo de café, se lavó los dientes en el baño de abajo y fue a la cocina a servir otra taza, la cogió con cuidado y subió las escaleras con ella. Paró en su habitación para coger el reloj. Lo tenía en la mesita de noche junto a la pulsera. Era una cadena de plata con varios dijes de diferentes diseños. Todos tenían un significado muy especial. Se alegró de haber vuelto a poner el que le regaló ella. Al fin y al cabo, le traía a la mente recuerdos muy bonitos de lo que vivieron juntas. Independientemente de cómo había acabado todo, el cariño no desaparecía tan fácilmente.

Se colocó el reloj en la muñeca y miró la hora. Estaba bien pero ya debía irse. Cogió la taza y caminó al lado contrario de las escaleras, a la habitación principal. Entró intentando no hacer mucho ruido y se agachó a la cama para susurrar.

-Sara. - Le pasó suavemente la mano por la cabeza para despertarla. - Te he traído el café. - Seguía susurrando. - ¿Has dormido bien?

Sara apretó los ojos y se removió un poco en la cama antes de abrirlos. - Sí. - Contestó con la voz aún algo ronca.

-Me alegro. Yo ya me voy. Avísame cuando estéis en el cole, ¿vale? - Amelia hablaba con suavidad mientras ya salía y Sara se limitó a asentir con la cabeza.

De la habitación principal se fue directo a la de Sofía. Entró y se inclinó delante de la cama. Le acarició el pelo varias veces, le dio un beso en la frente y le susurró que la quería mucho. La niña parecía dormida pero aún con los ojos cerrados, sonrió casi enseñando los dientes y susurró: Yo también.

Amelia volvió a besarle la frente con la sonrisa ya dibujada en la cara y salió al pasillo. Volvió a bajar las escaleras, cogió la mochila con sus cosas y paró en la entrada para ponerse las botas.

Condujo hasta el cuartel con la música de la radio recordando tantas mañanas en las que su rutina era llamarla durante el camino y escuchar su voz de dormida. Era esforzarse por entender esa manera que tenía de no vocalizar en absoluto. Se recordó a ella misma enrollándose hablando de mil temas, saltando de uno a otro sin sentido y en medio algún alarido a un mal conductor, de esos que te ponen de los nervios.

Dió un suspiro, había intentado silenciarse para no pensarla, pero aún pensaba en ella. Pasaba el tiempo y no la olvidaba. Aparcó el coche y cogió su móvil. Estuvo a nada, casi le escribe, igual que la otra noche que no quiso ni mirar el teléfono. No le escribió, en su lugar comprobó una notificación en la bandeja de entrada, había recibido un mensaje sin asunto, aunque conocía muy bien quién lo enviaba. Se quedó pensativa, dudando si abrirlo o no. Sabía que no era un mensaje, eso era la caja de Pandora y abrirlo significaba volver a liberar demasiados sentimientos.

Pongamos que hablo de Luisita y AmeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora