Capítulo 4: Enfrentando la Verdad Fragmentada

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Mientras el pescado se cocinaba lentamente sobre el fuego, cerré mis ojos y me sumergí en una profunda meditación. Mi mente era como un mar embravecido, caótico y peligroso; sentí que, si me sumergía demasiado en las olas de mi memoria, me perdería para siempre.

Traté de calmarme, controlar mi respiración y mis latidos. Pensé que, si me mantenía en calma, mis recuerdos también lo harían. Supuse que, si mi mente era serena, todo lo demás también lo sería. Pero me equivoqué. El describir mis recuerdos como un mar tormentoso no era equivocado.

Mi temor a perderme allí era más fuerte con cada segundo que lo observaba, pero no podía permitir que el miedo me detuviera. ¿Cómo podría avanzar si no sabía qué fue lo que me pasó? Era como si mi pasado estuviera enredado en una maraña de imágenes, fragmentos de voces y sensaciones efímeras.

A medida que me sumergía más profundo en mi interior, noté destellos de eventos pasados. Imágenes borrosas se entrelazaban con sonidos distantes, y sentía fugaces momentos de familiaridad. Pero todo se desvanecía rápidamente, como si tratara de agarrar el humo entre mis dedos.

Con cada intento, mi frustración aumentaba. ¿Por qué era tan difícil recordar de manera clara? ¿Qué se ocultaba en las profundidades de mi mente? Me di cuenta de que necesitaba una guía, algo que me ayudara a desentrañar los secretos ocultos en mi memoria.

En ese momento, volvió a mí la imagen fugaz del auto abollado. No estaba seguro de qué significaba ese recuerdo para mí, pero el contexto no me hacía esperar que fuera algo bueno. Era seguro que sería algo perturbador, pues el tono sombrío de mis recuerdos no me dejaba esperar momentos felices.

Aun así, decidí enfrentar lo que sea que fuera. No importaba si eran buenos o malos, felices o tristes. Eran mis recuerdos, parte de lo que soy y de lo que seré. Sentí la determinación crecer dentro de mí, dispuesto a enfrentar cualquier verdad que se ocultara en las sombras de mi mente.

Con la imagen del auto abollado grabada en mi pensamiento, me adentré aún más en la meditación. Buscaba respuestas, buscaba pistas que pudieran iluminar el oscuro laberinto de mi memoria. Sabía que había secretos y verdades que necesitaban ser desvelados, aunque fueran dolorosos.

Para cuando me di cuenta, ya no estaba en el suelo desnudo con las piernas cruzadas. Me encontraba recostado en una camilla, rodeado de luces blancas y estériles. El sonido de las sirenas y el ajetreo de los paramédicos llenaban el aire, mientras me introducían en la ambulancia. Mi cuerpo dolía intensamente, y las lágrimas brotaban de mis ojos desesperados.

Gritaba y llamaba a mis padres, extendiendo mi mano en dirección al auto abollado que se alejaba. Mis dedos se cerraban en un puño impotente, incapaces de alcanzar el vehículo que representaba una pieza perdida en el rompecabezas de mis recuerdos. El caos y la confusión reinaban en mi mente mientras me llevaban de urgencia al hospital.

El viaje en la ambulancia parecía interminable. El sonido de las sirenas se mezclaba con mi respiración entrecortada y mis sollozos angustiados. Miraba a través de la ventana, viendo el mundo pasar velozmente mientras los paisajes se desdibujaban en una maraña de emociones turbias.

El shock de la escena hizo que mi mente se volviera caótica sacándome de mi estado de meditación por la fuerza.

"¡PADRE, MADRE!" Fue lo que grité cuando abrí mis ojos, por un momento había olvidado que todo eso era solo un recuerdo.

Mientras intentaba recuperar la compostura, sentí la necesidad de hacer una pausa y reflexionar sobre lo que acababa de experimentar. El grito desesperado hacia mis padres fue una muestra de la intensidad de mis emociones y la conexión profunda que aún tenía con ellos en mi corazón.

El Destino Alterado: Una Nueva HistoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora