Capítulo 17: Secretos

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La estela mágica de las fiestas aun perduraba en el aire, y Luisita no podía estar más emocionada. Había dedicado semanas a pensar en los regalos de reyes perfectos para Amelia y Sofía, y finalmente, su esfuerzo había dado frutos. A Amelia le regaló un par de zapatillas que había mencionado que quería comprarse pero eran un poco caras y un estuche regalo con su perfume y un par de cremas hidratantes; a Sofía, juguetes didácticos y una maqueta de una caja musical del sistema solar que sabía que disfrutaría montando junto a su madre.

Amelia le contaba cómo Sofía estaba encantada con la maqueta, tanto que no pasaba un solo día sin pedirle que se sentaran juntas a montarla. Los planetas giraban al ritmo de una melodía suave, y el brillo en los ojos de Sofía era indescriptible. Amelia, entre risas, le confesaba que ella también estaba disfrutando enormemente el proceso. Sin embargo, mientras Luisita escuchaba esas historias con una sonrisa, una pequeña parte de ella no podía evitar sentir un toque de nostalgia. Quería compartir esos momentos con Amelia y Sofía, quería estar presente en sus vidas de una manera más completa, no solo como una sombra. Pero, al mismo tiempo, la sonrisa y los ojos de Amelia le hacían recordar por qué estaba dispuesta a esperar.

En cuanto a los regalos, Amelia tuvo que ingeniárselas para justificar ante Sara la cantidad de obsequios. Afortunadamente, Natalia intervino con una excusa perfecta, diciendo que los regalos eran suyos.

- No es nada... no tengo mucha familia, tampoco tengo a muchas personas a las que regalar. - Le explicaba a Sara con una sonrisa casual. Para que todo cuadrara, incluso compró un regalo para Sara, una bufanda a juego con unos guantes muy elegantes, que aunque no era mucho, evitó más sospechas.

En el trabajo, las cosas tampoco habían sido fáciles para Amelia. Un compañero en la comisaría, Miguel, parecía tener una especie de competencia no declarada con ella. Se había adjudicado varios de sus méritos y cada vez que Amelia intentaba hablar del tema, él lograba darle la vuelta a la situación, haciéndola sentir como si fuera ella quien estaba exagerando. La tensión crecía, y ese día, después de una discusión acalorada en la sala de archivos, Amelia salió con los nervios a flor de piel. No le gustaba discutir, pero aquel día todo le había sobrepasado.

Al terminar su turno, Amelia le dijo a Sara que tenía que hacer papeleo en la comisaría, aunque en realidad había quedado con Luisita. No podía pensar en otro lugar donde quisiera estar. 

Amelia se dirigía hacia la casa de los padres de Luisita, un lugar que ya conocía bien porque, después de la librería, era allí donde solía compartir más tiempo con Luisita. Luisita se había mudado allí poco después de dejar a Sebas. La separación había sido una decisión firme, y Luisita no solo buscaba ahorrar un poco de dinero, sino también encontrar la calidez familiar que tanto necesitaba en ese momento. No quería quedarse sola en el apartamento que había compartido con Sebas, lleno de recuerdos que ya no le pertenecían. En casa de sus padres, aunque a veces el bullicio resultaba abrumador, Luisita se sentía acompañada y en un entorno seguro, uno que ahora también compartía con Amelia.

Cuando llegó al piso, sintió algo de alivio al ver la puerta abrirse y a Luisita recibirla con una sonrisa cálida. El duro día en el trabajo la tenía agobiada pero el nudo en el pecho se aliviaba siempre que estaba cerca de su rubia. Pasaron juntas al salón dónde Manolita y Marcelino miraban una película sentados en el sofá.

- Hola cariño, ¿has cenado ya? - Manolita estaba a puto de levantarse para atender a Amelia.

- No, no, no te molestes, he picado algo antes de venir. - Amelia siempre se sentía una adolescente con ese tipo de interacciones. Charlas de cortesía con los padres de tu chica, el trago que hay que pasar para comértela a besos luego.

 - Mamá, no te preocupes, yo me ocupo. - Luisita entrelazó sus dedos con los de Amelia para llevarla consigo a su habitación.

- Deja a las niñas, Manolita... que querrán hacer sus cosas. - Marce le guiñó un ojo a su hija y ambas chicas se sonrojaron por el comentario pero no dijeron nada. 

Pongamos que hablo de Luisita y AmeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora